Mucha gente encuentra esta vida tan mediocre, gris y despreciable, tan poco estimulante y aburrida, que prefiere refugiarse en otros mundos, así sean éstos ficticios. Eso hace más llevadera la existencia y con frecuencia sirve para preservar la sanidad mental del sujeto.
Claro que esos refugios varían sustancialmente. Por ejemplo, los que tenemos la dicha de gozar con la lectura, nos sumergimos en vidas, experiencias, dolores y triunfos de personas imaginarias o reales, sin ir más allá de la banca del parque o la poltrona de la casa. Lo cual no representa mayores problemas: uno cierra el libro, y santo remedio. Se estuvo inmerso en otra realidad durante una hora o tres o diez, y se puede retomar la vida cotidiana sin empacho. A poca gente le ocurre lo que a don Alonso Quijano, que de tanto leer se le ablandaron los sesos y se lanzó a recorrer las manchegas llanuras creyéndose caballero andante.
Pero hay otros refugiados en el mundo de la ficción que llevan las cosas mucho más allá. Los que hacen de algunas series de televisión o ciertas películas su vida, en el sentido estricto de la palabra. Aquéllos para los que la línea entre realidad y fantasía es tan tenue que suelen brincarla.
Así, hay algunos seguidores de la serie televisiva Viaje a las Estrellas (Star Trek) que conocen la saga de las misiones de la nave Enterprise mucho mejor que la historia de su familia… si es que la retienen. Es gente que se ha tomado la molestia de hacer el árbol genealógico del Sr. Spock, pero que no recuerda si su tía Genoveva está viva o muerta.
Como la épica historia de La Guerra de las Galaxias ha generado generaciones y generaciones de ávidos fans, que viven prácticamente como hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana.
Algunos se toman las cosas tan en serio, que han adoptado el código de los caballeros Jedi. De hecho, en el censo de 2001 realizado en Gran Bretaña, 390,000 personas (0.7% de la población) nombraron “Jedi” como su religión.
Pero hay de alucines a alucines. Hace unos días, un hombre perfectamente borracho, con casco de Darth Vader y capa hecha con una bolsa de la basura, agredió a dos jóvenes pertenecientes a la Iglesia Jedi de Anglesey, en Gales. Sin respirar muy hondo que digamos y llevando varios litros de vino entre pecho y espalda, la emprendió con una muleta metálica en contra de los aprendices de Jedi, que se preparaban para filmar una pelea con sables láser.
Precisamente el video de la agresión sirvió de evidencia para condenarlo por agresión y desorden público. El Anakin Skywalker beodo alegó que no recordaba nada, pero pedía perdón por su actitud. Y es que ese casco y esa máscara le sacan lo peor hasta al más templado. O quizá simplemente se dejó llevar por el lado oscuro de la fuerza. Ése que parece estar condensado en las botellas de bebidas espirituosas.