Sin duda, ser padre de familia nunca fue fácil; ahora se ha transformado en una labor más difícil de cumplir. Los cambios en el comportamiento, conforme a la nueva jerarquización de valores, han hecho lo suyo: separar a las generaciones y crearles serios problemas para comunicarse.
Esos comportamientos tienen mucho qué ver con los cambios promovidos con la llegada de la Sociedad del Conocimiento, haciéndonos cada vez más pobres o más ricos, con sobreabundancia de pocos y carencias de muchos, sobreinformados y hasta manipulados.
Este es período de cambio, como dice Bertrand Russell: “En los momentos de transición, el mundo tiende a ser desgraciado”, postura radical y fatalista que no deja de tener fondo de reflexionada razón. Recuerde que algunas empresas exploradoras de opinión han dicho que, curiosamente, los más ricos son menos felices que los pobres y que los segundos, viven a cada día mayor desesperanza.
El cambio de relación entre padres e hijos tiene más causales: la promoción de intereses materiales y la publicidad marcada, que favorece el consumismo y búsqueda del cómo evitar que el receptor piense: ser “inspiracional”, caso de la televisión, o “despertar sensaciones” que induzcan a comprar, conceptos que cualquier estudiante de mercadotecnia conoce y trata de aplicar, aún más grave cuando no se les impulsa a reflexionar a través de cursos motivadores del humanismo.
En esos nuevos valores ha aparecido la defensa de minorías; nada más justo que atender a los que han sufrido vejaciones y daño en su dignidad de humanos; desgraciadamente, también ha dado instrumentos para su manejo malvado.
Hoy, un hijo menor, puede recibir agresión y desconcierto al observar travestís en la calle, quienes hacen uso de sus derechos individuales; igual sucede con el niño que se propone denunciar a su padre como golpeador –mintiendo sin medir consecuencias– y logra que lo penalicen. En el Distrito Federal se promueven leyes que castigan con multas severas y hasta cárcel a papás que se atrevan a “nalguear” al hijo.
La consecuencia: los padres ya no saben cómo educar a los hijos y los menores van perdiendo el sentido de respeto a sus mayores, sin tener el aprendizaje de compromiso personal, social, saber obedecer y tener responsabilidades en casa, llegando hasta disgregación de la familia, porque: “si no me educaste –ayudaste a ser mejor– nada te debo”.
En los años setenta, del siglo anterior, proliferaron ideas de un Dr. Spock, del daño que se le hacía a un niño por castigarlo físicamente, gritarle y/o amonestarlo severamente. Ahora, esa permisividad a los hijos ha ocasionado que muchos, ya mayores, resientan que les faltó ayuda para orientar su vida; “no le digas así porque se trauma”, “el niño no es flojo, está confundido” y otras frases similares, han dejado a los padres sin argumentos.
Más allá: existen adultos que opinan erradamente: “no los beses porque les confundes”, “no lo premies porque su hermano va creer que lo quieres más; a los dos o ninguno”, aunque sólo el primero haya trabajado y merezca el reconocimiento del padre. No recuerdo casos de castigos razonables que hubieran provocado “traumas” en muchachitos de mi generación y sí, muchos testimonios en contrario.
Un principio de educación dice: “el niño no se rebela a la autoridad; lo hace ante el abuso o exceso”; unos serán rebeldes y los otros “malcriados”. Igual de negativo es maltratar –verdaderamente– a un menor, que negarle el derecho a la orientación. Confucio decía: “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío”. ¿Qué piensa?
Actualmente se dan más casos de desatención paterna, máxime con los cambios de vida social que requieren mayor esfuerzo laboral, sacrificando tiempo de convivir en familia; otros, mal aconsejados por quienes ofrecieron aquellas ideas “psicoanalíticas” de moda los “dejaron ser” y ahora empiezan a vivir las consecuencias.
En días pasados recibí un correo, en referencia a Pelé, que al parecer vio envuelto en líos de drogas a su hijo; dijo: “como cualquier padre, es triste ver a tu hijo metido en grupos como ése y ser arrestado; pero él tendrá que sufrir las consecuencias”. Y agregó, “desafortunadamente, yo quizá estaba demasiado ocupado y no me di cuenta”.
Cuando recuerdo los “cintarazos” que recibíamos o los “coscorrones” de mis maestros, dimensiono la diferencia en cuestiones de educación. Claro que la agresión tampoco es lo más indicado, pero sin duda no fue tan “nefasta” como dejar al hijo o alumno a la deriva, sin orientación.
Ser padre no es un concurso de simpatía.
El tema es importante y ojalá sepamos encontrar el justo medio, como dice el refrán popular: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”. Lo invito a analizar el problema y que obre en consecuencia y si usted es papá: felicidades en su día.
ydarwich@ual.mx