“Las decisiones rápidas son decisiones
inseguras”.
Sófocles
Este domingo pasado al mediodía regresé a la Ciudad de México desde Cuernavaca. En la caseta de entrada un grupo de personas vestidas con uniforme caqui hacían ademanes a los conductores de vehículos con placas de entidades distintas al Distrito Federal para impedirles el paso. Cientos de automóviles estaban estacionados a un lado de la caseta en espera de saber cuándo se les permitiría el ingreso.
El problema es que este pasado domingo las autoridades decretaron una “precontingencia ambiental”. Esta implicaría la restricción de toda una serie de actividades en la Ciudad de México, pero en términos prácticos la única que se aplica es la prohibición a la circulación de vehículos con placas de otras entidades. Esto lleva a una extorsión sistemática de los conductores de estos vehículos que, por ignorancia o por necesidad, tienen que circular en la Ciudad de México.
Este domingo 11 de mayo en la contingencia nadie impidió el paso a los vehículos altamente contaminantes, ni siquiera a aquellos que operan para el Gobierno del Distrito Federal, como las pipas de reparto de agua o los camiones de basura que siguieron emitiendo intensas nubes de humo negro. Tampoco se suspendieron las tareas de repavimentación ni la labor de reencarpetado del circuito interior que genera enormes embotellamientos. No se interrumpió el ciclotón que organiza el Gobierno capitalino, lo cual expuso a cientos de ciclistas a un nivel de contaminación ambiental inadecuado para la realización de ejercicio y además promovió el ya tradicional y contaminante embotellamiento de la zona del Paseo de la Reforma de los domingos por la mañana.
Mientras ingresaba este domingo a la Ciudad de México por la avenida de los Insurgentes, en medio de un congestionamiento provocado por la falta de un carril tomado para un Metrobús que casi no movía pasajeros, vi a lo lejos una columna de humo mucho mayor a la del vehículo más contaminante. Llegué a pensar que se trataba de un incendio. Pero no. Era un simple anafre en el cual una mujer cocinaba quesadillas sobre la acera. Tampoco a esta mujer se le impidió continuar con su contaminante labor.
Mientras todas estas actividades contaminantes ocurrían sin problemas, las personas con vehículos con placas de otras entidades que trataban de salir del Distrito Federal tras haber festejado el día de las madres en la capital eran extorsionadas sin piedad. Como buitres, los policías estaban a la caza de los vehículos. Una de estas personas, de Jalisco, que llamó ayer a mi programa de radio, contaba cómo primero le pidieron 500 pesos, pero él sólo dio 300. Le comunicaron de todas formas una “contraseña” para que ya no lo detuvieran camino a la carretera. Pero los siguientes mordelones que le tocaron dijeron que ésa no era la contraseña y en esta ocasión no lo dejaron ir por menos de mil pesos. “Nunca más voy a regresar a la Ciudad de México”, señaló este infortunado conductor.
Como chilango de corazón, soy el primero en exigir medidas para mejorar el aire de la Ciudad de México. Pero prohibir el ingreso de autos con convertidor catalítico, sólo porque provienen de otras entidades de la República, me parece discriminatorio e ineficaz. No resuelve ninguna parte del problema ambiental, especialmente si las autoridades son negligentes en tomar medidas que sí ayudarían a disminuir la contaminación.
Los propios encargados del programa ambiental de la Ciudad de México han señalado que la razón por la cual han castigado a los conductores de vehículos con placas de otras entidades es porque algunos han decidido emplacar sus vehículos en otros lugares a pesar de vivir en la capital. La reacción de prohibir toda circulación de vehículos de otras entidades en precontingencia, sin embargo, castiga a justos por pecadores. Es una medida emocional más que racional, que sólo demuestra la discriminación con la que algunos funcionarios capitalinos ven a quienes provienen de otros lugares de la República.
Hay maneras inteligentes de combatir la contaminación. Prohibir el turismo en autos con convertidor catalítico no es una de ellas. Mucho más eficaz sería realmente impedir la operación de vehículos ostensiblemente contaminantes, aun cuando sean propiedad del Gobierno, o tomar medidas para evitar embotellamientos innecesarios que generan contaminación. También sería sensato impedir el uso de anafres que contaminan mucho más que grandes cantidades de vehículos.
Pero las autoridades ambientales capitalinas están más interesadas en los efectos políticos de sus decisiones que en combatir la contaminación. Y alguien al parecer les ha dicho que discriminar a los residentes de otras entidades del país es la forma de adquirir popularidad política en la Ciudad de México.
CHINA Y EL TERREMOTO
China buscó organizar los Juegos Olímpicos para demostrar que ha alcanzado la mayoría de edad en lo económico y en lo político. La rebelión en el Tíbet, sin embargo, se ha convertido en una primera prueba para las autoridades del país, que han reaccionado con dureza e inflexibilidad. Una prueba mayor todavía es el terremoto de Sichuán de ayer, cuyo saldo mortal ha venido aumentando constantemente. El Gobierno chino no es responsable de que se registre un terremoto, pero sí de cómo reacciona ante él. Y hasta ayer, por lo menos, el mundo podía obtener más información sobre lo ocurrido en Sichuán que los chinos en sus propios medios de comunicación.