La Pasión de Cristo en Iztapalapa, que este año se celebra en el marco de la Semana Santa del 16 al 22 de marzo.
Buscan que La Pasión de Cristo en Iztapalapa sea Patrimonio Intangible de la Humanidad ante la UNESCO
La celebración de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, que este año se celebra en el marco de la Semana Santa del 16 al 22 de marzo, con su carga de vivos sentimientos religiosos, participación comunitaria y tradiciones populares, podría ser designada Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Su trascendencia es tal que el Comité Organizador de la festividad y la delegación política en Iztapalapa anunciaron que, en breve, se propondrá a esta fiesta anual como nuevo Patrimonio Intangible de la Humanidad, ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Esto debido a que esa representación en el pueblo de Iztapalapa es una de las más importantes de México y del mundo, tanto por la cantidad de actores que intervienen en ella, como por el número de espectadores que asisten, superior a los dos millones de personas.
La historia de esta costumbre en México se remonta a septiembre de 1833 cuando una epidemia de cólera morbus devastó a la población de Iztapalapa, cobrando la vida de cientos de personas.
Fue tan extenso el daño, que una procesión de niños y jóvenes, a quienes no atacó la enfermedad, se dirigió al Santuario del Señor de la Cuevita para celebrar una misa e implorar al santo que acabara con la epidemia.
Luego, el 14 de octubre de 1833, se registró la última muerte por esa epidemia. Atónitos ante el milagro, los habitantes de Iztapalapa prometieron celebrar, anualmente, una misa en recuerdo del favor recibido.
Así lo explica el libro Pasión en Iztapalapa, prologado por Juan Villoro y publicado por Trilce, Oceáno, en su capítulo “La pasión de Cristo. Del Ganges al Señor de la Cuevita”. Más tarde, en 1843, se inició la representación de la Semana Santa que en 2008 cumple 165 años de llevarse a cabo.
No siempre los habitantes representaron a los protagonistas de la pasión. En épocas pasadas, se acostumbraba utilizar imágenes de santos que pertenecían a la Parroquia de San Lucas y al Santuario del Señor de la Cuevita.
Aun cuando no hay un registro exacto de cuándo se comenzó a representar a los personajes, con los años y dado el creciente número de personas que quisieron participar, se conformó el Comité Organizador de Semana Santa en Iztapalapa A.C., que se encarga de emitir la convocatoria para concursar por los papeles protagónicos.
Entre los requisitos fundamentales destacan el ser nativo del pueblo de Iztapalapa y ser católico de intachable reputación, en tanto, para quienes deseen representar a Jesús y a María, los candidatos deben ser solteros, explica Juan Villoro en el epílogo del texto.
“Un currículum típico del Cristo de Iztapalapa: cinco años de nazareno, tres de apóstol, uno de leproso, uno de hebreo y tres más de aspirante al papel protagónico”, expresa el también periodista y sociólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Aunque los acontecimientos sucedan del Domingo de Ramos al Sábado de Gloria, explica Villoro, los papales se discuten, se sueñan y se ensayan todo el año. “Más que ante una representación, estamos ante una manera de asumir el destino y la vida diaria”, dice.
Refiere que “los protagonistas se sirven de sus precarios objetos con solemnidad simbólica. Los ángeles llevan alas de pollería, las espadas y los yelmos son de honesta ferretería, Judas lanza al público monedas de chocolate, la corona tiene espinas de huisache y los soldados ostentan cascos con cerdas de escoba”.
Iztapalapa, agrega, “no apuesta a la producción de un hecho que parezca real, sino a crear una realidad comunitaria. No se trata de otorgar novedad al drama más conocido de Occidente, sino de incorporar la pasión a la autobiografía y transformarla en experiencia colectiva”.
El reparto de la puesta en escena es un frondoso árbol genealógico. “Hay familias que han aportado varios nazarenos, un par de Pilatos, numerosos judíos e incluso dos Cristos”.
En La Pasión según Iztapalapa, comenta Villoro, “todo es genérico, colectivo. Ningún personaje se individualiza, ningún gesto vulnera lo hecho en otras ocasiones, pero no siempre es apasionante, hay pasajes en los que se recorren calles sin que suceda nada y a veces se pierde la perspectiva”.
“Mezclados con los protagonistas caminan los vigilantes y los enfermos, los voluntarios de lo que sea y los profetas de ninguna parte. Los músicos llevan instrumentos y zapatos tenis desconocidos en Galilea, y a cada paso demuestran que se puede entrar y salir de tierra santa”, agrega.
Para Villoro, la Pasión “desemboca en las cruces que todos desearían evitar; pero permiten que persista la dolida memoria. Una vez más, Pedro niega a Jesús y funda su iglesia. Una vez más, Judas lo traiciona y se arrepiente. Cristo cumple su destino en el Cerro de la Estrella. Todos han llegado ahí para no olvidar, para no ser olvidados”.
Aunque no es difícil encontrar antecedentes rituales en la gesta, escribe el sociólogo y periodista, “quizá lo más inusual de la Pasión en Iztapalapa sea la mezcla de lo cívico y lo religioso.
Gobiernos laicos y jacobinos han apoyado la ceremonia
“Benito Juárez fue determinante en los inicios del festejo. Es cierto que eso ocurrió antes de que se promulgaran las Leyes de Reforma; pero tampoco hizo nada para impedirlo en años posteriores”.
Por su parte, Emiliano Zapata prestó sus caballos para la puesta en escena, lo que demuestra, comenta Villoro, que el arraigo popular de la Semana Santa ha creado vínculos que rebasan el culto religioso.
“Lo que ahí se pone en juego es la toma organizada de las calles para un drama de gloria, sacrificio y redención. El Domingo de Ramos, Cristo recorre una hospitalaria Jerusalén de Iztapalapa con un vasto séquito, en el que participan vecinos de la zona, quien agita palmas celebratorias.
“Luego sobreviene el repudio, más tarde la traición, y por último el calvario, esencial para que la injusticia roce el espanto y perdure en la imaginación de la gente”.
Villoro expone que “abundan los curiosos que declaran no saber por qué murió Cristo, pero también los cazadores de milagros, aquellos que recuerdan episodios de especial escalofrío, como el año en que tembló durante la crucifixión”.
“La fiesta conmueve por la llaneza de su intención. No se va a Iztapalapa en pos de un Cristo Superestrella, de un mesías humanizado por la última tentación de una mujer, de un semidiós rebelde que repudia a su padre y libera a los esclavos. La puesta es convencional y el propósito sencillo: Reiterar lo que han hecho los mayores”.