En relación con mi columna de la semana pasada, me preguntó una lectora que por qué decía yo que el chocolate lo hacían mejor en otras partes del mundo que en nuestro país, y yo les quiero comentar una vivencia que tuve hace algunos años en Cuba.
El chocolate ha sido siempre mi “talón de Aquiles”, ha sido mi preferencia por años y años. Resulta que en diciembre de 1984 visité La Habana como turista y coincidió mi viaje con la celebración de los 25 años de la Revolución Cubana comandada por Fidel Castro. En otra ocasión comentaré, como psicóloga, mi sentir ante el adoctrinamiento que sufría el pueblo cubano al respecto. Era impresionante la “lavada de cerebro”.
Como Cuba sufría el bloqueo económico de Estados Unidos, los países de Europa en su mayoría sentían (en aquel entonces) simpatía por Castro, simpatía que fue mermando conforme el gobierno cubano se volvió más totalitario afectando a “su pueblo” en su libertad. Estos países le ayudaban enviándole productos de consumo, no sé si gratis o a precios irrisorios, pero los turistas podíamos conseguir muchas cosas, inclusive, por decir, cristalería de bohemia, de la entonces Checoeslovaquia, artículos de cristal cortado, abrigos de pieles, accesorios de las mejores marcas, etc., a precios increíbles, lo mismo que alimentos enlatados muy finos, como caviar entre otros; productos a los cuales sólo los turistas tenían acceso (y dinero para comprar porque todas las transacciones eran en dólares) y en México las autoridades permitían que las personas que regresaban de esta isla del Caribe no pasaran por la aduana, tal vez como otro tipo de ayuda.
En cualquier país al que viajo procuro probar productos que contengan cacao, pero, en esa ocasión, estando en el Aeropuerto Internacional José Martí esperando la salida del vuelo hacia la Ciudad de México, en la tienda de la terminal aérea me percaté que vendían chocolates de España, Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica, Suiza, Suecia, Rusia, Hungría, Polonia, etc. Y naturalmente que compré uno de cada país, por lo que tuve la oportunidad de “en vivo y a todo color” hacer una comparación entre ellos y, créanme, todos estaban ¡deliciosos!... no había a cuál preferir...
