Afrodisio le dijo algo al oído a Pirulina. “¡Eres un maniático sexual! -prorrumpe ella, enojada-. ¿Qué te hizo pensar que yo sería capaz de hacer semejante cosa?”. Se queda pensando un momentito y luego añade con preocupación: “A menos que hayas leído mi diario”... Simpliciano estaba enamorado de Frufrú. Le contó a un amigo: “Anoche hallé una lámpara en el ático. La froté para limpiarla, y apareció un genio. Me dijo que podía concederme un deseo. Le pedí: ‘Quiero hacer el amor con la Frufrú’. ‘Podrás hacérselo -me respondió-, pero sólo una vez, pues si se lo haces otra vez quedarás encantado para siempre’. Le hice el amor a la Frufrú. Y no una vez: cuatro veces”. Inquiere el amigo, preocupado: “Y ¿quedaste encantado?”. “¡Encantadísimo!”, exclama Simpliciano... Con lo más cordial del corazón doy las gracias a mis cuatro lectores. Por ellos mi más reciente libro mío, “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”, se ha mantenido mes tras mes en la lista de los 10 libros más vendidos en México. Miles de nietos lo ha regalado a sus abuelos; miles de hijos lo han comprado para obsequiarlo a sus papás. Mis amigos de editorial Diana, del Grupo Planeta, me han dicho que con motivo del Día del Abuelo las ventas de la obra se han ido a la estratósfera, que entiendo está muy alta. La verdad es que ese libro no lo escribí yo: soy yo. En él estoy de corazón entero. Hoy presentaré en Querétaro “De abuelitas, abuelitos y otros ángeles benditos”. Me encontraré contigo, amiga, amigo queretano, a las 19 horas en el auditorio central del Centro Educativo y Cultural Manuel Gómez Morín. La entrada es libre, libérrima. Ahí me darás la alegría de verte, de abrazarte, y quizá de firmar tu libro y tomarme una foto contigo. ¡Nos veremos!... Yo iba a escribir que éramos injustos al hablar del bajo rendimiento de nuestra delegación en la Olimpiada de Beijing. Debíamos considerar también lo bueno. En efecto, habíamos tenido una olimpíada blanca: fuera de un caso de agruras, un uniforme roto, algunas diarreas inesperadas, y esporádicos estreñimientos, no teníamos desgracias qué lamentar. Ninguno de nuestros nadadores se había ahogado; ninguno de nuestros corredores se extravió en el camino hacia la meta; no se habían volcado las canoas de nuestros remeros. Todo eso me disponía a escribir cuando he aquí que Guillermo Pérez, de Uruapan, Michoacán, le dio a México una medalla de oro. Desde luego no faltará quien diga que aún así nuestro desempeño se caracteriza por su gran modestia; que naciones más pequeñas que la nuestra han obtenido mayor cosecha de medallas. Pero el triunfo de ese deportista alegró a la nación y dio -otra vez- motivo para que la esperanza reverdezca. Falta saber ahora si Guillermo logró su triunfo con las autoridades deportivas, sin las autoridades deportivas, o a pesar de las autoridades deportivas... El granjero llamó al veterinario y le pidió que pusiera en práctica el procedimiento de inseminación artificial con una de sus vacas. No iba a poder él estar presente en la ocasión, de modo que le dijo a su esposa que el médico iba a inseminar a una de las vacas, y que había puesto un clavo en el pesebre donde la vaca estaba, para que el facultativo supiera cuál vaca iba a ser la inseminada. Llegó el veterinario, y la señora lo llevó al establo. “Ésa es la vaca que va usted a inseminar” -le dijo. El veterinario notó el clavo en la puerta del pesebre y preguntó. “¿Para qué es ese clavo?”. Responde la señora: “Supongo que es para que cuelgue ahí sus pantalones y todo lo demás”... FIN.