Luego que los gatos del Peje forzaron a la nación a emprender una prolongada discusión pública y nacional sobre la reforma petrolera, conviene hacer algunas consideraciones respecto a en torno a qué debe girar el mentado debate. Porque si no, será un nuevo diálogo de sordos que sólo nos hará seguir perdiendo el tiempo, mientras el mundo nos pasa por encima, carcajeándose de cómo nos empeñamos en seguir siendo pobres.
Andrés López dijo que no se opondrá a la reforma si ésta no privatiza Pemex, si no atenta contra la Constitución, y si no fomenta la corrupción. Por supuesto, quien determinará esas cosas será él. Un tipo al que ni usted ni yo, amigo lector, hemos elegido para ningún cargo, será el juez que determine qué pasa y qué no en este país. Pero bueno, vayamos a la raíz del asunto. O mejor dicho, de los asuntos que, según el Mesías Tropical, son el núcleo de su oposición a las reformas.
Que Pemex no se va a privatizar lo sabe cualquiera que sepa leer. En primer lugar, porque nadie en su sano juicio compraría ese montón de chatarra, echándose en el cuello el alacranzote de un sindicato mafioso y corrupto hasta la médula, además. La tibia reforma propuesta no tiene nada de privatizadora ni mucho menos. Contiene apenas algunos cambios que la darían un poco de margen de maniobra a Pemex y párenle de contar. Las petroleras gubernamentales de China, Cuba, Brasil y el resto del mundo tienen mucha mayor apertura y facilidades para la inversión privada. Ah, y a propósito: la petrolera española Repsol acaba de iniciar la perforación de su primer pozo en aguas profundas… de Cuba. Sí, la muy socialista y nacionalista tiranía de los Castro se asocia con los nefastos capitalistas hispanos para sacar riqueza del fondo del mar. Mientras tanto, nosotros nos chupamos el dedo discutiendo estupideces y viendo cómo pasa el tiempo… y seguimos importando gasolina de Estados Unidos.
Por otro lado, está la cuestión de si la reforma es constitucional… lo cual me parece un enfoque equivocado por dos razones. La primera es que me parece extraño que se le tengan tantas consideraciones a un documento que ha sido modificado 400 veces en los últimos 90 años. Así que uno diga que la Constitución es roca firme e inamovible, pues nada más no.
Pero, en segundo lugar, lo que debe analizarse es si la reforma es buena para el país o no, si le dará mayores niveles de prosperidad. Si es así, y si ello va en contra de la Constitución, pues entonces ¡que se cambie la Constitución! La Carta Magna no bajó del Monte Sinaí: fue redactada por mortales hace casi un siglo. Cambiarla para ponerla a tono con el siglo XXI es más sensato que no aprobar una reforma benéfica porque no sintoniza con algún anacronismo.
Ya veremos qué nivel tiene la discusión. Pero conociendo a nuestros ineptos, ciegos políticos, dudo que salga algo de beneficio para este pobre México.