San Judas Tadeo y su hermano el Apóstol Santiago el menor, eran hijos de la prima de la Virgen María, llamada también María y de Alfeo Cleofás, hermano de San José, y a su vez también carpintero; por lo tanto, era primo de Jesucristo. Judas significa “alabanzas sean dadas a Dios” y Tadeo “valiente para proclamar su fe” (hay que recordar que los familiares de Jesús eran judíos piadosos). Tuvo tres hermanos más: José, Simón y Salomé, madre del Apóstol Santiago el mayor y de San Juan Evangelista. Desde su adolescencia Judas fue compañero de Jesús y dejó todo para seguirle, y como apóstol viajó por toda la Mesopotamia predicando a Cristo. Después se unió a su hermano Simón en Libia para convertir a sus habitantes y al final sufrieron el martirio en Suamir, ciudad persa, donde le cortaron la cabeza con un hacha. Su cuerpo fue llevado a Roma y sus restos se veneran actualmente en la Basílica de San Saturnino de Tolosa, Francia.
Santa Brígida de Suecia (1303-1373) fundadora de la orden católica que lleva su nombre, declarada patrona de Suecia y en 1999 copatrona de Europa por Juan Pablo II, contrajo matrimonio en 1316 y tuvo ocho hijos, de los cuales Catalina su hija es declarada santa en el martirologio romano. Al morir su esposo en 1334 se dedicó a la oración en un monasterio cisterciense. Desde niña tuvo visiones y en una de ellas Cristo le ordenó fundar una orden muy estricta, la cual fue aprobada en 1370. Santa Brígida contó que en una de sus revelaciones Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores se los pidiera a San Judas Tadeo, y de ahí se inició la tradición de la devoción a este santo que es tan querido en todo México.
Toda esta introducción la hago para comentar precisamente que, en lo personal, fui invitada a asistir a una misa celebrada en la casa de mi amiga Luz María Aguilar de Ortiz en honor de “San Juditas”, como suelen llamarle las personas que lo veneran. Desde hace 14 años lo hacen anualmente el 28 de octubre, día que la Iglesia Católica le tiene destinado en su Santoral para recordarlo y la misa la dice el mismo sacerdote que lo hizo desde la primera ocasión (Víctor, el nieto mayor, fue el monaguillo) y no importando en qué día de la semana caiga, en ese preciso día se le celebra. A ella asiste toda la familia, chicos y grandes, y sus amistades más cercanas, quienes llevan sus propias imágenes del santo para acompañarlas.
Sabemos que la unión de las familias es básica en esta época de indolencia hacia los afectos, por eso es importante conservar todo aquello que nos permita mantenernos unidos como familia, y las costumbres religiosas son un buen motivo para hacerlo.