Cuando escribo, lo que más disfruto es escribir; cuando estoy en la radio, lo que más disfruto es hacer radio; y cuando estoy en la televisión, lo que más disfruto es hacer televisión. Cada área la disfruto intensamente. ¡Qué afortunado es Joaquín López Dóriga!, pienso cada vez que escucho este mensaje en Radio Fórmula. ¿Qué porcentaje de las personas en el mundo podrían decir lo mismo acerca de su trabajo?
Valdría la pena preguntarnos, querido lector, querida lectora, si nos apasiona lo que hacemos. Las preguntas clave para saberlo son dos: ¿Lo harías aunque no te pagaran? y ¿Te levantas con gusto por las mañanas? Esta última me recuerda la plática que sostuve con un compañero de algún seminario, y que durante el café me comentó lo siguiente:
Fíjate Gaby que estudié Medicina y me especialicé en Neurocirugía, la cual practiqué durante diez años. ¡Diez años! en los que me dediqué a hacer lo que mi papá y abuelo habían hecho y que influyó mucho en mi toma de decisión. Sin embargo, en el fondo siempre me sentía inquieto, inconforme, pero no me atrevía a dar el paso: a hacer lo que toda mi vida había soñado. Un día, después de una crisis y un profundo cuestionamiento, me armé de valor, renuncié a mi profesión y, no sin dificultades, abrí mi primer restaurante de carnes argentinas. Ahora ya tengo una cadena de ellos, y te puedo decir que fue la mejor decisión que he tomado. A mi papá y a mi familia les tomó mucho tiempo aceptarlo y apoyarme. Hoy te puedo decir que me levanto con gusto por las mañanas. Y para mí eso es lo importante.
Cuando nos dedicamos a hacer lo que nos gusta, nos sentimos vivos, plenos, conectados. Ignoramos el paso del tiempo. Fluimos, como diría Mihail Csikszentimihalyi, quien acuñó este concepto.
“Los tres elementos a valorar cuando hacemos una tarea son: aceptación, gozo y entusiasmo”, afirma Eckart Tolle en su libro A New Earth. Cada uno de ellos representa una frecuencia de vibración en la conciencia. Necesitamos estar atentos y asegurarnos de que alguno opere cuando hacemos algo -desde la tarea más simple, hasta la más compleja-. Lo determinante, dice Tolle, es que si al hacer algo no sentimos ninguno de los tres, entonces revisemos de cerca y comprobaremos cómo creamos sufrimiento en nosotros y en los demás.
ACEPTACIÓN
Si una noche lluviosa te toca cambiar la rueda del coche en una carretera en medio de la nada, seguramente no lo vas a disfrutar. Pero si eso es lo que la situación o el momento requiere que hagas, pues por lo menos acéptalo. Así con cualquier cosa que se presente. Al hacerlo, lo que conseguirás es paz. Es una manera de rendirte conscientemente.
Ahora, continúa Tolle, que si lo que haces no lo puedes disfrutar ni aceptar, detente, no lo hagas. Porque no estás siendo responsable de lo único que importa: tu conciencia y tu vida.
GOZO
Cuando te enfocas en el presente, en lugar del pasado o futuro, tu habilidad para gozar lo que haces —y con ello tu calidad de vida— aumenta sensiblemente.
No tenemos que esperar a que algo “significativo” llegue a nuestras vidas para por fin disfrutar lo que hacemos. Hay más significado en el gozo mismo de lo que jamás necesitaremos. El “esperar para empezar a vivir” es una ilusión que rara vez llega. Es más probable que el cambio positivo llegue a nuestras vidas si, como mi amigo Joaquín López Dóriga, también disfrutamos intensamente lo que ya hacemos.
Por lo pronto, tengo el privilegio de levantarme con gusto por las mañanas, y —que no se enteren mis editores— seguiría escribiendo feliz aunque no me pagaran.
