En mis tiempos, cuando se usaba el término “pecados de juventud”, la expresión generalmente tenía una connotación venérea. O sea, que guardaba relación con el amor y sus consecuencias. A fin de cuentas, era una manera elegante de decir que la muchacha había salido con domingo siete; o que el ya-no-tan muchacho tenía por ahí una bala perdida que ya mero termina la primaria, fruto de la irreflexión e inconciencia que tanto abundan en épocas juveniles.
Pero hay otro tipo de pecados de juventud: los que se cometen por la irreflexión y el fanatismo ideológicos. Los que se hacen al impulso de la pasión política, cuando no se tiene siquiera suficiente edad como para saber qué camisa va con qué calcetines. De acuerdo, de acuerdo: hay gente de setenta años que sigue sin saberlo. Y se le nota.
El caso es que esos pecados de juventud tienen la irritante tendencia de reaparecer décadas más tarde para fastidiar a gente famosa. La cual, por serla, queda feamente expuesta a la crítica o el escarnio públicos.
Así, en tiempos recientes tres notables personajes del ámbito germánico tuvieron que enfrentar su pasado, y responder por sus acciones, en tiempos del Tercer Reich: Kurt Waldheim, presidente de Austria, como miembro que fuera de las SS; el novelista Günter Grass, de quien recientemente nos enteramos participó en una unidad de las Waffen-SS al final de la guerra, siendo que siempre había sido crítico del nazismo; y el Papa Benedicto XVI, quien intervino siendo adolescente en una batería antiaérea, como parte de las Juventudes Hitlerianas… a las que era forzoso afiliarse en aquellos aciagos tiempos.
Waldheim salió mal librado: se convirtió en un paria dentro de la comunidad internacional. La discusión sobre Grass continúa a la fecha, animando el cotarro intelectual alemán. Y lo que hizo el joven Ratzinger puede encuadrarse en el apotegma: “Pecados son del tiempo, y no de él”.
Y ahora resulta balconeado un hombre muy conocido, que según esto tiene un pasado siniestro. De acuerdo a versiones periodísticas, el novelista checo Milan Kundera, cuando tenía apenas 21 primaveras, se convirtió en un soplón de los servicios de inteligencia comunistas de su patria. Y a consecuencia de una delación suya, un espía reclutado por Occidente fue descubierto, y pasó 22 años en prisión.
En esos tiempos Kundera era un entusiasta comunista: haber delatado a un espía hubiera sido considerado, por él, un acto patriota. Además de que, para sobrevivir en los países del otro lado de la Cortina de Hierro, más le valía a uno colaborar con la tiranía.
Pero Kundera dice que jamás hizo nada por el estilo, que él no delató a nadie y que todo el asunto es un infundio de pésimo gusto. O sea, lo niega todo. O no quiere enfrentar su pasado y expiar lo hecho entonces. O está teniendo una memoria muuuuy selectiva. O, efectivamente, se trata de un error. Habrá que ver en qué termina todo. Y si Kundera, efectivamente, es alcanzado por un pecado… de hace más de medio siglo.