EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Preocupación generalizada por el agua III

A la ciudadanía

Magdalena Briones Navarro

Una planicie de inundación es por lo general muy fértil debido al limo arrastrado por las corrientes fluviales y depositado en ella. La tierra renueva anualmente su riqueza.

Los españoles a su llegada a estos parajes, después de recorrer inhóspitos lugares, bendijeron la abundancia de agua y la fertilidad de muchos terrenos. Su manera de abastecerse era distinta: bosques y plantas del desierto fueron arrasados para sembrar gramíneas, alimento de ganado mayor, inexistente en la región hasta su llegada y para los mismos hombres.

La siembra obviamente no abarcó toda la región por la vastedad de los territorios en propiedad primero de la Corona y luego de particulares, adquiridas por merced real a precios irrisorios, los que no estaban provistos en su totalidad de agua suficiente y segura. Se concentraron en las mejores, implantando entre los naturales pacíficos o pacificados que quedaban, tecnologías, lengua, costumbres y religión. Como la suma de ambas etnias era muy limitada la Naturaleza proveyó para todos, aunque el reparto fue inequitativo y diferenciado con respecto al bien común.

Jamás se hubiera podido pensar entonces que tan privilegiadas regiones terminarían en una progresiva desertización, ni por factores naturales, ni por intervenciones humanas.

A las quiebras sufridas repetidamente por los herederos de estos territorios, después de ventas sucesivas a diferentes compradores, se rompió el latifundio con el resultado de una nueva unidad de producción, menos extensa: la hacienda, siempre orillada a las corrientes de los ríos.

En un clima caliente y seco, tierra rica, agua sobrada y un mercado abierto nacional e internacional, luego favorecido por los ferrocarriles, se sembró algodón por nacionales y extranjeros, al grado de quedar como monocultivo.

A fines del siglo XIX comienzan y se agudizan los pleitos por el agua. Cada quien quería asegurar el fruto de sus tierras ya sembradas o por sembrar y de ser posible ampliarlas. Terminaron a balazos entre los abajeños a quienes no llegaba la suficiente a veces ninguna, y los alteños que tomaban siempre toda la posible de atajar. El Gobierno Federal tuvo que intervenir para tratar de hacer justicia mediante la reglamentación del uso del agua.

Se regaba por entarquinamiento, sistema consistente en construir bardas alrededor de extensiones diferentes, capaces de almacenar el volumen necesario para empapar el suelo a una profundidad que asegurara la siembra, el crecimiento y recolección de frutos, con un escaso o ningún riego de auxilio. Durante la utilización de este sistema se computó una media de 93,000 hectáreas de siembra anual, ajustándose a la cantidad surtida por los ríos.

Cuando el agua era excesiva seguía sus cauces hasta desaguar en las lagunas que antes eran varias guardando humedad en mayores extensiones. De esas lagunas, por las que la Región tomó su nombre, no queda ninguna.

Invitados por el “boom” del algodón y la facilidad de transporte comenzaron a llegar de muchas partes, mexicanos y extranjeros con distintos oficios y profesiones, aumentando la cantidad de servicios.

Para el cultivo del algodón se necesitaba una gran cantidad de mano de obra: la estable “acasillada” y la de los estacionales para las pizcas, mucho más numerosa, peor pagada, menos servida y más desestimada.

Ante lo injusto de la distribución de la riqueza, debió acumulase un gran resentimiento entre los desfavorecidos, que hizo crisis durante el mandato presidencial del General Cárdenas quien llevó a cabo el reparto de tierras. La antigua peonada y administradores especializados en el trabajo, tuvieron a bien integrarse en uniones, muchas de las cuales, al principio, llegaron a producir más pacas por hectárea que los privados. La bondad de adjudicar tierras a más población necesitada se opacó ante la voracidad y corrupción instalada desde las Secretarías, los Bancos, la burocracia y algunos dirigentes campesinos cuya corrupción fue ilimitada e incontrolable. Añádase el desastre final del Ejido.

Por otra parte, los “técnicos” no acertaron a calcular si la extensión repartida podía estar suficientemente surtida en agua. Se privilegió al Ejido con el agua del Río Nazas, no fue suficiente. Entonces los pequeños propietarios y luego los ejidos mismos comenzaron a perforar para surtirse del agua del subsuelo. No hace mucho había más de 3,000 norias.

Continuará…

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 361894

elsiglo.mx