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Qué admirarle a la república norteamericana

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Los mexicanos, igual que buena parte del mundo, tenemos sentimientos ambivalentes hacia los Estados Unidos. En el caso de México, exacerbados por la condición de cercanía y una historia de agravios reales y supuestos; y porque buena parte de nuestra población, lo admitamos o no, admira a los gringos y los toma como modelo (al menos, algunas de sus características, y no necesariamente las mejores). En el caso del resto del mundo, quiten lo de la cercanía, y dejen lo demás: abundan las sociedades en que se ve a los Estados Unidos con una mezcla de odio y amor muy similares a la actitud típicamente mexicana. En algunos casos, por simple rebote: el famoso “imperialismo yanqui” o la presencia de las transnacionales y sus sistemas de expoliación… que le dan empleos a países que han sido históricamente incapaces de desarrollar estructuras productivas dignas de ese nombre.

Pero en vista de lo ocurrido el martes, y lo que representa para Estados Unidos y para el mundo entero, seamos generosos, despojémonos de prejuicios y hagamos un breve recorrido sobre qué deberíamos admirar (y quizá intentar tomar como modelo) de la república norteamericana. Se me ocurren al menos cuatro cosas ante las que habría que quitarse el sombrero:

1.- Suerte: Así como portero sin suerte no es portero, un fenómeno histórico en que no se den afortunadas coincidencias no tiene muchas probabilidades de perdurar, servir de ejemplo y detonar cambios universales. En este caso, la república norteamericana tuvo la benigna fortuna de que la generación de sus Padres Fundadores fue la mejor de su historia: las mentes más brillantes, los hombres con más visión, fueron los parteros de los Estados Unidos. Que en un mismo tiempo y lugar se reunieran caracteres como Ben Franklin, John Adams, Alexander Hamilton, Thomas Jefferson, James Madison y hasta George Washington (no tan notable como los demás) como figura unificadora carismática, ello resulta realmente extraordinario. Vaya, esa primera generación tuvo hasta su Innombrable, en la figura del siniestro (y genial) Aaron Burr. Es difícil encontrar, en una encrucijada vital de la historia humana, una colección tan envidiable de señorones, que dejaran una huella tan notable. Y que construyeron lo que sería un modelo que cambió al mundo para siempre.

2.- Instituciones: Cuando nacieron los Estados Unidos, en 1787, era la única república del mundo: el 99.8% de la Humanidad era regida por testas coronadas de distinta índole: el rey de Inglaterra, el Emperador de China, el Zar de Rusia, el Virrey de Nueva España (representante del Rey de España), el Emir de Disneystán… you name it. 220 años después, las monarquías en este mundo son una absoluta minoría; y muchas de ellas siguen los principios fundamentales planteados por los empelucados reunidos en Filadelfia, aunque conservando a sus monarcas en el trono como simples motivos decorativos o para no quebrársela a la hora de escoger qué poner en las estampillas postales. La extensión del sistema republicano representativo en sólo dos siglos, cuyo modelo original fueron los Estados Unidos, es el fenómeno político más interesante e impactante de la historia política humana.

Aunque los europeos hacen mucho jaleo con la Revolución Francesa y su promoción de los derechos políticos y humanos (tanto así que la historiografía eurocéntrica marca un cambio de época, de la moderna a la contemporánea, el 14 de julio de 1789), la verdad es que mucho de ese fandango tardó un buen rato en enraizar. Y claro, es evidente el fracaso de la Primera República Francesa (y de la Segunda (1849-55); y de la Tercera (1871-1940); y de la Cuarta (1946-58)…).

Por supuesto, la república norteamericana nació con (y conserva) muchos defectos. Pero resulta evidente que un sistema que sirve de ejemplo para el resto (aunque muchos fracasan en asimilar sus bondades); que ha sobrevivido con muy pocos cambios durante dos siglos (sólo 36 enmiendas constitucionales); y que en ese lapso se convirtió en superpotencia mundial, derrotando en el proceso a despotismos detestables como el militarismo prusiano, el nazismo alemán y el comunismo soviético, sin duda tiene más virtudes que defectos. Todo ello gracias a que esas instituciones funcionan y son respetadas (lo que Nunca ha ocurrido en México), especialmente en tiempos de crisis. Lo que nos lleva a:

3.- Capacidad de corrección: Revisando la historia norteamericana, resulta notable que, cuando Estados Unidos se encamina al abismo, su pueblo sabe utilizar las herramientas institucionales de manera tal que escoge al líder más apto y adecuado. Los gringos han metido patas horrorosas a lo largo de su historia, pero tienen los mecanismos para corregir el rumbo y encarrilarse a un mejor accionar. ¿Quién mejor que Lincoln para enfrentar la secesión del sur y preservar la Unión? ¿Quién mejor que F. D. Roosevelt para echarse un tiro con la Gran Depresión y luego contra Hitler? ¿Y qué mejor que escoger a un negro carismático y joven para lavar las infamias que deja como herencia la Administración de W. Bush? Sí, los gringos reeligieron a ese retrasado mental. Pero luego escogieron a Obama. Los argentinos reeligieron a Menem y luego eligieron a los Kirchner. Nosotros pasamos de un inepto Fox a un débil Calderón; y, bien lo sabemos, pudo haber sido incluso peor. Ustedes dirán.

Ese poder para corregir el rumbo se debe al buen uso de las virtudes básicas de la república representativa democrática que, contra viento y marea, sin ninguna experiencia histórica previa, y como uno de los más audaces experimentos colectivos de la historia humana, fue creada por aquella generación notable de los 1770’s-90’s. Hoy en día no podemos sino admirarnos de la visión telescópica y la amplitud de miras con que fueron creados los pesos y contrapesos que siguen funcionando tan bien.

4.- Madurez de la clase política: Por supuesto, en la historia de la república norteamericana ha habido abusos, corruptelas y presidentes nefastos. Pero la libertad de prensa, expresión, crítica y asociación con que nació le ha permitido crear una clase política y un quehacer ídem sumamente maduros. Allá se hace política, aquí se hace grilla, en otras partes simple demagogia o la repetición insulsa de eslóganes ideológicos más rancios que mis pantuflas. Esa madurez, creo, quedó patente entre las 10 y las 11 de la noche del martes: el perdedor admite que perdió, felicita al vencedor, lo llama “mi presidente” y exhorta a sus seguidores a trabajar con Obama. A su vez el vencedor lo primero que hizo fue felicitar a McCain, señalar su valentía, liderazgo y servicio a la Patria, e invitarlo a que le ayude en la difícil chamba que acaba de agarrar.

Comparen eso con nuestros ineptos, rapaces, deleznables parásitos que se hacen llamar políticos, y tendrán una buena explicación de por qué allá están en el Primer Mundo y acá nosotros en el Inframundo. Comparen la noche del martes con la del 2 de julio de 2006, cuando Calderón salió a leernos las cifras de las encuestas que le favorecían (sin decir una palabra de que había que esperar los resultados definitivos validados por el IFE, que hubiera sido lo responsable), y el Peje a mentir con todos los dientes, diciendo que llevaba medio millón de votos de ventaja… siendo que su encuestadora principal, unos minutos antes, le acababa de informar que iba abajo por un punto porcentual.

Total, que el que desprecia al sistema norteamericano, y ensalza a uno que se cae de podrido como el de los Castro… bueno, habría que medirle el IQ.

Consejo no pedido para ganar la próxima elección de Rey Feo de su club: lea “Burr”, de Gore Vidal, amena biografía de un personaje extraordinario. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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