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Puntitos

Federico Reyes Heroles

Recientemente -en una acalorada discusión sobre la reforma energética, como en todas partes- alguien comentó con cierto desdén “además sólo generaría un punto porcentual de crecimiento”. Refuté: un punto es muy importante, son cientos de miles de empleos. Volvió a la carga “necesitamos crecer cinco puntos más, uno no es nada”. No, regresé, uno es mucho. Los cinco se logran de uno en uno. La discusión me dejó un mal sabor de boca. Una persona preparada, con estudios universitarios, no es economista, pero sí letrado, era prisionero de su ideología y también de un profundo desprecio por lo que en apariencia es pequeño: un puntito. Este síndrome es muy común en México, despreciamos los detalles, lo pequeño. ¡Qué desprecio por los puntitos!

Me recordó el conocido libro Small is beatiful de Schumacher. Un punto porcentual de crecimiento no es un detalle, es bienestar para muchos mexicanos. El desprecio por lo pequeño fomenta la injusticia. Puntito más puntito se hace la diferencia. Veamos, nuestro PIB per cápita ronda los 8,500 dólares al año. Somos en ese sentido un país situado en la parte media baja de la tabla mundial: lejanos de los 44,000 de Dinamarca o de Estados Unidos, aún más lejos de Noruega con más de 71,000. Pero también muy por encima de los 920 de Costa de Marfil o de los 800 de la India. Sin embargo, con alrededor de 13 millones de pobres extremos –menos de un dólar al día- y poco más de 20 millones de pobres simples –menos de dos dólares al día- nadie se puede sentir satisfecho. Necesitamos que nuestra economía crezca, que lo haga de manera sostenida, a un buen paso, por un período prolongado para así salir de la pobreza. Vietnam lleva 20 años de crecer a más del 7% anual, simplemente es otro país.

Veamos el valor de los puntitos. Supongamos que queremos llegar a un nivel similar al de Portugal, alrededor de 16,000 dólares de PIB per cápita, tendríamos que duplicar la producción nacional. Si México creciera a un paso del 2% anual lograrlo nos llevaría un período de 34 años. Siguiendo nuestros niveles de esperanza de vida sólo los menores de 40 años lo verían. Pero si le añadiéramos un puntito y medio, es decir si creciéramos al 3.5% anual, la espera se reduciría a 20 años. Los que rondamos los cincuenta tendríamos la oportunidad de ver ese México. Ahora, si de verdad nos ocupáramos de los puntitos y creciéramos al 6% alcanzar ese México mucho más próspero se llevaría sólo 12 años. Los mexicanos que hoy rondan los 65 podrían verlo. Eso es lo deseable, no por los testigos sino por los beneficiados, pero lo más importante, también es posible. Es cuestión de cuidar los puntitos.

Supongamos que la reforma energética pudiera darnos casi un punto, eso en sí mismo ya cambiaría el panorama, rozaríamos el 3.5%. La reforma laboral sería otra espléndida señal para los inversionistas. Hay quien afirma que podría aportar otro punto porcentual de crecimiento. Ya andaríamos en los cuatro y medio. Los proyectos de infraestructura anunciados, según algunos cálculos, de continuarse nos podrían agregar medio punto, ya serían cinco. La reforma en telecomunicaciones, por su impacto en productividad y otros sectores agregaría otro punto, ya vamos en 6 y así, de puntito en puntito.

Hay otra manera de ver el asunto. La corrupción en México, nada más la que afecta a las familias, medida por la Encuesta Nacional de Corrupción y Buen Gobierno, llega casi a un punto del PIB. Se trata de mucho dinero que se queda en bolsillos privados y que lacera a los mexicanos más pobres. La corrupción que afecta a las empresas, que inhibe la inversión y el empleo, no ha tenido una medición del todo exacta. El IMCO y el CEESP han realizado estudios al respecto y calculan en 20% de las ventas el costo indebido por servicios públicos necesarios para su funcionamiento. Una merma más a la inversión. Otra puerta de entrada al problema son las mediciones –nacionales o internacionales- sobre la productividad. Entre menos productivos seamos más lentamente crecerá el pastel nacional. Se trata de una proporción geométrica. Productividad que está relacionada centralmente con acciones de Gobierno como la reducción de la tramitología, la pérdida de tiempo en aduanas, los costos de transportación por barco, tren, carreteras, los costos de las comunicaciones y de nuevo la corrupción.

Pero hay otros problemas -ya no de la economía formal- que pesan brutalmente sobre el país. Por ejemplo la salud pública. Que cada quien haga con su vida lo que quiera, el problema surge cuando le pasan la factura de esas formas de vida al Estado. Los mexicanos tenemos que invertir cantidades crecientes de dinero en enfermedades como las consecuencias del tabaquismo, el alcoholismo, los accidentes imprudenciales. La diabetes generalizada nos cuesta a todos. El ser subcampeones mundiales en obesidad y campeones en sobrepeso nos cuesta a todos. No son centavos, estamos hablando de casi 57,000 millones de pesos, refinería y media o varias veces el presupuesto de la UNAM. Se trata de dineros que pueden ocuparse en educación –que además procura productividad- o en mayor justicia social, infraestructura, ciencia y tecnología. ¿Cuánto nos cuesta la inseguridad? Son los brazos de la pinza: por un lado acelerar el crecimiento, por el otro evitar el desperdicio: el dinero gastado en cuestiones que podrían ser evitadas.

Por lo pronto, queda claro que mientras no aprendamos a sumar, mientras no prestemos atención a cada parte, mientras despreciemos los puntitos, seguiremos esperando el milagro en lugar de subir peldaño a peldaño.

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