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¡Por un pelo!

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Quienes padecemos de calvicie prematura (aclaración: TODA calvicie es prematura, así empiece a los sesenta años) nos amargamos la existencia no sólo por la pérdida de nuestros gloriosos rizos; sino por la circunstancia existencial de que la caída del cabello no parece cumplir ningún propósito práctico, económico, biológico o evolutivo. Si el Creador nos puso en este Valle de Lágrimas con hirsuta cabellera, e hizo que nos acostumbráramos a portarla durante décadas, ¿por qué luego nos despoja de ella; y precisamente en los años dorados, cuando el frío le cala más a la pelona y las lonjitas nos obligan a buscar ulteriores motivos para la autoestima?

Por supuesto, los caminos del Señor son misteriosos. Y el Supremo Arquitecto del Universo no suele bailarla sin huarache. Por tanto, deberíamos tener confianza en que algún propósito ignoto y elevado debería tener tan innoble desnudamiento del cráneo.

Y una noticia procedente de Polonia parece darnos una pista de qué utilidad puede conllevar la lluvia capilar que aflige a una mayoría de los machitos de la especie Homo Sapiens.

Resulta que algunos de los más eminentes especímenes que ha producido la susodicha especie llegan a tener finales muy ingratos. Y su lugar de descanso eterno se pierde de la memoria de sus congéneres. De manera tal que cuando se quiere honrarlos, se batalla hasta para saber cuáles son sus tristes huesos.

Casos sobran: sabrá Dios dónde quedó el cuerpo de Mozart. El sitio de reposo último de la osamenta de Colón sigue siendo amargamente disputado por Sevilla y Santo Domingo. El esqueleto del mexicano más ingenioso de todos los tiempos, Fray Servando Teresa de Mier, se perdió mientras era exhibido en un circo ambulante. En fin.

Por ahí andaba el caso de Nicolás Copérnico, el hombre que movió a la Tierra de su sitio privilegiado y la envió a ser una roca más girando en torno al Sol. Nadie sabía con seguridad dónde estaba enterrado. Hasta que un par de científicos metieron su cuchara… mejor dicho, su pala. Desenterraron un esqueleto de una catedral polaca, donde según la tradición se hallaba el astrónomo. Al cráneo le hicieron una reconstrucción facial, que según esto se parece notablemente a los retratos que se le hicieron en vida al sabio. Incluso tiene la misma cicatriz que aparece en las pinturas contemporáneas.

Pero la cosa fue más allá: se comparó el ADN de un par de huesos con… un cabello que Copérnico había dejado entre las páginas de un libro de su propiedad, y que estaba guardado en una biblioteca sueca desde el siglo XVI. Con ese cabello caído cuatro siglos atrás, se pudo comprobar que, en efecto, aquella osamenta era la del autor de la teoría heliocéntrica.

Así que ya saben: al menos para eso sirve la caída del cabello: para que lo identifiquen dentro de algunas centurias… si es que deja libros. O si es que sabe leer. O si es que a alguien le importa un rábano que usted existió quién sabe cuánto tiempo antes.

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