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Paranoia en el ensueño

Hora cero

Roberto Orozco Melo

El columnista no necesita despertador: cada mañana abre los ojos quince minutos antes de que sean las siete horas. Ayer le hubiera gustado quedarse más tiempo en la cama: hacía frío, mucho frío. Se arrebujó en las cobijas y cerró los ojos: no le caerían mal algunos minutos más de somnolencia.

Pero el columnista no pudo recuperar el sueño y sucedió, como suele suceder a todas las personas, que en la duermevela se nos vienen encima las paranoias de los decenios setenta y ochenta del siglo pasado: el diario incremento de los artículos de primera necesidad, las alzas de los servicios de energía eléctrica, gas natural y agua potable, etc. La escasez y la carestía del crédito. Las quiebras. Así mejor sería levantarse y pensar positivo, como piensan los funcionarios gubernamentales. Se incorporó del lecho, lo abandonó con un mohín de indiferencia y se asomó a la banqueta a recoger los periódicos de la mañana. Increíble: un matutino anunciaba en cabeza principal: Recetan otra alza en luz.

Buscó el switch de la lámpara del zaguancillo para leer bien la noticia, pero se detuvo antes de cometer tal desatino (si era un alza había que ahorrar) y buscó la ventana para poder leer con luz natural. Pero primero vio la fecha del periódico para cerciorarse de que el citado aumento de la Comisión Federal de Electricidad no fuera a ser, simplemente, el que aprobó en diciembre de 2007 el Congreso de la (des) Unión y que con uno de esos éxtasis de generosidad (en el caso hacia los empresarios) pospuso el presidente de la República para el mes de enero.

Era otro incremento: la CFE asegundaba el otro aumento, así que habían hecho llover sobre mojado; al alza del 8 por ciento de diciembre—enero se le agregaba del 1.6 al 4.5 por ciento, de acuerdo a los horarios de consumo. La tarifa punta había subiría 1.8 por ciento en febrero sobre tarifa ya incrementada en el mes anterior, que intentó poner a la industria nacional en condiciones de competitividad.

Tanto la Secretaría de Hacienda, que parece estar en un predicamento por la reforma fiscal del año pasado, como la propia CFE, declararon que el arrión tarifario no es alza, incremento o aumento, sino consecuencia de una nueva fórmula (¿?) que “refleja con mayor exactitud el costo de los energéticos así como su participación en la generación de electricidad”.

“¿Cómo dijo que dijo?” El columnista quedó estupefacto, por no decir estúpido. (¿Qué pensarán de nosotros los consumidores estos señores de la tecnocracia?) Luego llegó al párrafo en que los reporteros intentaron ofrecer una referencia más clara de la causalidad de los aumentos y, otra vez la burra al máiz: “obedecen a una nueva fórmula ‘que refleja con mayor fidelidad’ las variaciones de los precios de los combustibles usados para generar luz, como son el combustóleo, gas natural, diesel natural, carbón importado y carbón nacional”.

Entonces el columnista dijo: “Ah, vaya” y empezó a desconectar todos los aparatos eléctricos de su casa, puso el jarro de barro con cuatro tazas de agua y café para que hirvieran sobre la hornilla de la estufa y mordiendo una “chorreada” de las que hace Chuy Mena, pensó que a pesar de todo no estábamos, todavía, instalados en la inflación galopante de los años setenta y ochenta; lo que sucedía era que el combustóleo, el gas natural, el diesel industrial, el carbón importado y el carbón nacional subieron de precio y claro, dichas subidas no repercuten porque no existen esos combustibles en la imaginaria canasta básica. “Esto no es inflación, qué barbaridad, ya decía que todo era una paranoia. Cómo necesitamos que los sabios de Hacienda y de la CFE nos orienten: los nervios son malos consejeros”.

En México inflación es la palabra más eludida en la crematística oficial. En el diccionario de cabecera del columnista dicho vocablo tiene tres acepciones: 1) Acción y efecto de inflar 2) Emisión excesiva de billetes de banco y 3) Fenómeno económico consistente en la subida de precios, debida a un desequilibrio entre el dinero existente y las mercancías ofrecidas.

El Banco de México defiende a toda costa la invulnerabilidad de su política antiinflacionaria. Tiene en caja recursos económicos que justifican su posición. Hay dólares en reserva suficientes para estabilizar cualquier desequilibrio entre el dinero y mercancías consumibles. El “blindaje” del Banco de México podría evitar una devaluación, sin duda alguna, pero ¿hasta cuándo y hasta cuánto podrá durar la reserva del dinero norteamericano que se puede inyectar al mercado?

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