En días pasados apareció una noticia en los medios de comunicación acerca de un señor que pesando 180 kilos se atrevió a sentarse encima de su esposa cuando ésta se encontraba tendida en el suelo, después de una de las múltiples discusiones que solían tener (no lo mencionan, pero se supone que él la tiró), causándole la fractura de 18 costillas (no sé cuántas tiene el cuerpo humano, pero me imagino que 18 lastimadas son muchas), muriendo posteriormente por esa causa. En el proceso salió a la luz que el hombre maltrataba sistemáticamente a la mujer.
El acusado alegó que él cayó accidentalmente encima de su víctima (que pesaba 63 kilos), pero un perito certificó que debió estar más de dos minutos sentado sobre ella para causarle tan graves lesiones. El juez le dio cinco años de cárcel (por cierto, qué castigo tan corto), subrayando que “fue una agonía tortuosa que se alargó (por) semanas”.
La muerte ocurrió por varias razones:
Tras ser aplastada por su marido, tardó varios días en acudir a una clínica.
En la clínica le dijeron que sólo tenía tres costillas rotas.
No se le diagnosticó correctamente y fue dada de alta de inmediato.
Murió por aplastamiento y, lo principal, si ella no le hubiera tenido miedo al marido, esto no habría ocurrido.
Conclusión: Las mujeres “deben ponerse las pilas” y denunciar a sus maridos desde la primera ofensa física que experimenten, ya sea verbal o física, para evitar la mala suerte de “morir aplastadas”. Suena chistoso, pero, es patético.
