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Que los muertos descansen

Federico Reyes Heroles

Para la familia Martí Haik

Recientemente leí un artículo ofensivo. En él un priista de todos los tiempos, alguien que nunca se bajó de la nómina, ya sea del Gobierno Federal, del Legislativo, del servicio exterior o de su propio partido, uno de esos típicos usuarios del poder, invocaba a un muerto para atacar la reforma energética y a sus impulsores. Siendo su mayor mérito haber aparecido en escena justo cuando su tío era presidente de la República, el gran valiente invoca a un desaparecido para justificar la ausencia de criterios propios. Los descendientes deben pensar como su ascendencia, de no ser así traicionan. Ese es el mensaje. ¡Qué moderno!

Diciéndose lector incansable de Ortega y Gasset cuyo pensamiento por lo visto no ha comprendido, el comentarista invoca a un personaje de la vida nacional desaparecido hace un cuarto de siglo para argumentar hoy. ¿Es válido el instrumento? ¿Se vale revivir a los muertos para hablar del presente? Por supuesto que sí, por eso leemos a los clásicos, por eso resucitamos al pensamiento griego a Voltaire, a Rousseau. Ello ocurre principalmente en discusiones de tipo filosófico, universales.

Pero un exegeta serio sabe que hay áreas del pensamiento -de cualquier clásico- que no resisten el paso del tiempo, sobre todo las que no dependen de un principio ético sino del correr del mundo. La economía no soporta dogmas. El mundo cambia muy rápido. Por ejemplo, Aristóteles creía que la esclavitud era válida. Eso no cancela el valor de La Lógica, La Metafísica. Montaigne era un aristócrata convencido. Un pequeño cuarteto lo despertaba todos los días animándole por sus grandes virtudes a emprender la jornada. (Ver el espléndido ensayo de Stefan Zweig sobre su vida publicado por El Acantilado). Su padre, un próspero comerciante, decidió comprar los títulos nobiliarios y hacer de su hijo un sabio. Ese rasgo, ser un convencido de la diferencia esencial, no le resta un gramo a la sabiduría de sus ensayos. Shopenhauer era un misógino conocido, al igual que Nietzsche, pero siguen siendo clásicos. Marx tampoco creía en la igualdad entre los sexos, no era su convicción, pero ningún marxista se acuerda hoy de ello. Les parece lógico que así haya sido.

Si eso ocurre en discusiones sobre asuntos de derechos básicos qué puede uno esperar de otras áreas, como la administración pública. Hace cuarenta años el mundo estaba dividido en dos grandes polos de poder. Eso ya desapareció. Hace cuarenta años la gran mayoría de la población mundial vivía en regímenes autoritarios, incluido México, eso también por fortuna ha disminuido. Hace cuatro décadas las economías centralmente planificadas gobernaban casi la mitad de la población mundial. Esa realidad ya no existe. Hace cuarenta años lo afroamericanos acababan de conquistar la igualdad de derechos políticos en la nación más rica del mundo. Hoy un afromericano está a punto de llegar a la Casa Blanca.

Hace cuarenta años las grandes corporaciones del mundo eran enanas comparadas con las del siglo XXI. Hoy de las cien economías más importantes del orbe más de cincuenta son corporaciones que rebasan a los estados-nación. Si se analizan las fusiones nos podremos imaginar lo que viene. Hace cuarenta años el comercio exterior era una herramienta complementaria del crecimiento. Hoy las economías más prósperas dependen de esa actividad. Hace cuarenta años la Unión Europea como tal no existía, de hecho las tensiones entre muchos países -Alemania y Francia- eran proverbiales. Hace cuarenta años la India era vista como un referente de atraso sin mayor esperanza. Hoy apunta para ser una de las grandes potencias en unas cuantas décadas.

Hace cuarenta años los Estados Unidos bombardeaban Vietnam y nadie se hubiera atrevido a hablar de un sistema de mercado en China. Hoy esas dos naciones crecen como la espuma. Los Audis circulan en Beijing. Vietnam exporta café y compite con Colombia. El mundo es otro. Mercedes Benz, una de las empresas símbolo del nacionalismo alemán, se fusionó con Chrysler, otro símbolo pero del enemigo alemán en la Segunda Guerra Mundial. La economía nos da sorpresas basadas en buena medida en las innovaciones tecnológicas. Hoy sabemos que la mayor riqueza se genera aportando nuevos conocimientos, tecnologías revolucionarias, patentes. La competencia se convirtió en un acto de supervivencia. Hace cuarenta años predominaban las economías cerradas, se privilegiaba la producción de bienes, se pensaba que ser potencia requería un fuerte andamiaje industrial. Hoy muchos de esos paradigmas están enterrados. Pretender hoy que alguien prediga acertadamente cómo administrar una empresa estatal en 2050 es un acto más que de osadía, de franca ignorancia sobre el cambio. Invocar la palabra de alguien como dogma inalterable sin poder recabar su opinión sobre los cambios es, ello sí, traición.

Qué poco elegante, qué deshonesto, qué poco realista, qué cursi, qué cobarde refugiarse en las palabras de un muerto para encubrir la ausencia de ideas propias. Qué bajo e inútil tratar de enfrentar a las generaciones. El debate sobre cómo reactivar la principal industria energética de México tiene que ver con el mundo de hoy. Imagínese el lector retomar hoy a Luis Echeverría (sé que es una pesadilla) por ejemplo “gobernar es poblar” y exigirle a su familia, a un sobrino, que defienda sus dichos. Las ideas no vienen en los genes, cada quién las genera y las defiende de acuerdo a su tiempo. El hombre y su circunstancia decía Ortega y Gasset.

Se preguntará el lector por qué molestarse por un articulista rodeado de dudas. La respuesta es una: ese muerto invocado a destiempo fue mi padre.

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