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Petróleo y democracia

RENÉ DELGADO

La sobreexplotación de todo recurso termina por agotarlo, llámese éste petróleo o llámese éste democracia... y algo de eso se ha venido haciendo últimamente sin reparar en que las reservas del petróleo y las reservas de la democracia no son muchas.

En eso mucho ha tenido que ver la manía de la élite política por dramatizar y exagerar sus posturas, llevándolas incluso al nivel de la tragedia sin advertir que, a veces, esa sobreactuación le resta seriedad a su conducta y le suma un toque de comicidad.

Los polos del debate petrolero ilustran al respecto. Si no hay reforma, hay catástrofe; si hay reforma, hay vendepatrias; si no hay nada, pues ni modo... y vámonos a pelear por los festejos del bicentenario.

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Con todo y la pésima actuación de nuestros patriotas comediantes, en un descuido o en accidental acierto, quizá se pueda replantear la reforma petrolera y avanzar en la consolidación de la democracia. Cabe esa posibilidad si esos actores le bajan al drama, le meten al guión y no se tropiezan en las líneas de lectura de lo que está ocurriendo.

El debate ha recorrido cuatro de las siete etapas que comprende la reforma petrolera y, si, en los tres últimos tramos que le faltan, los actores de diestra, siniestra y ambidiestra se escuchan y atienden, a lo mejor se incrementan y refinan las reservas del petróleo y la política.

La cuestión es simple: con todo y brincos, desencuentros, chipotes, jaloneos y errores se está ante la perspectiva de concretar ambas posibilidades porque, en el fondo, la iniciativa original de reforma no existe más. La reforma petrolera no es más la iniciativa del presidente Felipe Calderón.

Vamos por partes. Hasta ahora, la reforma petrolera ha satisfecho las etapas de su tibio anuncio, su acelerada presentación, su brutal impugnación (la toma de la tribuna parlamentaria) y su jaloneado debate (los foros armados dentro y fuera del Senado). Le falta recorrer tres tramos en extremo delicados: la consulta popular, la integración de las posturas en una sola iniciativa y su culminación, o sea, su dictaminación y aprobación.

Estos tramos exigen, ¡ay!, qué dolor, grandeza y generosidad de todos los actores. Exigen salir de la idea de que nada sirvió el debate y la consulta, y aquí se va a legislar lo que yo propuse. Exigen salir de la idea de que nada sirvió el debate y la consulta, y por San Lázaro nomás no pasará. Exigen salir de la idea de que los ambidiestros sólo bailan al ritmo del vals sobre las olas.

Si no se da eso y, por el contrario, se sigue en el drama y la exageración de las posturas: el derrame de la política significará el agotamiento del petróleo.

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Viendo con frialdad cuanto ha ocurrido con el debate petrolero –por lo pronto, hasta la cuarta etapa mencionada–, no todo ha sido tiempo perdido.

El saldo no es negativo. Abortó la idea de entender las grandes decisiones como un asunto cupular, exclusivo de profesionales y tecnócratas, donde los acuerdos se pactan bajo cuerda. Abortó esa idea como también la otra de que las grandes decisiones deben resolverse a mano alzada en asambleas callejeras, donde sólo importan los sentimientos de la nación, pero no las necesidades de la República.

Si las partes más encontradas en ese debate, el panismo y el lopezobradorismo, reconocen eso e interpretan el resultado de la consulta popular como un indicador, pero no como un dictado, en verdad cabe la posibilidad de avanzar en el replanteamiento de la industria petrolera y la reivindicación de la política.

En caso contrario, si Germán Martínez insiste que quienes acuden a la consulta son una bola de violentos irredentos que no hay por qué tomar en cuenta y Andrés Manuel López Obrador insiste en que los reformistas son una bola de antipatriotas que desoyen al gran legislador del “No”, que es el pueblo lopezobradorista, el fracaso de la reforma será compartido pero, sobre todo, rebotará en muchas otras esferas que exigen una buena y decidida actuación de la élite de diestra, de siniestra y ambidiestra política.

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Desespera, desde luego, la poca “corrección” política con que el lopezobradorismo alcanza sus objetivos. Irrita que, por cada acción de gobierno, el bloqueo o el boicot sea la única respuesta. Pero cuando se toma nota del afán de privatizar el debate público y de la torpeza de creer que, pese a la herida abierta desde la elección presidencial, se cuenta con un cheque en blanco para hacer y deshacer cuanto se quiera, no puede sino reconocerse un empate donde el país es el único que pierde.

Enoja, sí, que el lopezobradorismo reclame hacer valer el Estado de Derecho y los mecanismos de participación directa cuando así convenga a sus intereses y cuando no, ‘pus’ no. Molesta, sí, que el calderonismo supuestamente educado en la más pura doctrina de la democracia desprecie, con ribetes de segregación social, la participación popular en sus proyectos.

Enfada todo eso, pero, en el fondo, en el más frío balance de lo ocurrido hasta ahora, debe reconocerse que –más allá de modos y maneras– el saldo es bueno: prevalece la oportunidad de concretar, sin excesos, pero también sin omisiones, la reforma petrolera.

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Hasta ahora, el único comediante que queda en un franco ridículo es, por increíble que parezca, Carlos Romero Deschamps. El dirigente de los trabajadores de la industria en juego pasará a la historia por múltiples razones. Por haber fincado su liderazgo en la traición de sus antecesores; por haber sobrevivido impune al desvío de recursos, precisamente, petroleros; por haber hecho de su liderazgo un acto de servilismo al Gobierno en turno sin importar su signo político.

Por muchas razones Carlos Romero Deschamps pasará a la historia, pero una destacará sobre el resto: en medio del debate más importante que haya registrado la industria petrolera desde su expropiación, el líder del gremio no abrió la boca, guardó el más absoluto y profundo silencio.

Más fácil resultó conocer el reloj de pulsera que ostenta, el yate en que navega, las características de su condominio en Cancún, el número de integrantes de su escolta... Todo eso resultó más fácil que saber qué piensa, si piensa, del porvenir de la industria petrolera.

El cómico enmudecimiento del líder los trabajadores petroleros casi obliga a poner risas grabadas para ver si algún despistado le encuentra el chiste a su existencia. Al silencio que garantiza la sobrevivencia de los privilegios de una casta que, ésa sí, por la vía de hechos, ha privatizado a la más importante industria nacional.

Carlos Romero Deschamps es el patiño de los primeros actores del debate.

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Más allá de sus vicisitudes y excrecencias, el debate desarrollado hasta ahora cifra la posibilidad de reivindicar el petróleo y la democracia como dos recursos fundamentales para encarar el vendaval económico que, en cuestión de semanas, cobrará inaudita fuerza.

Ojalá los actores entiendan la circunstancia y reconozcan que, en paralelo a la necesidad de replantear la industria nacional petrolera, se ha puesto sobre la mesa –si se quiere de no muy buena manera– el abanico de recursos políticos para vulgarizar, dicho en el mejor sentido, un tema complejo en extremo, pero que, aun en su complejidad, no tiene por qué excluir a nadie.

Es hora de cuidar y refinar la reserva de petróleo... y de democracia.

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Correo electrónico: sobreaviso@latinmail.com

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