Caída a la negrura del abismo, y la ascensión a una nueva vida.
A un buen porcentaje de personas nos ha sucedido en alguna etapa de nuestra vida, preferir vivir en la excitación, el frenesí y las emociones extremas, tratando hacer de nuestra existencia una perpetua “montaña rusa” en rapidísimo movimiento.
¿Cuántas veces no dijimos a otros que preferiríamos morir, a vivir una vida monótona, sin arco iris, y de puros tonos grises? ¿Cuántas veces no expresamos nuestro gusto por la adrenalina que prendía fuego a nuestras venas, y despreciábamos las vidas de tantos mediocres cobijados en la opacidad y las penumbras? ¡Nosotros, amantes del Sol resplandeciente, no podíamos admitir una existencia brumosa y gélida! ¡Y a cuántas personas, después de haber vivido así, hasta el tuétano de la excitación, de pronto, se hundieron en la negrura del abismo; la adrenalina dejó de encender los nervios; la frenética actividad chocó de frente contra una “oscuridad del alma” que enfrió el caliente entusiasmo de vivir!
“Nada en demasía”, nos dice una máxima griega grabada en el Templo de Delfos.
Caer al barranco de esta manera, enceguece los ojos de nuestro corazón, y no nos permite distinguir si las llamas que nos abrazan son las del hastío, la depresión, o algún otro sentimiento. Después de la conmoción que sufrimos, caemos en el desconcierto, para luego pasar a otro laberinto del infierno, que bien puede ser la desesperación o la depresión.
Ya inmersos en esta ciénaga de emociones, nos puede invadir el miedo, o bien, el letargo propio de un alma que así misma se abandona. En este estado emocional, ya no nos importa el vértigo, la adrenalina corriendo a raudales, ni una vida excitante. Nuestro espíritu, más sabio que nuestras ambiciones, sólo pide paz, reposo, y poder reencontrar el sendero que nos conduzca a la claridad de nuestra alma, y a desterrar las noches obscuras de nuestro atormentado corazón.
“El hombre debe ganar su felicidad mediante el sufrimiento; es la Ley de la Tierra” (así lo expresó el genial novelista ruso, Dostoievski).
Ser invadidos por esta ráfaga de sentimientos tan dolorosos, puede convertirse en la experiencia más enriquecedora para nuestro espíritu. Ya exhaustos, sin fuerzas, y en picada sentimental, no debemos de rechazar estas negruras emocionales. No se trata de sufrir masoquistamente, sino no alejarnos de nuestro sufrimiento, y más bien, agudizar el oído de nuestra alma a fin de comprender qué nos quiere decir este estado letárgico y depresivo.
Es el momento, de actuar como anatomistas de nuestros sentimientos; obrar como topógrafos del territorio completo de nuestras emociones. Conocer los valles, las montañas, los desfiladeros de nuestras dolorosas emociones. Si permanecemos valientes y firmes ante este sufriente proceso, las brumas empezarán a despejarse, la oscuridad será retirada por la luz, la noche será hecha a un lado por el alba, y un renacimiento empezará a cobrar vida en nuestra alma.
Imposible, que podamos curar nuestras llagas y empezar a subir a la cumbre de la felicidad, si previamente no permanecemos valientes y decididos a escuchar todas las notas de nuestra melodía sentimental. Cuando ha penetrado toda la gama de esos sentimientos que nos parecieron tan repulsivos por vez primera, cambiará nuestro tono espiritual y empezaremos a estimar lo valioso de haber pasado por el hastío, la desesperación, el agotamiento, la incertidumbre, y la depresión.
Viviendo este proceso, nos dice Critilo, es la única forma para que empiecen a abrirse las ventanas de nuestra alma y poder empezar a recibir nuestros pulmones asfixiados, bocanadas de aire fresco. ¡Ahora sí, podremos empezar a evaluar una vida llena de adrenalina, de trabajo abrumador, de retos continuos, de una existencia centrada sólo en nosotros, de esa equivocada valoración de que sólo valía la pena vivir en la “cumbre” y jamás en los valles, tierra de mediocres.
En esta etapa, llegó el momento para estimar los inmensos goces naturales y sencillos que cada día la naturaleza nos ofrece. Llegó la hora, de valorar el silencio, la quietud, y la paz. ¡Ya estamos en un estado espiritual en el que por vez primera en la vida seremos capaces de saber “qué es lo verdaderamente valioso en nuestra existencia! Para sorpresa nuestra, las noches oscuras de nuestra alma, causadas por falsos objetivos, darán cabida a las nuevas “noches pacíficas de nuestra alma”.
¡Claro que podemos llevar una vida enérgica, activamente productiva y creativa! Pero esta vida será muy distinta a nuestra anterior existencia fatigosa y enajenada.