El Partido de la Revolución Democrática enfrenta una encrucijada. Su elección interna confirma la quiebra ética de la cultura democrática y es, al mismo tiempo, el mejor ubicado de los partidos grandes para encabezar esa renovación moral que todos han prometido y ninguno ha entregado.
En 1929 Martín Luis Guzmán cinceló, en La sombra del caudillo, la regla de oro de las elecciones mexicanas: “si no le madruga usted a su contrario, su contrario le madruga a usted”. Hace ya muchos años el Partido Acción Nacional, el PRD y buena parte de la sociedad creíamos que bastaba con que hubiera elecciones limpias y confiables para que el Revolucionario Institucional perdiera las elecciones y sepultáramos la herencia del madruguete para iniciar la construcción de una democracia con equidad.
Nos equivocamos. Pecamos de ingenuos. Cuando Vicente Fox llegó a Los Pinos las ánimas del pasado se posesionaron de la pareja presidencial que modernizó añejas técnicas y contribuyeron a que su partido se alzara con la victoria. La izquierda se levantó contra el agravio exigiendo transparencia y el recuento de los votos.
A la luz de ese pasado no importa tanto establecer quién ganó o perdió las elecciones internas del PRD sino reflexionar por qué siguen cayendo en los mismos vicios, cuáles son las consecuencias y cómo pueden corregir esa epidemia que infecta a todo el cuerpo público. Mientras los perredistas votaban, los de Alternativa se disputaban a golpes la dirección del partido (según fuentes que estuvieron presentes en la asamblea del Distrito Federal golpeadores al servicio de Alberto Begné se lanzaron contra los seguidores de Patricia Mercado).
En 1965 apareció La democracia en México de Pablo González Casanova. Fue un parteagauas de la transición porque fue la primera explicación general del sistema hecha por un mexicano. Don Pablo acumuló una gran cantidad de datos que ordenó con la lógica del método científico para obtener un retrato del México real. Una de sus conclusiones fue que el colonialismo interno, la marginalidad y otros problemas no podrían resolverse por la vía de una revolución socialista, improbable en las condiciones del México de entonces, ni manteniendo el statu quo y sus inercias, sino enfrentando el gran “déficit democrático”. 43 años después seguimos siendo el país de las desigualdades y las desconfianzas.
Quienes gobiernan son unos irresponsables que ignoran el daño causado por las irregularidades electorales a la calidad de la democracia. Los comicios percudidos son el principal nutriente de dudas y la desconfianza, reducen la participación ciudadana y ponen en entredicho la legitimidad de algunos gobernantes. También alimentan el cinismo de los gobernantes y perpetúan la cultura de la impunidad. Tanto así que según una encuesta de Mitofsky (diciembre de 2007) dos terceras partes de la población considera que de haberse realizado elecciones presidenciales en aquel momento, éstas serían “poco limpias”, “nada limpias” o “fraudulentas”.
¿Y ahora qué sigue? O más bien, ¿cuál de los partidos se comprometerá en serio con una campaña de renovación moral? El PRI no tiene aliciente para hacerlo porque sus gobernadores y sus líderes parlamentarios actualizaron los viejos métodos y encontraron la fórmula para acumular el poder que les permita completar la restauración regresando a Los Pinos en 2012. Al PAN ya no le queda energía para resucitar a los “místicos del voto”; todo su ánimo está dedicado a defender, sea como sea, lo obtenido y porque carece de los cuadros para cumplir con lo prometido; ésa es una de las lecciones dejadas por el caso Mouriño.
En estos momentos la principal esperanza de renovación está en la izquierda en donde habría una base social dispuesta a respaldar la aventura. Alejandro Encinas ya prometió que el PRD irá a una renovación moral a fondo. De confirmarse su victoria ¿querrá? ¿podrá? Después de todo lo sucedido el domingo pasado es parte de su normalidad. Cuando ganó Rosario Robles en 2002 fueron tan grandes las impugnaciones que el PRD creó una Comisión para la Legalidad y la Transparencia presidida por el inolvidable Samuel Del Villar. Su informe, duro y claridoso, parte de una tesis: las tribus perredistas habían reeditado todo el tipo de fraudes orquestadas por el PRI en el pasado. Propuso la anulación y reposición de los comicios y una modificación de los ordenamientos legales del partido para impedir que se repitieran los fraudes.
Lo ignoraron y tiempo después se hicieron públicos los videos de Ahumada que mostraron el lastimoso estado de la fibra ética de una parte del PRD. Las revelaciones fueron vistas como parte de la ofensiva para frenar a Andrés Manuel López Obrador. Lo eran, pero eso no negaba que hacía evidente una enfermedad que no podía desatenderse. No hicieron nada y el PRD sigue siendo incapaz de convertirse en la alternativa ética y política que pretendía.
El PRD tiene una oportunidad para redimirse. En la coyuntura que vive debe elegir una de tres opciones: dejar todo como está, concentrarse en una reforma a su interior o combinar una limpieza en casa con una campaña nacional contra la corrupción del sistema político que mantiene a México en el atraso y a la mayoría de la sociedad en la pobreza. Me parece más lógica y necesaria la tercera vía aunque será imposible que se presenten como los reformadores si son incapaces de modificar su práctica interna. No pueden seguir levantando el dedo para subrayar los yerros de los otros mientras se muestran remisos a modificarse a sí mismos. ¿Querrán? ¿podrán?
Independientemente de lo que suceda al interior del PRD, el camino para aquella parte de la ciudadanía interesada en una democracia con equidad es bastante obvio: seguir insistiendo en la transparencia y en la rendición de cuentas como los principales instrumentos para lograr una democracia con equidad.
La miscelánea
En la academia y el periodismo es inaceptable el ocultamiento de las fuentes de información utilizadas. Los contratos sobre el caso de Juan Camilo Mouriño fueron publicados el 15 de febrero por Ana Lilia Pérez en Contralínea, la revista dirigida por Miguel Badillo. Gente cercana a Andrés Manuel López Obrador solicitó y obtuvo de la periodista las copias de los contratos que luego exhibiría el líder perredista el 24 de febrero sin reconocer abierta y reiteradamente el origen de las mismas. Es de elemental decencia que corrija la omisión.
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