El sábado pasado falleció el Capitán Piloto Aviador Silvio Berrón Marín, el cual durante los 53 años que duró nuestra amistad, junto con su esposa Margarita y sus hijos, fue muy apreciado por mi familia y a quien, además, siempre consideré una de las personas más auténticas que haya conocido. Silvio no profesaba ninguna religión, pero era verdaderamente ético, en toda la extensión de la palabra. Tenía sus convicciones muy firmes, con normas de conductas congruentes con su manera de pensar. Fue un padre ejemplar, un esposo fiel y amoroso (la pareja duró 65 años de casados) y, particularmente, demostró siempre lealtad y afecto hacia sus amigos.
Solíamos tener diferencias de opinión en materia de fe (siempre con profundo respeto por ambas partes), pero compartíamos él, Margarita y yo un cariño y una gran admiración por Juan Pablo II, a quien consideramos un líder espiritual comprometido con su misión; ningún jerarca religioso lo había impactado y atrapado con su carisma y acciones hasta la llegada al Vaticano de este personaje fuera de serie, que recién cumplió tres años de muerto y a quien se está tratando de beatificar. Silvio no estaba de acuerdo con el sometimiento y acatamiento hacia ninguna religión, pero decía que si alguien merecía reconocimiento era este Papa llegado de detrás de la Cortina de Hierro.
Él no creía en la Parusía, ni en la otra vida, pero yo sí, y por ello estoy segura que Dios Nuestro Señor ha de haber enviado al Papa Viajero, Juan Pablo II, a recibirlo e introducirlo en un lugar especial en el Paraíso, porque Jesucristo dijo que “por sus obras los conoceréis” y que todos los mandamientos se reducen a uno: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, acciones que, con su vida ejemplar, cumplió a la perfección.
¡Descansa en paz!... querido Silvio... y envío un abrazo y mis condolencias a Margarita, a sus hijos, hija, yerno, nueras, nietos y bisnietos.
