México está enamorado de Barack Obama. Que un negro, joven, de segundo nombre Hussein, conquiste la Casa Blanca será como triunfo propio. Y más porque es enemigo jurado de Bush. Si John McCain hubiera sido el candidato demócrata, el enamoramiento sería aún mayor.
McCain conoce México, se dio el tiempo de hacer campaña aquí, es un experto en temas de la frontera, se lleva con académicos y políticos de nuestro país, y cuando era senador presentó junto con el legislador estadounidense más pro-mexicano, el demócrata Edward Kennedy, la mejor iniciativa de reforma migratoria.
Pero John McCain es republicano, es de Bush, tiene el pecado original, representa todo lo que un mexicano detesta de un gringo blanco y rico.
Barack Obama no vino a México ni porque lo invitaron, el tema de la migración no es su fuerte, no sabe de América Latina, quiere dejar de comprar petróleo, y lo alimentan financiera y políticamente dos de los grupos de presión que compiten contra los nuestros: los poderosísimos sindicatos que quieren que los empleos de las compañías estadounidenses se generen allá y no aquí, y los afroamericanos que pelean por los mismos trabajos que los latinos.
Pero es demócrata, su piel es oscura como la nuestra, habla de los pobres, va a frenar las guerras del mentiroso de Bush y “tiene onda”.
Así visto, en el papel, a México en lo particular le conviene mucho más el triunfo de McCain. Pero en política, incluso en contra de lo que marcan los rostros de esta elección, no todo es blanco y negro.
McCain sabe más de México y lo tiene más cerca. Pero Bush era así y de nada sirvió. No es útil tener un aliado débil, aunque despache en la Oficina Oval.
Al ganar Obama, Estados Unidos tendrá desde ya un presidente fuerte, poseedor de un envidiable bono democrático que renueva el aroma de una nación acostumbrada a escuchar sólo de soldados muertos y desplomes bursátiles.
Lo que más necesita México de Estados Unidos, antes incluso que un acuerdo migratorio o recursos para combatir el narco, es que reactive su economía. Barack Obama es inyección de optimismo a los mercados financieros deseosos de nuevas caras y nuevas soluciones para los problemas que dejó la vieja Administración; una dosis de “sí se puede” a la depresión. Y en economía, son más importantes los estados de ánimo y las percepciones que las cifras mismas.
McCain es el predecible, pero en las encuestas va arriba el impredecible. Con McCain se puede hablar de migración, pero el que encabeza quiere discutir de energías renovables. Con McCain es recorrer la conocida autopista, pero con el casi seguro ganador toca abrir brecha.
Si algo ha caracterizado a Obama, que diseñó una campaña política rompiendo esquemas, es que tiene imaginación. A ver si de este lado le echan al menos una pensadita.