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Por sus reacciones las conoceréis...

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

A lo mejor le estoy buscando tres pies al gato, pero no dejó de llamarme la atención un detalle relativamente menor sucedido durante un incidente relativamente mediano ocurrido la semana pasada. Al término de su visita a Israel, en la que dio un giro de 180º (bueno, unos 142º) a la política de su antecesor con respecto al Oriente Medio, el presidente francés Nicolas Sarkosy se disponía a abordar el avión que lo llevaría a París. Como debe ser, lo acompañaba el primer ministro israelí Ehud Olmert (hoy metido en una broncota por corrupción que haría desternillarse de risa a cualquier gobernador mexicano). De pronto, mientras la banda militar de rigor tocaba una marcha o himno, se escuchó un disparo. Los agentes de seguridad encaminaron a toda prisa a Sarkosy a la escalinata del avión, cuchileándolo para que se trepara a la brevedad. Mientras Sarkosy subía ágilmente la escalerilla, fue rebasado (por la derecha) por su mujer, la ex modelo y cantante Carla Bruni. Con mucho estilo y elegancia, eso sí. Pero el caso es que ella entró al avión primero que el presidente de la V República Francesa. El miedo no anda en burro, así esté uno acostumbrado al oficio mundo de las pasarelas y la farándula.

A su vez Olmert fue rodeado por unos veinte guaruras más de los que protegieron al invitado que estaba por irse. Ahí sí quién sabe si les ganó el reflejo o la descortesía. Luego se supo que, a cierta distancia de donde estaban los dignatarios, un soldado de fronteras israelí había tenido la puntada de suicidarse, ocasionando la detonación que motivó todo el merequetengue.

Aquí lo interesante es la reacción de la Bruni. Antes que pensar en su querrurris, hombre de importancia manifiesta, su marido ante las tres leyes y líder de los irreductibles galos, dijo “patas para qué os quiero”, y lo dejó atrás. Ante esa imagen, no pude dejar de recordar las reacciones de Jackeline Kennedy aquel mediodía aciago de 1963 en Dallas, en la archifamosa película tomada por Abraham Zapruder se perciben con claridad. Al recibir JFK el primer disparo (que le entró por la espalda), se puede apreciar a Jackie inclinándose hacia él como preguntándole: “¿Traes agruras? ¡Te dije que no comieras esas chalupas en Tennessee!” Un par de segundos después ocurre la impresionante secuencia en que se ve el cráneo del Presidente estallando en pedazos. ¿Qué hace Jackie? Sale arrastrándose como gata escaldada sobre la cajuela de la limusina descapotada, en tanto un agente del Servicio Secreto intenta treparse por casi el mismo lugar… como si fueran a darse de topes.

Por supuesto, la reacción de Jackie es completamente explicable y muy humana: acaba de ver cómo le vuelan la cabeza a su marido, estando ella a no más de medio metro del punto de impacto. No sabe si habrá más disparos y es evidente que se halla en la línea de fuego. Tratar de escapar como sea resulta una conducta comprensible. Me dirán ustedes que no habría por qué juzgarla muy duramente.

Pues sí, estoy de acuerdo. Pero hay otras compañeras de hombres famosos que, en circunstancias críticas, han reaccionado de maneras más dignas, honrosas y querendonas que las señoras Bruni y Kennedy Bouvier.

Sofía, Duquesa de Hohenberg, estaba acostumbrada a que la perrearan. Se había casado con Francisco Fernando de Habsburgo, hermano del Emperador de Austria-Hungría y heredero al trono del mismo; y eso, pese a la oposición de toda la familia real austriaca, del Papa y hasta del Zar de Rusia y el Káiser del Alemania, que en todo metían su cuchara. Como condición para que se llevara a cabo el matrimonio, éste fue morganático. Esto es, la descendencia de Sofía no tendría derecho al trono, y ella no compartiría títulos, privilegios, posición ni rango. No podría ocupar el carruaje imperial y en las recepciones le tocarían los canapés que ya estuvieran ensopados. Todo esto lo soportaron Sofía y Francisco Fernando con estoicismo por una razón muy sencilla: estaban enamorados hasta las patas.

Motivo por el cual Sofía acompañaba a su pichichurris a cuanta misión oficial la invitaba. Y quiso el destino que fuera con su cónyuge a Sarajevo el 28 de junio de 1914. Mientras desfilaba por las calles de la ciudad, el auto de Francisco Fernando fue atacado con una bomba por terroristas nacionalistas bosnios. Los terroristas eran unos chambones y tenían la puntería del staff de pitcheo de los Vaqueros Laguna: la bomba cayó a varios metros del automóvil imperial. Después de aquel susto, Francisco Fernando y Sofía comieron en el Ayuntamiento de la ciudad como si tal cosa. Pero al salir, luego de abordar de nuevo el mismo automóvil descapotable, hubo una confusión en cuanto al camino a seguir: el auto se detuvo a media calle. Lo cual fue aprovechado por uno de los terroristas, un joven llamado Gravrilo Princip, para desenfundar su revólver y acercarse al archiduque. Al ver las intenciones del pelado, Sofía interpuso su cuerpo frente al de su marido, al grito de “¡A mi viejo no!” El primer plomazo de Princip (quien al parecer tenía pulso de maraquero) le dio a ella en el vientre. Un disparo posterior le entró de sedal por el cuello a Francisco Fernando, quien moriría desangrado luego. Las últimas palabras de Sofía fueron para su marido: “¡Por Dios! ¿Qué te ha ocurrido?”

Y bien, ¿cómo la ven? ¿No les gustaría una de ésas?

Por el estilo estuvo lo que hizo Clara Petacci. Esta dama era amante del tirano italiano Benito Mussolini, y trató de escapar con él a Suiza en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen fascista se colapsaba. Pero para su desgracia, a unos kilómetros de la frontera helvética, fueron detenidos por un grupo de jóvenes guerrilleros antifascistas. Luego de reconocer sorprendidos que tenían en sus manos al hombre que los había atormentado todas sus vidas, los chavos le dijeron a Clara que podía irse. Pero ella se negó a abandonar al calvo ex dictador. Sin saber bien a bien qué hacer, los guerrilleros decidieron seguir la máxima villista de “Tire primero y después virigua” y colocaron a Mussolini frente a un paredón. Aunque nadie la había convocado, Clara Petacci se situó junto a su amante, y a la hora de los balazos atravesó su cuerpo frente al de su amado. Claro que eso no evitó la muerte de Mussolini, ni el que ambos cadáveres fueran luego colgados de los pies como reses en Milán. Pero el gesto ahí quedó.

¿Qué tal? Como que hay quienes se crecen ante las circunstancias. Y otros (u otras) que se dejan llevar por el más elemental de los instintos: el de supervivencia.

Consejo no pedido para que su cónyuge lo proteja con su vida de los sicarios de Hacienda: lea “Los cañones de agosto”, de Bárbara Tuchman, sobre cómo se precipitó Europa a la Primera Guerra Mundial por una serie de malos entendidos y errores de cálculo… y que era un libro favorito de JFK. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.-com.mx

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