Si no ponemos alto a las discusiones estériles como las de estos días entre los personajes políticos, muchos de ellos de la más perversa intención, nuestro país no podrá superar la montaña de problemas que se han acumulado a lo largo de las largas décadas del Siglo XX.
El tema del petróleo, en lugar de ser ocasión para buscar opciones viables para hacer de Pemex y la industria petrolera en general, una fuente de prosperidad, se está utilizando como ariete de ataque al Gobierno calderonista. México no ha madurado lo suficiente para que la Oposición sea leal a la nación. Todavía cree ser sólo un instrumento de antagonismo sin importar las consecuencias.
No podemos separar el petróleo de la cuestión fiscal. Ya para ahora nos queda claro a todos que el Gobierno depende en un 40% de las transferencias que Pemex le hace. El presupuesto está integrado en sólo el 9% por ISR y el resto predominantemente de lo que Pemex le cubre.
Una urgencia nacional consiste en que el Gobierno necesita más ingresos para realizar los múltiples programas sociales y de infraestructura que están en marcha y a la vez pagar su propio gasto administrativo corriente. Aumentar la recaudación es imperativo inaplazable. Mientras esto no se haga, los servicios sociales y los programas de desarrollo seguirán dependiendo de lo que Pemex pueda aportar. La dimensión demográfica de México hace evidente que el gasto gubernamental no puede limitarse sólo a la contribución petrolera.
Uno de los brazos del debate actual versa sobre la urgencia de obtener una recaudación fiscal mayor que la actual, de apenas un 10 ó 12% del PIB. Si Pemex dedicara mayor parte de su ingreso a desarrollar sus recursos e industrializarlos, tendría que reducir su aporte al fisco.
Lo anterior no quiere decir que nuestra economía esté petrolizada. Sólo una modesta parte del PNB es petróleo y sus derivados. De las exportaciones del país, de 250 mil millones de dólares, solamente una pequeña parte es petróleo crudo.
Pemex pues, está íntimamente ligado al problema fiscal de México. Al dejar de aportar al fisco como lo viene haciendo, éste se desplomaría y, con ello, prácticamente todo el tinglado de las economías estatales tanto federal como locales.
Pero todos sabemos que la baja en las reservas de Cantarel, hasta ahora la fuente principal de ingresos, obliga ampliar las actividades de Pemex para explotar al máximo yacimientos maduros, explorar nuevos y perforar en los más atractivos y prometedores como los de aguas profundas. Para ello, los recursos requeridos tienen que provenir o de una reducción de su aporte al fisco, o de financiamientos externos. La mayor eficiencia de operación, reducción de costos, incluso de personal sobrante, constituirá un aporte a la solución del problema, pero nunca suficiente.
Un tercer elemento viene, sin embargo, a poner límites asfixiantes a las posibles soluciones: se ha caído en un misticismo nacionalista elevado a dogma popular que insiste en que los recursos que Pemex requiere para su desarrollo han de ser únicamente propios o estatales. Ninguna participación de fuera es aceptable. No hay manera de romper el cerco... aparentemente.
Es aquí donde surge la paradójica solución. Pemex no puede recibir inversiones, pero sí hacerlas. En la refinería de Deer Park, Texas, se tiene una asociación accionaria con la empresa norteamericana Shell. De esa instalación recibimos buena parte de la gasolina que importamos, misma que representa el 70% de nuestras necesidades.
Siguiendo este ejemplo, podremos invertir en una refinería en Costa Rica, proyecto a largo plazo, que se está bajo estudio. El presidente de Brasil acaba de proponer que Pemex y Petrobras unan recursos para una gran refinería latinoamericana.
Después de todo, la verdadera “salida” a nuestras marañas mentales, sólo útiles para traducirse en estériles y, para muchos de nosotros, antipatrióticas discusiones partidarias, estará en saltar por encima de tales falacias y avanzar en nuestro desarrollo petrolero, al menos para surtir nuestro consumo doméstico, mediante producciones en el extranjero donde sí podemos aceptar participación privada, ¡aun la de otros Gobiernos!
Coyoacán, abril de 2008.
juliofelipefaesler@yahoo.com