ARISTÓTELES, quien nació en el año 384 antes de CRISTO, en una de sus obras escribió: “El carácter es aquello que revela la finalidad moral, poniendo de manifiesto la clase de cosas que un hombre prefiere o evita”. Y por su parte, el más grande poeta que ha dado Estados Unidos de Norteamérica, WALT WHITMAN, expresó: “El carácter y la fuerza física son las dos únicas inversiones que vale la pena explotar”.
Para muchas personas, transformar su carácter puede ser la tarea más importante de su vida. Cuando el carácter lo tenemos marchito, fracturado y defectuoso, no solamente padecemos de una invalidez del espíritu, sino que también se nos escapa lo mejor de la vida. El carácter, como bien lo dijo ARISTÓTELES, revela nuestra finalidad moral, y es lo que nos permite ejercer una plena libertad para elegir lo que preferimos o lo que queremos evitar.
Un carácter fracturado constituye una de las fuentes más peligrosas para nuestra infelicidad. Por ello, luchar por transformar nuestro carácter es una de las tareas más rentables que podemos hacer. SAN PABLO expresó esta necesidad: “Transformaos por la renovación de vuestra mente”. Y el gran matemático y filósofo alemán, LEIBNIZ, sentenció: “No hay nacimiento ni muerte; hay transformación bajo la Ley del progreso”.
Una de las características que nos demuestran los diferentes grados de las deficiencias de nuestro carácter, estriba en las diferentes escalas de nuestra falta de autonomía y de independencia. Y al contrario, los grados de solidez y salud de nuestro carácter, se manifiestan en la medida en que seamos capaces de decirnos: “Esto es lo que yo pienso, lo que deseo de mi vida; así es como quiero actuar, y no como capricho, sino porque siento y creo que es lo correcto y lo adecuado a mis capacidades y gustos en relación a las particulares circunstancias de mi vida; así quiero vivir, pues de esta manera respeto lo que considero que es esencial a mi personalidad”. En cambio, la persona que padece de una deficiencia de su carácter, actúa por capricho, por miedo, y porque siente que está obligado a pensar y actuar de determinada manera. La deficiencia de carácter se manifiesta (en diferentes grados) por no querer, o más bien, por no poder asumir sus reales responsabilidades; padece de falta de independencia y de autonomía.
Toda persona que padece de un carácter mal estructurado, tiene la tendencia (en diferentes grados) a culpar a los demás de sus fracasos: Dios, los astros, la vida, la mala suerte, sus padres, su cónyuge, etc. Según WHITEHEAD, “La función de la razón es fomentar el arte de vivir”. Pues bien, uno de los caminos más eficaces para transformar nuestro carácter consiste en poner la razón a su servicio. En muchas ocasiones, la persona que padece un trastorno de carácter no sabe cómo emplear su razón para estos fines. Pero si acude con un especialista de la salud mental, se le indicará las distorsiones que ha venido haciendo de sí mismo a través de su vida.
A medida que la persona se dé cuenta de la manera tan errónea como ha venido utilizando su inteligencia y su conducta, progresivamente la concepción de sí mismo, de los demás y del mundo, se irán trasformando y respondiendo a una manera correcta de pensar y de actuar. Sólo así, la persona se irá haciendo cada vez más independiente, siendo más él mismo, y actuando de acuerdo a la razón, es decir, a la sensatez y al sentido común. Solamente así, dejará de actuar de acuerdo a sus caprichos. Y cuando esto se va dando así, el carácter se irá transformando y la persona será capaz de asumir sus verdaderas responsabilidades.
La razón bien empleada hace alusión a lo razonable. Entonces, ¿qué debemos entender por actuar conforme a la razón y a lo razonable? Lo razonable no hace alusión necesariamente a lo inteligente o a lo muy inteligente, sino a lo que debe ser de acuerdo a determinadas circunstancias. Una persona puede ser muy inteligente, pero sería muy poco o nada razonable si pretendiera conducir su automóvil en una ciudad muy transitada a exceso de velocidad y afirmando que es imposible que no pudiera sufrir un accidente.
CRITILO nos recuerda lo que decía el poeta HORACIO cuando una persona se comportaba irracionalmente: “Delirios de un enfermo”. Por su parte, CICERÓN sentenció: “El don más notable que el cielo ha dado al hombre es la razón, y entre todos los enemigos con los que ella debe luchar, el placer es el más importante”.
CRITILO nos dice que es absolutamente posible que podamos transformar nuestro carácter, a fin de actuar conforme a la razón, a la esencia de nuestra personalidad, y al cumplimiento de nuestras obligaciones. Esta cura hará que abandonemos al capricho como causa de nuestro actuar diario y que dejemos de culpar a los demás, y que en vez de esto, asumamos una conducta responsable. Uno de los más grandes secretos para curar nuestras deficiencias de carácter va a consistir en que ejerzamos sobre nosotros una poderosa persuasión sobre lo conveniente de nuestra nueva manera de vivir y de la necesidad de cumplir con nuestros renovados compromisos. Una de las inteligencias más poderosas de los últimos 75 años, lo fue la del filósofo austriaco WITTGENSTEIN, quien expresó genialmente este vínculo entre razón y persuasión, de la siguiente manera: “Al final de la razón viene la persuasión”.