En los medios electrónicos salen anuncios señalando el peligro que tenemos al automedicarnos, y para ello nos muestran personas comprando artículos sin receta médica en supermercados y farmacias similares, lo cual no deja de ser un hecho riesgoso, pero, inevitable.
El problema real es que todos nos enfermamos, ya sea de una enfermedad tan simple como la gripe (que en la actualidad ya no es tan “simple”) o de algo muy grave como las cardiopatías, y naturalmente que queremos aliviarnos. Hoy en día se carece de asistencia médica adecuada; los centros de salud tienen muchas carencias y si se tiene acceso a los servicios institucionales éstos no cuentan con los recursos de personal médico y de medicamentos para solventar las necesidades de sus derechohabientes (salvo en casos de intervenciones quirúrgicas o de alta tecnología como los transplantes), pero la “enfermedad nuestra de cada día” la mayoría de las veces tiene que resolverse sobre la marcha y es cuando se recurre a lo que se puede adquirir fácilmente, porque los padecimientos “no esperan”...
Tanto las consultas particulares como los medicamentos son muy onerosos, por ejemplo, existen algunos que se tienen que tomar diariamente y una caja con siete pastillas cuesta $500.00, lo que un trabajador que gana el salario mínimo no puede pagar; por eso los negocios de farmacias similares y de productos genéricos han proliferado en todo el país, porque están cubriendo un rubro indispensable en la existencia del ser humano: el conservar la salud.
Tal vez una solución factible sería que los laboratorios médicos bajaran los precios de sus medicamentos para que las personas no tuvieran que comprar medicinas genéricas o similares, que es algo que no sólo “Juan pueblo” hace, sino que se ha convertido en la solución para la clase media que antes se apoyaba en las instituciones de salud como el IMSS o el ISSSTE.