El Sol, el Agua, el Viento, la Tierra fueron adorados por algunos conjuntos humanos como principios activos del mundo, dadores de vida, llevando al hombre a tratar de descifrar sus interrelaciones y los efectos de éstos sobre los humanos, quienes apreciando su benignidad o sus perjuicios, en orden de cosechar el mayor bienestar posible, llegaron a calendarizar sus movimientos y efectos con precisión extraordinaria, acoplándose a su ciclicidad.
Otros conjuntos, civilizaciones enteras, han sucumbido por la sobreexplotación de sus recursos naturales. No pudieron limitarse. No pudieron acomodarse a la naturaleza circundante al querer imponerle los ciclos humanos.
La explosión de un sol que se traga varios planetas no conlleva autoridad, premeditación, alevosía y ventaja. No significa que tal acontecer robustezca su empoderamiento y sea reverenciado por otros soles. En los hechos, un sol que explota está anunciando su próxima liquidación como tal.
Cito esto porque el hombre siempre imitativo, se admira, sobrecoge y envidia el poder de las fuerzas naturales y de otros seres vivos. Como no se le da el “poder cósmico”, se produzca éste como se produzca, puede desearlo, lograrlo e instrumentarlo a escala humana, piramidalmente, si no no sería poder. ¿Sobre quién lo puede ejercer? Sobre la Tierra: hogar, fragua, cocina y morada de la Vida y sobre los otros hombres, sin cuya presencia tampoco puede sobrevivir ni como individuo ni como especie. La posesión del poder y su aplicación existen por doquier, pero en el Mexicano es enfermedad endémica de amplísima cobertura, quizá por pertenecer a un pueblo oprimido, como tantos otros, desde su formación.
Si esto lo explica, no lo disculpa porque generalmente opera por la fuerza y al arbitrio y conveniencia de quien lo ejerce.
El ejercicio correcto y deseable del poder debería recaer en aquel o aquellos preocupados por el bien común y emplear toda su inteligencia por hacerlo posible. Tendría entonces legitimidad y autoridad. Se le reconocería y obedecería gustosamente.
Cuando el poder se estima como el único y mayor valor personal o de élite, necesariamente exclusivo, termina por desbarajustar todos los sistemas sobre y con los cuales opera.
Como nadie hace nada solo, quien aspira al poder coercitivo y su sustentabilidad necesita del auxilio y de la complicidad de otros hombres y de una importante ración de riqueza acumulada. Si ésta es ajena, pagará por su disponibilidad.
A la vista de tales demandas y premios se despierta la concurrencia mercantil de posibles ofertas. Acumular capital ávidamente, no responde pues a colmar necesidades básicas, implica la formación de un poder en sí, poder que hoy por hoy degrada ya la capacidad de supervivencia no sólo de las poblaciones, sino de sus estructuras, formas sanas de gobierno y administración en muchas naciones.
En el caso de las superpotencias, el Gobierno y los acaudalados civiles pagan el costo de los científicos, uno para la guerra, los otros para obtener pingües ganancias a través de medio poner a disposición general productos, tecnologías, conocimientos, etc.
Las pugnas entre competidores por este tipo de señorío, sobreexplota todo bien que esté a su alcance, incluyendo al hombre a quien concibe como mercancía de úsese y tírese, lo mismo que a la Naturaleza.
Ante la acumulación de miseria resultante de su quehacer, se justifican y ejemplarizan por sus “triunfos” –supuestamente alcanzables por cualquiera, si se trabaja arduamente – y se concretan en la psicología de los oprimidos bajo la simbología de esperanzadores estandartes: “Progreso”, “Democracia”, “Estado de Derecho”, “Libertad”, etc.
En un país como el nuestro calificado mundialmente como el segundo en corrupción, de los últimos en educación y con una polarización increíble entre capital y miseria, han sido socavadas integridad, confianza, identidad, solidaridad, justicia, posibilidad de diálogo, difícilmente restaurables, no se puede esperar más que una entrega individual, colectiva, estructural y nacional a los poderes ajenos.
Para avalar mi exposición ciudadana, no científica y menos portadora de la verdad absoluta, tomaré a grandes rasgos como ejemplo, la Comarca Lagunera.
Ubicada dentro del cono árido del territorio nacional, fue originalmente poblada por cazadores-recolectores ajustados en su ir y venir al surtimiento de agua provista por los Ríos Nazas y Aguanaval nacidos en las sierras altas de Durango y Zacatecas respectivamente. Estos grupos humanos desaparecieron no por inanición sino por exterminio.
Continuará…