Especulaciones de pánico, irreales e infundadas
Cuando el miedo por factores reales o imaginarios nos invade, una de las causas más poderosas que contribuyen a magnificarlos, o al menos, a distorsionarlos y no poder conocer la magnitud de esos miedos, esa causa es la siguiente: al sentir miedo, de inmediato “nos anticipamos a los hechos”. Este anticiparse es un mecanismo que está prendido en automático. Esta anticipación a los hechos es una conducta anormal, es una distorsión de nuestra manera normal de pensar.
La persona que no padece de este trastorno, sí siente el miedo, pero en vez de “anticiparse a los hechos”, empieza a evaluar la situación de peligro. Lo primero que hace de manera inconsciente, es distinguir si su miedo responde a una situación real, o si se trata de trastornadas imaginaciones.
Una vez que ha constatado que se trata de una cuestión real, no se anticipa a los hechos, sino que empieza a investigar cuáles son los “hechos reales”. Pero no especula ni empieza a inventar una serie de hechos que no existen más que en una imaginación desbocada. La persona que no padece de esta ansiedad “anticipatoria”, no entra a predecir el futuro, como en cambio sí lo hace el que se anticipa.
La persona que empieza a especular sobre los seguros desastres que lo aplastarán, padece de una distorsión cognitiva o del pensamiento. No espera a ver qué es lo “que da de sí una situación”. No espera el curso de los acontecimientos que podrán suceder. En cambio, la persona normal, no se permite especular. ¡Claro que abriga miedos! Pero es un miedo normal y soportable. En cambio, quien se anticipa a los acontecimientos cae en pánico pues su miedo le genera una sensación de impotencia y de indefensión. Y al sentirse desazonado, cae en un estado irracional e infundado de pánico.
Todos tememos a lo desconocido: las personas que padecen de alguna anomalía emocional como al igual que las personas en perfecto estado de salud emocional. Por ejemplo, uno de los miedos “larvados”, que padecemos un porcentaje de personas es el miedo a morirnos. Aún el más creyente, su fe no le da para tanto: ¿qué es eso de vivir en la eternidad? Y los que carecen de fe, la pura idea de que se extinguirán para siempre, los invade de una angustia existencial.
Todo ser tiende a perseverar en su ser. Es decir, a continuar con vida. El morir, atenta contra nuestro instinto de conservación. El vivir es existir, y el morir es la nada. Por ello, la idea de la muerte puede llegar a convertirse en una peligrosa obsesión. De hecho, todas las religiones del mundo ofrecen un paraíso después de la muerte; prometen una nueva vida más rica en todos los sentidos, pero en el más allá. La base de todas las religiones no está en su código de conducta ética en la tierra, sino en su promesa de una nueva vida más plena, después de la muerte.
Es tan fuerte nuestro instinto de conservación, que toda persona que de forma consciente arriesgue perder su vida en un acto de valentía, goza del máximo reconocimiento. Por esto, la valentía es la virtud más admirada y respetada, pues es de las menos frecuentes, y la que compromete el bien más apetecido por los seres humanos: el seguir con vida.
El miedo, nos dice Critilo, siempre va a vivir con nosotros. O más bien, siempre todas las personas nos vamos a enfrentar con expectativas de riesgo que nos van a producir miedo. Pero además de esto, habrá un porcentaje de personas que inventen situaciones irreales que les van a producir un miedo innecesario.
Confrontar, siempre confrontar nuestros miedos, será la forma más eficaz para conocer el verdadero rostro de nuestros miedos y pánicos. No anticiparnos a los hechos. Recordemos lo que dijo el más grande genio que ha dado la humanidad, Shakespeare: que cuando el navegante pensaba que las olas destrozarían su barco, un nuevo viento lo llevó a seguro puerto. Es cierto: aún en problemas “reales” y no imaginarios, nuevas circunstancias nacen a nuestro favor resolviendo lo que por nosotros mismos no pudimos resolver.