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Palabras de poder

Jacinto Faya Viesca

La represión en sus múltiples manifestaciones

¡No te reprimas! ¡Estoy reprimido! ¡Te estás reprimiendo! Estas frases las escuchamos y decimos con mucha frecuencia.

Nos reprimimos cuando nos refrenamos y contenemos. Sabemos, que la palabra “represión” es muy usada en psicología, pero desconocemos su naturaleza y el impacto que puede tener en nuestras vidas.

La “represión” en sus múltiples manifestaciones en hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales, es “un mecanismo de defensa” a fin de aliviar o extinguir el sufrimiento emocional surgido por ideas, deseos, impulsos, nacidos por causas del exterior o de nuestro interior.

¡De pronto, nos surge un deseo que nos parece anormal o inmoral, y tendemos a sacarlo del campo de nuestra conciencia, ya que dicho deseo nos causa un sufrimiento emocional! ¡Quisiéramos realizar el deseo o impulso, pero a la vez, tememos realizarlo porque viola reglas que son para nosotros muy importantes!

Una mujer casada y fiel, puede sentir una profunda atracción sexual por uno o varios hombres, y de inmediato trata de rechazar su deseo sexual, olvidándolo en su conciencia y tratando de sepultarlo en su inconsciente.

Ante una ofensa, el ofendido siente un profundo odio hacia su ofensor, y le asaltan pensamientos y deseos de una cruel venganza, y al considerar la venganza como algo moralmente malo, reprime sus pensamientos y deseos de vengar la ofensa.

Una mujer siente una gran aversión hacia su suegra, a la que considera una bruja malvada que se empeña en destrozar la relación sentimental que guarda con su hijo. Siente impulsos de ahorcarla, pero se detiene, y cuando el impulso de dañarla le viene a su conciencia, trata de olvidarlo.

Un hombre, siente permanentemente agudos deseos de lujuria, pero como es muy religioso, ante el mínimo asalto de esos deseos, ya se ve en el infierno condenado a las llamas eternas. Su lujuria lo deleita inmensamente, pero de pronto, quiere borrar de su conciencia esos deseos impuros, y se afana en sepultarlos en su inconsciente.

Nuestros pensamientos, deseos, impulsos, que nos vienen por causas externas o de nuestro mundo interior, al reprimirlos, entramos en un conflicto: a la vez que esos deseos invaden el campo de nuestra conciencia, nuestra propia conciencia moral o de intereses, nos obliga a rechazar esos deseos. Este conflicto nos produce ansiedad, frustración o depresión. Nuestro mecanismo de defensa a fin de seguir adaptados a la realidad, consiste en reprimir esas ideas, impulsos y deseos.

¿Entonces, la represión es el camino más sano ante la avalancha de deseos? Antes de contestar, diremos lo siguiente:

Ante una idea, impulso o deseo que nos surge y que los consideramos malsanos aunque nos atraigan enormemente, nuestra represión casi siempre fracasará. Podremos borrarlos temporalmente de nuestra conciencia, pero jamás podremos (a través del mecanismo de defensa de la represión) retirarlos de nuestro inconsciente. Por ello, en el momento menos pensado, nuestro inconsciente llevará a nuestra conciencia lo que hemos pretendido reprimir.

Critilo está convencido, que a casi todos los hombres y mujeres nos avasallan ideas, impulsos y deseos que nos pueden causar conflictos sí los reprimimos. Hay madres que darían su vida por su hijo pequeño, y que sienten deseos de aventarlos por la ventana.

Cuando nos asalten esos impulsos, consideremos que eso les sucede a todas las personas normales, y que no se trata de ninguna enfermedad, salvo excepciones raras, que tendrían que ser tratadas por un psiquiatra.

Es absolutamente normal, que una mujer casada y fiel, fantasee con ese hombre que le atrae. Es normal, que el ofendido sienta deseos de venganza. Es normal, que la nuera quisiera a veces ahorcar a su suegra.

El error consiste, en que de inmediato queremos borrar esos impulsos de nuestra conciencia, pues al hacerlo, los sepultaremos en nuestro inconsciente, y este guardián celoso, nos los enviará de vuelta a nuestra conciencia.

Cuando nos asalten estas ideas y deseos, en un primer momento, no los rechacemos. Dejemos que se revelen en toda su intensidad; veámoslos con calma, tratemos de averiguar qué nos quieren decir. No los sepultemos en nuestro inconsciente, sino como a la ropa mojada después de haberla lavado, tendámoslos al sol de nuestra conciencia. Si hacemos esto, esas ideas, impulsos y deseos se irán desvaneciendo con el tiempo. No se trata de sepultarlos, sino de entenderlos y aguantarlos en nuestra conciencia sin asustarnos.

Al final de cuentas, veremos que la mujer casada y fiel, nada le propondrá al hombre que tanto la atrae, ni que ha dejado de amar a su pareja; que el ofendido, en la abrumadora mayoría de los casos, dejará de pensar en la venganza; que la madre amorosa no aventará al niño fuera de la ventana, sino que siempre lo abrazará con ternura; que el lujurioso disfrutará de su lujuria imaginaria sin dañar a nadie y sin tener asegurado su pase al infierno.

En la gran mayoría de los casos, podremos resolver esos conflictos sin necesidad de reprimirlos. Y si no pudiéramos, ahí están los profesionales de la salud mental.

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