Sidney Poitier disimula bien sus 81 años con motivo de la publicación de un libro con cartas para su bisnieta. (AP)
El actor Sidney Poitier hace un repaso a sus memorias.
Todo comenzó un día en que Sidney Poitier viajó a Atlanta, a fines de diciembre de 2005, para el nacimiento de su primera bisnieta.
“Al llegar al hospital, vi a mi biznieta en los brazos de su madre”, recuerda el actor. “Detrás de ella estaba mi hija, la abuela de la bebita. A su lado, mi ex esposa, la bisabuela de la niña”.
“Me di cuenta de que en la habitación había cuatro generaciones. Pronto cumpliría 80 años y Ayele tenía apenas un día de vida. Sabía que no tendríamos mucho tiempo juntos”, agregó. “Por eso decidí escribir un libro en forma de cartas, para poder abarcar todo lo que he aprendido y para hablarle de las cosas que no entiendo”.
El resultado fue Life Beyond Measure, Letters to My Great-Granddaughter (Una vida sin medida: Cartas a mi biznieta). Se trata de un libro mucho más personal que la autobiografía que publicó en 1980, con pocas referencias a su carrera cinematográfica.
Los títulos de los capítulos revelan cuáles son sus inquietudes: “Dios y yo”, “Lucha contra los fantasmas”, “Gente valerosa”, “El mundo que te dejo”.
Life Beyond Measure le exigió mucho a Poitier, quien tuvo que escarbar entre los recuerdos de su infancia, su relación con sus padres, las veleidades de su juventud.
“Voy a dejar de escribir”, dijo, sin demasiada convicción. “Trabajé entre ocho y diez horas diarias en este libro. Voy a descansar, a buscar algo que hacer”.
Admitió, no obstante, que hay otros tres libros que le gustaría escribir.
Poitier dio una entrevista sentado cómodamente en su casa a pocas cuadras del Beverly Hills Hotel.
El actor vive con su esposa Joanna Poitier. Sus hijas Gina, Pamela, Beverly y Sheri, producto de su matrimonio con Juanita Poitier, ya se han ido, lo mismo que Sydney y Anika, que nacieron cuando estuvo casado con la actriz Joanna Shimkus.
A los 81 años, Sidney Poitier luce casi igual que en sus películas. Perdió un poco de cabello y ya no puede jugar al golf y al tenis por molestias en la espalda. Pero se mantiene erguido, sin arrugas en la cara.
“Dejé de actuar hace tiempo”, señala. De hecho, desde 1997, en que filmó El Chacal (The Jackal). “Ya había dado todo lo que tenía para dar en el plano creativo. Sentí la obligación de hacerme a un lado”.
Le siguen llegando ofrecimientos, pero no le interesa trabajar. Prefiere hacer de abuelo y bisabuelo en la vida real. Ya tiene dos biznietas.
El caribe en las ‘venas’
Poitier pasó su infancia en el Caribe pese a que nació en los Estados Unidos. Su padre y su madre fueron a Miami cuando ella llevaba seis meses de embarazo para vender su cosecha de tomates. Una vez cumplido su propósito, se proponían regresar, pero nació Sidney, pesando menos de un kilo y medio (tres libras). No se sabía si sobreviviría y su padre llegó a pensar que lo enterraría en una caja de zapatos. Pero Sidney, el menor de nueve hermanos, sobrevivió y fue llevado a Cat Island, en las Bahamas.
“Es una isla no muy grande, de solo 2.500 habitantes”, indicó.
Poitier pasó sus primeros diez años y medio en esa isla tranquila, en la que no había escuelas.
“Toda mi vida estuve aprendiendo cosas, porque no sabía nada”, expresó. “No tuve una educación y no leía bien. Cometía muchas faltas al escribir. Apenas podía contar hasta 100. Pero siempre tuve mucha curiosidad. Observaba los insectos. A los pájaros y los grillos. Miraba los peces en la playa”.
Cuando la Florida prohibió la importación de tomates de las Bahamas, la familia se trasladó a Nassau, donde su padre trabajó en otras cosas. Allí descubrió otro mundo, mucho más amplio que el de la pequeña isla. Cuando llegó al puerto de Nassau junto con su madre, el pequeño Sidney vio algo que parecía un escarabajo gigantesco y preguntó que era. “Eso es un automóvil”, le dijo su madre.
Adolescente ‘revoltoso’
Poitier escribe sobre un episodio de su adolescencia. Se hizo amigo de un grupo de muchachos revoltosos, con los que una noche robaron maíz de una plantación. Estaban asando el botín a casi un kilómetro del lugar (media milla), cuando el dueño de las tierras los vio y llamó a la policía. Los padres de los otros chicos pagaron una fianza de ocho dólares. Pero los padres de Sidney no tenían el dinero y el muchacho pasó la noche en la cárcel.
Poitier recuerda que su padre le dijo: “Necesitas alguien con mano más dura. Naciste en los Estados Unidos. Es hora de que te enviemos de vuelta”.
A los 15 años, Sidney fue a vivir con su hermano Cyril en Miami. No volvió a ver a sus padres por ocho años.
Miami era un lugar muy distinto a los que estaba acostumbrado. Poitier habla de la horrorosa conmoción que le causó “el racismo, la segregación y el maltrato de la gente por el color de su piel”.
A los 16 años tomó un autobús y se fue a Nueva York, al Harlem. En el camino, vio un cartel en el ventanal de un restaurante que decía “se necesita un lavaplatos”. Le dieron el puesto y se pasó las noches lavando platos y los días buscando mejores trabajos.
Luego de un breve paso por el Ejército, vio un aviso que decía, “se necesitan actores para el teatro negro”. No lo admitieron, pero regresó y consiguió el trabajo. Había hallado un oficio para el resto de sus días.
Poitier lee mucho y le encantan los trabajos científicos.
En sus cartas a Ayele, expresa su preocupación por el futuro del planeta.
“Todos estamos obligados a hacer algo por el universo”, señala. “El universo es donde vivimos. Es nuestra casa. Creo que nuestra principal obligación es no abusar de ella”.