El Sol Azteca celebrará hoy su 19 aniversario en medio de la crisis post electoral.
El Partido de la Revolución Democrática (PRD) llega a su 19 aniversario dividido en dos bloques en lucha a muerte por el poder, que colocan a la principal fuerza de izquierda en México al borde de la fractura total.
Producto de la elección de dirigentes, los principales actores del partido están a punto de lograr lo que ni los videoescándalos hace cuatro años, ni el ex presidente Carlos Salinas, pudieron: acabar con el PRD.
Jesús Ortega, de Nueva Izquierda y sorpresivo aliado de Cuauhtémoc Cárdenas, está en abierta pelea con Alejandro Encinas, de Izquierda Unida y apuesta de Andrés Manuel López Obrador.
Pero ambos se han colocado el cinturón de seguridad porque van en ruta de choque. “(Ortega) ha planteado negociar incluso con Felipe Calderón, yo lamento que no quiera hablar con los propios miembros de su partido”, acusó Encinas, cuando su adversario rompió la semana pasada los puentes de diálogo con él.
“Como es su costumbre, Alejandro Encinas miente al asegurar que he planteado dialogar con Calderón, pues es mi convicción no reconocer un Gobierno ilegítimo y producto de un fraude (…) Soy partidario del diálogo, pero con personas serias que cumplan su palabra”, reviró Ortega.
Ese es el nivel en el que se encuentra hoy sumido el PRD.
En su libro La búsqueda. La izquierda mexicana en los albores del siglo XXI, Enrique Semo, militante de izquierda e historiador, sostiene que “el problema (del PRD) radicaba en cómo realizar la transición sin perder el sentido de misión, honestidad, el contacto con el movimiento social y la coherencia ideológica, dilema que sigue aún sin resolverse”.
En la izquierda mexicana ha predominado en no pocas ocasiones la falta de acuerdo. Esa situación pareció revertirse en 1988, cuando Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, emigrantes del PRI, lograron aglutinar a la izquierda partidista.
Con el proceso electoral presidencial de 1988 encima, los dos decidieron la ruptura con su partido e iniciaron la aventura del Frente Democrático Nacional (FDN), que el 5 de mayo de 1989 culminó con el nacimiento del PRD, ante unos 80 mil militantes reunidos en el Zócalo de la Ciudad de México, cuando el Partido Mexicano Socialista (PMS) le cedió su registro.
El régimen de Carlos Salinas les fue absolutamente adverso y se reflejó en la famosa frase proclamada por el entonces presidente: “Ni los veo ni los oigo”. Además, el Partido de la Revolución Democrática responsabilizó a ese régimen por la muerte aún no aclarada de más de 600 perredistas.
Contra viento y marea, pero bajo el liderazgo único de Cuauhtémoc Cárdenas, el recién nacido PRD en México empezó a crecer.
Primero llegó a los congresos federal y estatales. A mitad de la década de 1990 comenzó su ascenso a gobiernos locales: el Distrito Federal en 1997, con Cárdenas a la cabeza, y de ahí siguieron Zacatecas, Tlaxcala —que perdió en 2005—, Baja California Sur, Michoacán, Guerrero y Chiapas, en los tres primeros casos y en Chiapas con rupturistas del PRI —Ricardo Monreal, Alfonso Sánchez Anaya, Leonel Cota Montaño y Juan Sabines—.
Sin embargo, 2004 fue aciago para el perredismo que, en voz de su entonces presidente nacional, Leonel Godoy Rangel, vio cómo se les estropeaba su joya más preciada: la honestidad.
Fue en ese año cuando su propia ex presidenta, Rosario Robles, fue echada del partido por sus vínculos con los videoescándalos que involucraron a perredistas influyentes con el empresario Carlos Ahumada en casos de corrupción.
El 2006 se prefiguraba como el renacimiento del PRD. La figura de López Obrador no era eclipsada con nada. Nadie al interior del partido se atrevía a levantarle la voz y sólo Cárdenas lo criticó y hasta buscó ser candidato presidencial, en contra de Andrés Manuel.
No había poder que se le opusiera al tabasqueño. Ortega, respaldado por Cárdenas, a quien antes consideraba como un “liderazgo jubilado”, intentó ser candidato a jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero la instrucción de López Obrador en favor de Marcelo Ebrard lo avasalló.
Ni siquiera el año 2005 los dividió cuando renovaron su dirigencia. No hubo otra vez quién se opusiera a lo que el poderoso López Obrador deseaba: que Cota Montaño fuese presidente.
Pero llegó 2006 y la derrota electoral de López Obrador. Cuando el ex candidato presidencial decidió plantarse en la avenida Paseo de la Reforma, quienes comenzaron a presionar para levantar el bloqueo fueron los seguidores de Ortega.
Luego, adueñados de la coordinación parlamentaria en el Senado —con Carlos Navarrete— y con el poder en la presidencia de la Cámara de Diputados —con Ruth Zavaleta—, además de un buen número de legisladores de Nueva Izquierda, Ortega se aprestó por tercera ocasión a buscar la presidencia nacional del partido.
Sin embargo, las posturas dialoguistas de los cercanos a Ortega con el Gobierno Federal lo confrontaron con López Obrador.
“Nos han dicho modositos, moderados, tibios, azules, panistas, priistas, calderonistas, traidores, entreguistas, colaboracionistas. ¿Qué les falta?”, dice Ortega. El PRD “no tiene rumbo”, dijo la semana pasada Cárdenas. “Deseamos con toda el alma el fin de los problemas internos en el PRD”, porfió López Obrador el 25 de marzo.
Con todo en contra, el PRD hoy tendrá dos celebraciones a 19 años de su fundación.
Ortega tiene listas nueve horas de festejo en el monumento a la Revolución con mariachis, espectáculo de peleas, lucha libre y baile con la Sonora Santanera y el salsero Maelo Ruiz.
Encinas, por su parte, se reunirá sobriamente en un centro de exposiciones con sus aliados, los bejaranistas y de otras corrientes aglutinadas en Izquierda Unida.
En 2004, el historiador Lorenzo Meyer vaticinaba: “El PRD niño prometía mucho; ahora es joven y se le ven muchas malas mañas. Como no se podía quedar niño, hoy está en plena adolescencia marcada por actos de plena corrupción, no es una adolescencia de errores naturales, sino que ya hay perversidad en algunos de sus elementos. El PRD perdió la inocencia”.