I Parte
Durante las últimas tres décadas y media, en particular desde la Cumbre de Estocolmo de 1972, se ha puesto de manifiesto a nivel mundial la problemática medioambiental de modo tal que se ha convertido en una preocupación de los países, de sus gobiernos y sus ciudadanos. La cuestión se ha centrado en los procesos de deterioro que vienen sufriendo los recursos naturales que nos proveen bienes y servicios para la vida, de modo tal que se habla de desequilibrios en los sistemas naturales a nivel global como sucede con el cambio climático producido por las alteraciones en el aire de la atmósfera que se originan en las emisiones de gases de efecto de invernadero (GEI), ante los cuales al parecer lo que tenemos que hacer es adaptarnos, mitigar sus efectos y diseñar planes para contrarrestarlos a mediano y largo plazo.
Pero el deterioro de los recursos naturales no sólo debe observarse a nivel global, puesto que los factores que los provocan también suceden en nuestra localidad, algunos de ellos de tal gravedad que están incidiendo en nuestra vida cotidiana y amenazan con afectar irreversiblemente la de nuestros descendientes.
Ocupamos este espacio que nos facilita la maestra Magda Briones para repasar brevemente algunos procesos de deterioro ambiental que están ocurriendo en La Laguna, nuestra localidad, con la finalidad de no perder de vista que la prosperidad económica que le ha caracterizado también requiere ser acompañada de acciones que atiendan y eviten el deterioro de los recursos naturales que inciden en la sustentabilidad del desarrollo regional.
Biodiversidad
Es el recurso natural menos valorado por la población, quizá porque no le ven los beneficios directos como nos los proporciona el agua para satisfacer los quehaceres domésticos o las actividades económicas, el suelo que ocupamos para vivir o producir, o el aire que diariamente respiramos. Cuando hablamos de biodiversidad además de referir a la fauna y flora silvestre que se encuentra en nuestro entorno, también debemos ubicarla como un recurso que ocupa hábitat dentro del ecosistema, y que su deterioro vía extinción directa de especies (por extracción) o por fragmentación de hábitat (modificación de los espacios físicos en que moran) altera los procesos ecológicos que suceden en los ecosistemas donde viven esas plantas y animales, ecosistemas que son importantes para la población por los servicios ambientales que nos prestan, tales como captura de carbono (limpieza del aire contaminado), recarga de acuíferos (suministro de agua dulce), alimentos, bienes económicos, espacios de recreación, información genética, entre otros.
Pero para que la biodiversidad provea estos servicios ambientales a la población debe guardarse en buen estado de conservación, esto no significa que no se usen sino que el manejo que de ellos se realice sea sostenible, es decir, que su aprovechamiento no los degrade porque entonces se alteran los procesos ecológicos en que se sustentan.
A través de la historia humana ha sido inevitable que al ocupar los espacios físicos modifiquemos los ecosistemas donde hay otros organismos, que los desplacemos o afectemos sus poblaciones, pero hoy nos damos cuenta que también debemos darnos la oportunidad de convivir con ellos para que puedan continuar prestándonos esos servicios para la vida, su permanencia mejorará la calidad en que ésta suceda.
En la breve historia local, los laguneros nos apropiamos de esta planicie irrigada por los ríos Nazas y Aguanaval, creamos poblaciones, roturamos suelos y explotamos cultivos y ganado, montamos fábricas y trazamos caminos, y con ello alteramos drásticamente los ecosistemas existentes, “vencimos el desierto” dice el malogrado y publicitado slogan. Es la lógica económica y social que surge de nuestra presencia en estos lares, durante dos siglos hemos fundado la Región Lagunera, símbolo geográfico e histórico de nuestra identidad; pero ese progreso se ha basado en el aprovechamiento de nuestros privilegiados recursos naturales.
Sin embargo, en ese proceso de crecimiento económico aún respetamos algunos sitios a los cuales se ha mantenido como reservorios naturales, hoy reconocidos con figuras legales para su conservación como son las áreas naturales protegidas: Jimulco, Fernández y Mapimí que abarcan apenas el 6.25 % de la superficie de los 15 municipios que conforman la región; son zonas que albergan una importante riqueza biótica en manos de comunidades rurales que a pesar de sus deprimidas condiciones sociales la han cuidado. Sin embargo, la conservación de esta biodiversidad, en tanto bienes comunes patrimonio de la humanidad, no es sólo responsabilidad de estas poblaciones campesinas, sino de las instancias gubernamentales y de los ciudadanos, pero para hacer esto es fundamental que entendamos sus valores ambientales y no tomemos decisiones equivocadas al pretender usar esos recursos indebidamente porque implicará anular o disminuir su aportación a los servicios ambientales que prestan a nuestra generación actual, pero también a las venideras.