Lo que depende de nosotros, y lo que no depende
¡Mi límite es el cielo!, es el título de un libro muy famoso de autoayuda. Pero títulos parecidos a éstos, existen por millares. Hacerle creer a una persona, que “todo le es posible” con tal y que se lo proponga, es causarle un grave daño.
En primer término, tenemos que reconocer y aceptar espiritualmente, que somos seres humanos, y que como tales, padecemos de serias limitaciones, deficiencias y debilidades. Si por un anuncio divino se nos pudiera decir cuál ha sido el hombre y la mujer más perfectos que han existido en toda la evolución humana, lo primero que aparecería, es que ni ese hombre ni esa mujer tendrían nada de perfectos.
Ese hombre y esa mujer “perfectos”, o si están vivos, padecerían de enormes debilidades y limitaciones. Si pudiéramos individualizar un rasgo común de todos los humanos que han existido, sin excepción alguna, ese rasgo sería el de su “total imperfección”.
Aceptando la anterior premisa, jamás deberíamos luchar por la perfección humana, pues existencialmente, ello es absolutamente imposible. Pero además, deberíamos no tratar de alcanzar la perfección en ninguna de nuestras actividades, pues sería imposible también. Ni creer tampoco, en aquel relato del arquero que tenía como diana a la luna, con el consuelo que si no llegara a hacer blanco, al menos sus flechas llegarían más lejos que si se hubiera propuesto un blanco más cercano.
Creo, que la cuestión es mucho más simple, si nos empeñamos en precisar, como nos aconseja el griego Epicteto, cuáles cosas dependen de nosotros y cuáles no dependen de nosotros, sino que dependen de la voluntad de otras personas, o de ciegas circunstancias en las que nos vemos todos los seres humanos, atrapados. Para Epicteto, “dependen de nosotros el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y no dependen de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación, los cargos y, en una palabra, cuanto no es asunto nuestro”.
Tal y como lo escribió Epicteto, creo que este sabio griego tiene solamente una parte de razón. Pero lo que sí es una genialidad de Epicteto es en hacernos conscientes de que sólo unas cosas “dependen de nosotros”, y otras cosas “no dependen de nosotros”. Si logramos comprender a cabalidad esta sustancial distinción, no sólo obtendremos una mayor paz y felicidad, sino que también seremos muchísimo más exitosos.
Por ejemplo, es cierto que “el juicio” depende de nosotros, pero no totalmente. En una persona que goza de una buena estabilidad emocional, “el juicio”, es decir, el buen razonamiento y sensatez, puede depender de él en alto grado. En cambio, en una persona que padece de serios trastornos emocionales, “el juicio”, casi en nada depende de él; y no puede depender de él, dado que sus emociones injustificadas como la cólera, tristeza, desesperación, no le permiten juzgar, razonar adecuadamente, lo que le impide ser dueño de su buen juicio; y a la vez, su pésimo razonamiento (que todo lo interpreta mal), acrecienta sus malsanas emociones.
En cambio, el deseo y el rechazar ciertas conductas, está más en nuestro control, a excepción de un pequeño porcentaje de personas que padecen de una poderosa tendencia “genética”, a ciertas adicciones incontrolables: a la comida, al alcohol, etc. En estos casos, es absolutamente indispensable la ayuda de un médico y de los grupos de autoayuda para esos problemas. Se ha comprobado científica y estadísticamente, que los grupos de “Alcohólicos Anónimos”, son muchísimo más eficaces que toda la psiquiatría, fármacos, y amonestaciones religiosas, juntos.
Para Epicteto, “no depende de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación y los cargos”. En gran parte, Epicteto tiene la razón: en las cuestiones de la salud de nuestro cuerpo, la genética tiene una importante influencia para nuestra salud o enfermedad. Pero nuestra estatura, color de piel, fuerza física, nos viene de nacimiento. Pero aun así, Epicteto no tiene del todo la razón, pues nuestra salud depende en alto grado de nosotros: una buena alimentación, descanso suficiente, y un poco de ejercicio puede ser la diferencia entre la salud o la enfermedad, y entre la vida o la muerte.
Es cierto, no dice Critilo, que la hacienda (nuestra economía personal) no depende de nosotros, pero sólo parcialmente tiene la razón Epicteto. Por supuesto, que una gran riqueza económica depende muchísimo más de factores externos a nosotros, pero una hacienda decorosa puede depender en alto grado de nosotros, siempre y cuando seamos austeros, ahorradores y trabajadores.
Con los cargos públicos sucede igual: los grandes cargos públicos, esencialmente se deben a la buena Fortuna. O si no, preguntémonos qué hubiera sido de Napoleón, de Julio César, Churchill, Stalin, si hubieran nacido solamente diez años antes o después, o si ellos hubieran nacido en una aldea empobrecida de algún país de África; con seguridad, no habíamos conocido sus nombres.
Critilo se queda con lo siguiente: dentro de nuestras limitaciones y deficiencias como seres humanos, debemos desterrar de nuestra mente las locas ambiciones, y solamente aspirar a lo que más dependa de nosotros.