“Yo también culpo al TLC del fracaso del campo mexicano. Pero en mi caso esas iniciales no significan Tratado de Libre Comercio: corresponden a Tata Lázaro Cárdenas”. Catón (Armando Fuentes Aguirre)
Cuántos pecados se cometen con las mejores intenciones. Cuántas medidas que generan pobreza son impulsadas por aquellos que piensan estar combatiendo este mal.
No dudo de la buena voluntad de los obispos mexicanos que, a través de un documento de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, piden al Gobierno Federal renegociar el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El problema es que, si realmente el Gobierno les hiciera caso, lo único que se lograría sería acentuar la pobreza de los campesinos mexicanos.
El TLCAN ha sido uno de los pocos instrumentos que ha permitido mejorar la productividad del campo mexicano en los últimos años. La producción de los principales productos del campo ha aumentado desde el inicio del tratado. Lo ha hecho también la productividad por hectárea. La exportación de productos agropecuarios ha crecido en 233 por ciento. También ha aumentado la importación, pero principalmente de maíz amarillo y sorgo, productos que se utilizan como forraje. Una de las consecuencias de esta importación ha sido aumentar de manera significativa la producción nacional de carne, leche, pollo y huevo en el periodo del TLCAN.
Estas cifras positivas no han logrado, por supuesto, rescatar al campo mexicano de su profunda pobreza. Pero ésta existía antes del TLCAN y no tiene nada que ver con el libre comercio. De hecho, los políticos y los obispos que afirman que quieren combatir la pobreza en el campo cierran los ojos ante el hecho de que la razón por la cual el campo mexicano es tan pobre es la excesiva fragmentación de la tierra de nuestro país.
La reforma agraria fue una de las peores políticas que pudieron haberse aplicado en cualquier país. Si bien es verdad que en tiempos del Porfiriato había una excesiva concentración de la tierra, la fragmentación provocada por la reforma agraria condenó desde un principio a los campesinos mexicanos a vivir en la pobreza. El 59 por ciento de la tierra agrícola de nuestro país está en manos de ejidos o sociedades o comunidades indígenas. Cada ejidatario o comunero de nuestro país cuenta con 29 hectáreas.
En el sur del país los predios se reducen a cinco hectáreas. Con el paso de los ejidos de generación en generación se va subdividiendo más aún la tierra para repartirla entre los hijos. En estas circunstancias, es imposible rescatar a nuestros campesinos de la pobreza.
El problema de la pobreza del campo no se resolverá con mayores subsidios, como lo afirman los obispos. De hecho, ya los subsidios agrícolas que se otorgan en México son superiores, en comparación con el valor de la producción, a los que se entregan en Estados Unidos. Chiapas es un ejemplo muy claro de cómo el otorgamiento de subsidios multimillonarios no permite superar la pobreza. Ningún estado ha recibido tanto dinero de la federación desde 1994, pero no ha mostrado grandes avances por ello. Mientras no se resuelva el problema de fondo, que es la fragmentación de la tierra, no habrá dinero que pueda cambiar la situación.
Es verdad que en 1992 se modificó el Artículo 27 de la Constitución para permitir la venta de tierra ejidal, pero se le puso un “candado” enorme a esta posibilidad, al obligar a que todos los miembros de un ejido y el comisario ejidal accedieran a la venta de parcelas individuales. Si yo quiero vender mi parcela, tengo que pedirle permiso al vecino. Como consecuencia, sólo un uno por ciento de los ejidos de nuestro país se ha vendido, pero no para lograr una consolidación de tierras agrícolas sino para permitir desarrollos urbanos. No hemos tenido esa consolidación de la tierra que nos permitiría tener un campo más eficiente y más próspero.
Es positivo que los obispos se preocupen por la situación de pobreza que agobia a los campesinos mexicanos. Pero si se están metiendo en el tema, deberían tener la responsabilidad de profundizar en él y de entender las razones reales de esta pobreza. Sus cuestionamientos al Tratado de Libre Comercio demuestran falta de conocimiento. Más inquietante aún es el hecho que no se dan cuenta de que la verdadera razón de la pobreza en el campo es el régimen de propiedad de la tierra.
Si los obispos realmente quisieran combatir la pobreza del campo, deberían exigir la eliminación de las restricciones a la venta de la tierra ejidal. También deberían pedir la derogación de los límites a la propiedad privada agrícola, que hoy sigue estando constitucionalmente limitada a 100 hectáreas en terrenos irrigados. Pretender que la pobreza del campo se resolverá con mayores subsidios o renegociando el capítulo agropecuario del TLCAN es no entender la naturaleza del problema.
LA GUERRA
Las ejecuciones continúan. En Tijuana, en Mérida, en Michoacán. En un solo día, el 14 de enero, fueron 17 los ejecutados en distintos lugares del país. En Tijuana no sólo fue acribillado un jefe policiaco, el tercero en la madrugada de ayer, sino también su hija de doce años. Otros miembros de su familia están heridos de gravedad. Y otra familia fue baleada porque los sicarios al parecer se equivocaron de casa. Estamos en guerra. Pero a pesar de las afirmaciones de nuestros comandantes, que dicen que vamos ganando, yo no puedo evitar la sensación que la estamos perdiendo de una manera dramática.