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Patriotismo y política: conceptos opuestos

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

“Escriba del patriotismo, no de política” me dijo un amable lector hace unos días en tono admonitorio, quizá inspirado por los días patrios recién conmemorados. Como diría cualquier poeta romántico, aquella demanda me clavó una espina de incertidumbre en el bulbo raquídeo, Ante mi lap-top y puesto a pergeñar mi semanaria colaboración, barrunto: ¿Quería el señor que escribiera de política, o de la política o de los políticos? Y como deduzco que no para las tres opciones, agrego que el patriotismo no debería mezclarse y menos compararse o unirse a la política, ya casi destruida por los animales políticos (Aristóteles lo dijo) del centro geográfico del país.

Para lo hablar de política como ciencia remontaríamos los siglos hasta llegar a los tiempos de Sócrates, Platón y Aristóteles, bien puestos a interpretar las profundas ideas sobre el tema expresados por los filósofos de la antigua Grecia: tarea prolija y reflexiva que invertiría muchas horas glúteo y acabaría por ser un análisis de hermenéutica quizá inteligible, pero muy complejo y abundante.

Mas si la intención de aquel lector era leer algo breve e insustancial sobre la política vacua y demagógica (perdón por la redundancia) que tenemos en México, habrá de perdonarme. Sería preferible que escuchara un programa de radio en la capital de la República sobre la grilla y los grillos de la política. A lo mejor, quizá, quién sabe, le gusta.

De estos días de la Patria sólo puedo rescatar dos hechos notables: uno dramático y lamentable; el otro digno de registro en los anales del récord mundial de Guiness. Del primero recupero el desgraciado suceso de la noche del Grito de Independencia en la plaza principal de Morelia, Michoacán, en que murieron varias personas y muchas más resultaron con heridas graves o leves. Acto condenable en todos sentidos, que impactó en todos los mexicanos para incrementar el estado de nerviosismo social ya patente. Quizá por ello la trémula e indignada respuesta del presidente de la República que obliga a la toma de decisiones enérgicas y puntuales, si hay quienes las ejecuten.

El segundo hecho destacable fue la triple función que los representantes de nuestra inconcebible clase política presentaron con el tema del Grito de Independencia: Andrés Manuel López Obrador, el regente en funciones de gobernador (o al revés) Marcelo Ebrard y el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa. Tres pequeños Gritos, tres, a cambio de uno que desde el siglo XIX era tradicional en los balcones de las casas de Gobierno de todo el país; desde el deslumbrante Palacio Nacional, a los palacios de los gobiernos estatales y los modestos edificios públicos de las 2490 presidencias municipales de toda la República.

La ceremonia del quince de septiembre ha sido siempre, por lo menos en nuestro estado, un evento popular que los gobernadores han privilegiado, a pesar de que algunos se rehusaban a protagonizar, vista y oída la facilidad con que una multitud anónima puede expresar en voz crítica muy alta y sin censura la opinión que les merecen los funcionarios principales del país, de los estados y de las municipalidades.

En Saltillo no fue así, por lo menos anteayer. La gente saludó a su gobernador con vivas y aplausos y luego corearon unánimes su vitoreo a los héroes de la Independencia nacional. Además cantamos el Himno Nacional; pero en México, Dios mío, AMLO repitió su ya conocida e inocua lucha por descalificar al presidente Calderón, por soslayar a su compañero de partido Marcelo Ebrard y por sentir, siquiera unos minutos, que es él y no el que fue electo por el pueblo, el dueño del mandato ciudadano. AMLO, Manlio y Gamboa, más sus respectivos congéneres recién habían acabado, como lo prometieron, con el informe presidencial. ¡Qué lástima! Aquel evento anual, tan arraigado buscado e identificado con todos los mexicanos, quedó convertido en un soso, por no decir sonso que equivale a insulso, ceremonial de pocos minutos y espectadores que prodigiosamente convirtió el antiguamente jefe del Gabinete presidencial y encargado de la política interior del país (léase secretario de Gobernación) en un simple empleado del Servicio Postal Mexicano, por no citar a Estafeta o a cualquiera otro servicio de mensajería. Un brevísimo mensaje: “que aquí les manda Felipe” hubiera conmovido más a los senadores y diputados presentes, coautores por cierto del aniquilamiento mediático de todo el protocolo trascendente en torno al informe anual del presidente.

Pero así están las cosas en este país y así seguirán mientras la Presidencia de la República sea un juguetito de algunos tecnócratas convertidos en políticos. Ya experimentamos con el deplorable Vicente Fox y estamos observando que la partidocracia gobernante hace todo lo posible por desmadrar a la buena política. El patriotismo es algo más elevado: tiene que ver con la fidelidad a nuestros orígenes, con la lealtad a nuestras leyes fundamentales, con la defensa a nuestras costumbres y tradiciones, con la permanencia de nuestros principios fundacionales en nuestro corazón colectivo. La patriotería, que algunos profesan, es solamente expresable mediante vocablos peyorativos: jingoísmo, xenofobia, chovinismo… ¿O no?...

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