Estaba por cerrar la clínica en la noche, cuando llegaron tres personas, la mayor de ellas me preguntó si podía revisar un perro que no podía caminar, antes de bajarlo de la camioneta me explicaron que el perro se encontraba bien hace unos días, hasta que lo llevaron a vacunar y empezó el problema.
Tenía en la mesa de exploración a “Doni” un cachorro de labrador negro, estaría por cumplir cinco meses de edad aproximadamente, se encontraba serio y triste, carecía de esa chispa de los cachorros de su raza, llenos de vigor con ese don de agradar a toda persona quien le conoce. Al verle inmediatamente noté el problema, una vez más un cachorro que podía tener toda la vida por delante, había contraída una de las enfermedades más letales de los perros, desafortunadamente no existe la cura para este mal. El siguiente paso sería tratar de explicar al dueño que su mascota estaba destinada a morir, mientras seguía observando la incoordinación y los espasmos musculares del cachorro que son tan característicos en el “Disteper canino”, también conocido como “Moquillo”.
Antes de dar mi diagnóstico hice una serie de preguntas para confirmar la enfermedad; vacunas que aplicaron antes de utilizar la que supuestamente había causado su enfermedad, contacto con otros perros, tiempo que transcurrió de haber presentado los primeros signos de la enfermedad, todo coincidía con la sintomatología del “Moquillo”.
Para entonces se encontraban en la clínica cinco personas, todas ellas trabajadores de la construcción, sus atuendos y la herramienta sobre la camioneta donde traían a “Doni” era característica. La persona mayor con la que me dirigía se notaba que era padre de alguno de ellos y líder del grupo. Lamentablemente nos enfrentamos con una enfermedad conocida como “Moquillo”, le dije y expliqué las características principales de la enfermedad, incluso le di la razón de la vacuna que aplicaron había ocasionado que los signos se manifestaran con mayor rapidez, pues el virus ya lo había contraído con anterioridad y la vacuna que está hecha a base del mismo “microbio” provocó la aceleración de la enfermedad.
Desafortunadamente la mortalidad es muy alta y la mayoría de los tratamientos resulta inútil, y en caso de que lleguen a sobrevivir quedan secuelas nerviosas de por vida, mientras nos enfrentaríamos con cuadros de convulsiones, infecciones respiratorias y digestivas, entre otras, tal vez lo más recomendable es ponerle a dormir. Al decirle esto, su dueño me miraba con cierta incredulidad, le sugerí que pensara con calma la decisión, incluso podía consultar otra opinión.
Quise justificarme diciéndole que le hablaba con franqueza, lo de menos sería hospitalizarle con el fin de “salvarle la vida” y darle falsas esperanzas, hacerle sentir que hicimos todo a nuestro alcance, pero no era de las personas que trabaja con argumentos no éticos.
Me di cuenta que le tomó por sorpresa el diagnóstico que le di al dueño de “Doni” y sobre todo “mis consejos”, que después de meditar unos segundos, reaccionó diciendo que me creía, ya que sabía mi trabajo, aunque noté sus palabras con un ligero aire de resentimiento, pero sin el afán de ofender.
No es la primera vez que me pasa, hay cierto sentimiento de culpa, y estoy seguro que mis colegas también habrán estado en la misma situación, en muchas de las ocasiones nos sentimos culpables o maniatados cuando no hay nada que hacer, cuando tenemos que comunicar a sus dueños la enfermedad mortal que padecen, sobre todo si la familia está presente y los sollozos de los niños no se hacen esperar, es frustrante, hay quienes se molestan y hasta tratan de buscar un culpable, otros sencillamente llevan a su mascota con otro veterinario al dudar de nuestro diagnóstico, algunos lo reciben y hospitalizan al perro, no sabría decir si es por falta de experiencia que no distinguen los signos de la enfermedad, o ven al paciente que representa algunos pesos, sabiendo de antemano que entregarán resultados negativos.
Me di cuenta que el dueño de “Doni” dudaba en tomar esa decisión tan importante, así que le di la otra opción, podíamos ayudar al cachorro a sentirse mejor, le aplicaríamos analgésicos, vitaminas y antibióticos para las infecciones colaterales que le resultaran a causa del virus, no sanará del “Moquillo”, todo dependerá de la resistencia de su organismo para su restablecimiento, sin haber necesidad de hospitalizarle.
Pasaron algunos segundos y el silencio invadía el consultorio, se hizo largo ese lapso de tiempo cuando me dijo el señor, ¡inyéctelo doctor! Esperé a que continuara con las indicaciones para saber qué inyectarle; la sobredosis de anestéstico para dormirlo definitivamente, o los analgésicos y el complejo B, para que mejorara temporalmente sus malestares.
Me sentí mal al no actuar de manera inmediata, sólo sentía la mirada del público que esperaba algo de acción de parte mía, me preguntaba mentalmente ¿a qué inyección se refería? No tuve más remedio que preguntarle ¿a qué inyección se refiere? Me dijo de inmediato, para que se sienta mejor claro, ¡No la de dormir!
Fue la última vez que vi a “Doni”, sólo espero que su organismo haya vencido el terrible virus que se pudo evitar “con una vacuna a tiempo”.
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