La palabra “carestía” –responde el Diccionario esencial de la Lengua Española– expresa la falta o escasez de algo, y por antonomasia alude a la carencia de víveres; pero igual resulta aplicable al precio elevado de las cosas de uso común: Diría Perogrullo: si todo es caro, es que hay carestía.
La carestía y la escasez son cómplices y operan juntas en agravio de las economías más precarias: contra las naciones en conjunto, contra una región continental, contra las finanzas privadas y públicas de toda nación y ¿por qué no? también sobre la diminuta economía de los hogares de clases media baja y baja de cualquier país.
La carestía y la escasez sobrevienen por varias causas, pues las hemos sufrido como típicos resultados de las guerras mundiales o regionales. Los países culpables de estos eventos construyeron el negativo paradigma de la “post guerra” para justificar el derrumbe económico causado a las naciones involucradas y a los terceros perjudicados: el resto de los países del mundo.
Durante los siglos XIX y XX los soldados de los Estados Unidos fueron lanzados a varias guerras de motivación colonialista, amparados en la consigna “América para los americanos” que alentó las invasiones estadounidenses sufridas por México y otras naciones del continente Americano. Luego intervino USA en los conflictos bélicos mundiales de 1914 a 1918 y de 1939 a 1945. Su afán no concluyó con los eventos, ya que después siguió Vietnam, Corea y Oriente Medio. En todos estos conflictos estuvo en juego los intereses económicos de las ocho naciones más desarrolladas del orbe. Y si ello acaeció en el siglo XX, ¿cómo no esperar que sucedan casos parecidos en los tiempos de la globalización económica, social y política que les resultan asaz importantes?
La guerra contra Irak mandó al traste la economía estadounidense. Los ciudadanos, acostumbrados a que las guerras eran un factor de efímera aceleración económica, se sintieron felices al ver los almacenes repletos de compradores, el incremento en las cifras récord del ramo automotriz y un repunte alentador en el mercado inmobiliario, especialmente causado por el apoyo fiscal al sistema bancario para financiar vivienda económica.
El año 2008 se inició con una aparente normalidad en cualquier entorno geográfico; sin embargo en todos los gobiernos del orbe se sabía que Estados Unidos confrontaba serios problemas económicos que tarde o temprano iban a conducir a aquel país a una crisis financiera tan grave como la de 1929.
La guerra contra Irak no ha concluido y no tiene para cuándo concluir. No es una baba de perico lo que gasta el Gobierno de Washington en mantener, fuera de su país, a decenas de miles de soldados. Tampoco es un secreto el gasto en equipo y materiales de guerra. Este excesivo gasto golpea y daña de manera inexorable a todas la cadenas y engranes que mueven la crematística global, así que los efectos en México no son pequeños, ni efímeros.
En el lapso que dure ésa y otras guerras que subsisten en la región del Oriente Medio en los otros países, como México, va a subir de precio los combustibles y los comestibles, se producirán consecuentes altas y bajas en los índices de las bolsas de valores, habrá lesión al consumo de los productos industriales, en el valor de las acciones y bonos de las fábricas, y se desatará la inflación en el mercadeo de productos básicos ante el alto costo de los insumos y la reducida capacidad adquisitiva de las amas de casa. No nos extrañe ver la quiebra de muchos negocios nacionales y la posible bancarrota de toda la economía mundial.
El presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, habló a los mexicanos el lunes por la noche sobre la inestabilidad de la economía nacional, implicando con la presentación de su plan de neutralización de efectos que la economía del país está a punto de ser arrollada por la virtual quiebra financiera de Estados Unidos. Esto, sin duda, significa un aviso inquietante ante una inminente crisis de peligrosas dimensiones.
El plan unilateral adoptado por el presidente de la República es plausible en su aspecto humanitario, pero su proyección entraña riesgos no considerados para la economía nacional, pues intenta cancelar una potencial hambruna colectiva con medidas netamente populistas, onerosas e imposibles de sostener por mucho tiempo.
No sólo se trata de subsidiar la economía de millones de hogares, sino también su consumo de gasolina, sin hacer distinción de niveles económicos y sociales. Lo propuesto por don Felipe Calderón Hinojosa creará una pírrica reacción de felicidad en millones de mexicanos, pero nadie sabe lo que podrá durar sus perjuicios. ¿Habrá dinero suficiente para subsidiar a todos los mexicanos por todo el tiempo que pueda prevalecer la crisis económica?
¿Por qué no se considera que el dinero destinado a sufragar el apoyo a los mexicanos procede de recursos inflacionarios del petróleo y por lo tanto no resultan permanentes, ni son sólidos ni serán inagotables? Apagar la lumbre con gasolina no es buen remedio.