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Politiquería

Federico Reyes Heroles

La lejanía es real. Los términos de la discusión lo muestran. Por supuesto que México tiene problemas crecientes de consumo de drogas, de adicción. Llega a casi el 6 por ciento en las ciudades. Consumo que se ha incrementado de manera alarmante en los últimos años. Después de 2001, con el endurecimiento de la frontera con Estados Unidos, buena parte de las drogas se quedaron en México como forma de pago y para abrir nuevos “mercados”, es decir para buscar nuevos adictos. Por supuesto que México ya no es un país puente. Pero al final del día el principal mercado sigue siendo nuestro vecino del Norte y por mucho. Pareciera que no quieren aceptar los hechos.

La declaración del presidente Calderón no puede ser simplificada al equivalente de decir México pone los muertos y Estados Unidos los adictos. Fue mucho más matizada. La respuesta del embajador Garza es irrefutable pero un poco absurda. Allí se desnuda la distancia real. ¿De qué estamos hablando? En el asunto de la guerra contra el narcotráfico estamos unidos irremediablemente. Pero hay un desbalance que resulta inexplicable. México ha actuado sobre todo en la Administración del presidente Calderón con severidad: incautaciones enormes, deportaciones y la presencia de las Fuerzas Armadas. Muy importantes capos han caído y las consecuencias están a la vista de todos.

Sin embargo del lado norteamericano sigue la misma interpretación habitual: allá caen a diario mercaderes en pequeño, menudistas, lo cual está muy bien. Pero la pregunta de siempre sigue sin respuesta ¿y los grandes, cómo es que no cae ninguno? Cómo es que los envíos de toneladas y toneladas llegan al menudeo, cómo es que en el espacio aéreo más vigilado del orbe, de la mayor potencia militar en la historia de la humanidad, puede ser penetrado sin que haya una detección. Dónde aterrizan los aviones, quién finge demencia en los puertos frente a los envíos marítimos. Algo no cuadra. El presidente Clinton incorporó el consumo como un problema de seguridad nacional, ¿qué fue de esa iniciativa? ¿Qué acciones han tomado para disminuir el consumo? ¿Han tenido éxito o no?

México vive hoy una ola de violencia sin precedente y como lo ha afirmado tanto Calderón como el propio procurador general de la República, no hay marcha atrás aunque por momentos no se vea la luz al final del túnel. En un principio la Iniciativa Mérida parecía anunciar un nuevo ánimo de cooperación y por lo tanto una nueva y más realista lectura de la realidad. Transformar esa iniciativa en una forma de escrutinio institucional de las acciones de nuestras fuerzas armadas y del Gobierno en general es en el fondo una afrenta. Que me perdone el legislador estadounidense Patrick Leahy, pero con la misma vara –decir que los contribuyentes estadounidenses tienen derecho a saber en qué se gastan sus recursos- desde México podríamos exigir un escrutinio de la actuación de sus policías, de sus agentes aduanales, etc. Los contribuyentes mexicanos también ponemos muchos recursos y muchas vidas de nuestras policías y miembros de las fuerzas armadas y de simples ciudadanos. Si los reducidos 300 mdd. van a regresarnos a una certificación disfrazada, pues vale la pena repensar los términos de la colaboración.

Algo queda claro: México ha perdido la batalla en la opinión pública estadounidense. El ciudadano medianamente informado sigue pensando que los malos de la película están más allá de la frontera Sur, sigue pensando que la droga llega para generar adictos y corromper, cuando la dinámica es otra: es el consumo el que inicia la cadena. Mientras en el cuerpo de decenas de millones exista una creciente necesidad de consumo, mientras la demanda sea -como dicen los economistas- inelástica, no habrá Gobierno mexicano o colombiano o lo que sea capaz de controlar el tráfico. Mejor que utilicen esos 300 millones en informar a la opinión publica sobre cual es el origen del problema. Los legisladores responden a sus clientelas, son incapaces de señalar a sus votantes, de encarar a los consumidores, de pararlos frente al espejo.

Gobiernos van, gobiernos vienen allá y acá y el problema crece porque el consumo crece. Por supuesto que México está infiltrado –sugiero el más reciente libro de Jorge Fernández Menéndez El Enemigo en Casa: drogas y narcomenudeo en México, Taurus- pero también es incuestionable que esa penetración tiene su correspondencia del otro lado. Dónde está la versión periodística de ellos, dónde están los policías cómplices. Por eso llevar la discusión al ámbito de la culpabilidad es inútil. Aquí nos tocó vivir a ellos y a nosotros. En muchos casos, como éste, sus problemas son también nuestros y viceversa. Si el Congreso estadounidense una vez más sale con una pifia, la reacción mexicana va a ser un mayor sentimiento o resentimiento nacionalista. Allí está la historia.

El aparato diplomático mexicano, pero también la sociedad, los empresarios de uno y otro lado, los académicos, los periodistas, todos debemos hacer un esfuerzo por llevar nuestra verdad al elector estadounidense. Parece el camino más largo pero es el único que a la postre provocará un mayor entendimiento de la compleja realidad. Insisto, mientras la versión maniquea esté en la mente del ciudadano común, los señores legisladores seguirán buscando culpables para satisfacer la autocomplacencia, la comodidad de sus conciencias. Bush ya se va, Calderón se irá, el número de adictos crecerá aquí y allá, el negocio seguirá adelante dañando las relaciones entre los dos países y, lo más importante, la seguridad y la salud de mexicanos y estadounidenses. Esa es la tragedia, lo demás es politiquería.

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