Los países árabes tienen en sus manos el fiel de la balanza de la seguridad que es indispensable para el desarrollo económico mundial, cuya vinculación a la estructura actual de producción, la paz del mundo depende a su vez del desenvolvimiento ordenado de las economías nacionales y del éxito que se tenga en su combate al hambre y la pobreza.
En el esquema agrícola e industrial actual el predominio del petróleo es tal que su abasto regular y seguro es piedra angular. La función que en este sentido ejercen los países árabes del Oriente Medio y sus vecinos inmediatos es crucial, que reúnen el 35% de la producción mundial.
Arabia Saudita exporta 8,600 millones de barriles diarios equivalente a 10% de la exportación mundial. Con una producción de unos 10 millones de barriles diarios, lo que significa el 16% de la producción mundial que asciende a 82 millones de barriles. Junto a Kuwait y los Emiratos suman el 40% de las 10 principales reservas mundiales, entre las cuales está México.
El 30% de la producción mundial de crudo se centra en dichos países y los más industrializados dependen de sus envíos. Con un consumo de 21 millones de barriles diarios, Estados Unidos es el consumidor más grande de petróleo. De una importación de 12.3 millones de barriles diarios, 1.6 proceden de Arabia Saudita. 20% de la importación procede de Arabia Saudita, Kuwait y los Emiratos Unidos.
El caso de la Unión Europea es igualmente serio. Con todo y su producción del Mar del Norte, la región trae de fuera 9.5 millones de barriles diarios de los 15 millones de barriles que a diario consume.
Así, en buena medida los países de la luna creciente son garantes de la seguridad y equilibrio en el abastecimiento mundial del petróleo tanto para los países industrializados como para los “emergentes”.
Los países árabes del Oriente Medio no deben sucumbir a las presiones de las facciones radicales del Islam que son una constante amenaza a la estabilidad de la región. Permitirlo desencadenaría en el mundo una confusa etapa de bloqueos de producción y comercio con numerosas repercusiones negativas en la economía del mundo. El subsecuente reordenamiento de los actuales esquemas de suministro llevaría mucho tiempo para asentarse.
La amenazada acción de sectores radicales está prevista. Toda decisión estratégica tiene que evaluarse de acuerdo al escenario petrolero mundial. El resultado se bifurca: por una parte, se emprenden ambiciosos programas para producir energéticos “limpios” y para terminar con precarias dependencias geopolíticas. Por la otra, se buscan nuevas reservas para atender la demanda creciente de energéticos. Algunos observadores opinan que las reservas mundiales no durarán más allá de 40 años.
Estados Unidos canaliza importantes recursos fiscales a la producción de combustibles alternativos, a fin de desligarse en una década de su dependencia del petróleo proveniente del Oriente Medio: la promoción de los biocombustibles, como etanol o biodiesel, derivados de cereales, caña de azúcar o de diversas plantas desérticas, al lado de la promoción de la energía solar y de la eólica.
Hasta ahora nos hemos limitado a observar la gran revolución energética que se está gestando en todo el mundo por la que se transfiere la carga de fuentes alternativas. Esta nueva etapa anuncia grandes ventajas para nuestro país. Por una parte, si aumentamos la producción de etanol y biodiesel con ellos podremos abastecer un porcentaje importante de nuestras necesidades energéticas sin mermar demasiado nuestras decrecientes reservas petroleras con las seguiríamos abasteciendo a nuestros clientes tradicionales, inclusive, con mucho mejores precios.
Pero parecemos no tener tanta prisa en incorporarnos a los nuevos tiempos. Confiados en que no habríamos llegado a nuestro actual estado de desarrollo sin la exploración y venta al exterior de nuestro petróleo que no hace tanto tiempo fue el mayor rubro de nuestras exportaciones, parece que no acabamos de darnos cuenta de la gravedad que significa que nuestras reservas están en franca disminución, con la consecuente reducción de producción petrolera y la baja de los ya magros ingresos fiscales.
Todo indica que es inevitable que nuestro desarrollo tenga que descansar, más y más, de la actividad agrícola, ganadera, minera, de la capacidad manufacturera. Lo contrario significa seguir exponiendo nuestra economía a los tupidos riesgos petroleros domésticos y mundiales.
La reforma energética que tiene que negociarse este año en el Congreso de la Unión, puede abrir una nueva etapa de modernidad, emparejarnos al nivel de eficiencia de otros países y hacer que el petróleo mexicano se mantenga en el prominente lugar que ha ocupado en el mundo. Podremos evaluar y absorber los riesgos geopolíticos que mencionamos al principio de este artículo con la tranquilidad del que está seguro de contar con lo propio.
Coyoacán, julio de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com