Cuando los secuestradores del niño Fernando Martí fijaron a la una de la tarde la cita para recibir el dinero del rescate, las autoridades del DF se dieron cuenta de que estaban infiltrados.
El cobro a plena luz del día, con la mayor impunidad, les resultó una señal inequívoca de que policías de la capital del país, del Estado de México y Federales, estaban coludidos con los plagiarios.
Los criminales prometieron comunicarse en la noche para decir dónde entregarían a la víctima. Nunca más lo hicieron.
En diciembre, el respetado empresario Alejandro Martí anunció que había vendido la prestigiada tienda de artículos deportivos que lleva su apellido por 561 millones de dólares. Los que lo conocen aseguran que arrancó ahí una de las temporadas más felices de su vida.
Cualquier festejo posible se vio interrumpido cuando el 6 de junio, camino a la escuela, su hijo de 14 años fue raptado por una banda que, según las primeras investigaciones, inició dedicándose a robar camionetas de lujo y ahora también secuestra, ambos delitos, en el Sur del Distrito Federal.
Quién iba a pensar que el hombre a quien vendió sus tiendas terminaría siendo su consejero en los momentos más ácidos de su vida. El comprador, Alfredo Harp Helú, lo puso en contacto con una empresa privada especialista en negociar secuestros, con la que ha mantenido una relación de confianza desde que en 1994 estuvo secuestrado más de cien días por la guerrilla del EPR.
Las cosas comenzaron a complicarse y el señor Martí optó por recurrir a otro buen amigo: Marcelo Ebrard. La Procuraduría del DF hizo suya la investigación.
Lo primero que le llamó la atención fue la voz del secuestrador encargado de negociar por teléfono: un tonito como de quien padece algún retraso mental o finge padecerlo, y el uso recurrente de frases infantiles como “ja, ja, ja, te la creíste”. Lo ligaron de inmediato a otros casos.
La autoridad capitalina decidió no compartir esta información con el Gobierno Federal… hasta que la familia entregó el dinero y no hubo rastro del niño por días.
Fue entonces cuando una tercera mano fue urgida a entrar en el rescate: el departamento antisecuestros de la Secretaría de Seguridad Pública Federal. Ya no hubo jamás comunicación alguna con los delincuentes. Rato hacía que habían asesinado al adolescente.
El viernes, los padres de Fernando, cuya muerte nos enluta y atemoriza a todos, tuvieron que reconocerlo por la dentadura. Su cadáver, confundido inicialmente con el de un hombre de 40 años, está irreconocible al grado que el forense no sabe cómo murió.
Esta semana alguien va a tener que pagar al confirmarse que varios de los secuestradores estuvieron en la cárcel por robo y lograron salir… para reagruparse.