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Quino

Diálogo

Yamil Darwich

“Me siento tan despistado a partir de Ronald Reagan y gente tan descarada”, dijo Joaquín Salvador Lavado “Quino”, el argentino cuyos cartones cómicos han dado la vuelta al mundo con su personaje “Mafalda”, que entre sonrisas provocadas nos deja pensativos, analizando verdades dichas con simpleza y simpatía, quedándonos en reflexión y hasta ansiedad.

Y si el mundo ha cambiado para “Quino”, también para nosotros; lo vemos transformarse rápidamente y no siempre para bien. Esto no es causa de la ciencia o la técnica; tampoco podemos culpar a la globalización o Sociedad del Conocimiento; seamos francos: es nuestro propio relajamiento como “cúlmenes de la creación”, quienes nos dejamos anegar de inconsciencia hacia la realidad.

Analice los cambios espectaculares vividos con el paso de unas cuantas décadas: antes, jugar con los amigos al trompo o al balero; aún mejor: “hacer chuza” lanzando un puñado de canicas, era ocasión de festejo. Seguramente usted, como yo, varias veces llegó a casa cubierto de barro y con una sonrisa de “oreja a oreja”, sintiendo las bolsas del pantalón, de gabardina o mezclilla, rebosantes de bolitas de vidrio y barro. ¿Recuerda los corajes de su mamá cuando le descubría las rodillas raspadas a través de la rotura de la tela –algunos ya con parches llamados “rodilleras”-?

Hoy día los niños ya no juegan así o lo hacen poco y solos; lo más común es descubrirlos en sus dormitorios, embelesados y hasta aturdidos frente a las pantallas de televisión o computadora, entretenidos viendo programas idiotizantes, o juegos de video con los que aprenden a golpear, agredir, lastimar o matar.

Quizá de joven –si usted es fémina– aceptó la invitación del novio para ir al casino de moda, al compás de las grandes bandas de la época, para lo que se preparó con suficiente anticipación seleccionando vestido, zapatos y peinado, tal vez pidiéndole a su mamá alguna “joyita” prestada, divirtiéndose con el proceso y alimentándose el ego; luego, bailar en la pista iluminada, sabiéndose observada, luciendo el atuendo de gala y el maquillaje delicado, enamorando al compañero. Ahora, las cosas son simples, ¿desabridas?: algún pantalón de moda para asistir al “antro”, a oscuras, entre disparos de luz, muchas veces imposibilitados a escuchar por el estruendo de la tecnología en el sonido, aplicada a la comunicación.

De verdad que el mundo va cambiando.

Hoy, los medios de comunicación televisiva ofrecen imágenes instantáneas de viajes estelares, guerras en otros confines de la Tierra, conciertos estridentes y muchas películas con efectos especiales que entretienen al espectador, en casa, solitario y hasta con audífonos colocados en las orejas, como si tratasen de impedir se escape algún sonido, que al fin de cuentas no hay nadie para compartirlo. Nosotros imaginábamos todo eso.

Anteriormente, la televisión era en blanco y negro, quizá tuviera regular imagen y sonido; tal vez era escuchado el arcaico radio de bulbos enormes, con constantes fallas de señal y permanente interferencia, atentos a la narración de las peleas de box de los mexicanos embravecidos, sentados en el sillón de la sala o en el piso, juntos los familiares, alrededor de los mayores, recibiendo afecto, comentarios y alimento para el ánimo.

Luego dice “Quino”: “Sí, uno se pone más ácido, pero es lógico también. Cuando uno era joven, se acababa una guerra, creía que era la última y no aparecería otra y a esta edad todavía no se acaba una y empieza otra. Eso lo va poniendo a uno muy pesimista sobre la conducta del ser humano”. ¿Qué le parece?

Desde luego que no deseo desanimarlo a principios de 2008, pero también quiero invitarlo a reflexionar sobre la nueva oportunidad que se nos presenta con este nuevo ciclo.

Nunca la humanidad tuvo tanto y compartido tan poco; jamás los seres humanos vivimos otra época con mayores alcances por la inteligencia y la capacidad de inventiva que poseemos. Pareciera que el destino es cuestión de suerte al nacer: si usted lo hizo el norte, tendrá muchas oportunidades de disfrutar, si fue en el sur, deberá esforzarse mucho más para tener, al menos, una buena oportunidad. No es así.

Sigo pensando que estamos ante las grandes posibilidades de hacer florecer al espíritu, todo es cuestión de descubrir la verdad de las cosas; abandonar la comodidad de la inconsciencia soporosa y pretender alcanzar la verdadera felicidad, que curiosamente no se logra con mucho dinero o en egoísta ensimismamiento personal.

Encontrar el camino es tan fácil como pensar dos veces lo que nos dicen, aquello con lo que desinforman, engañan sobre la felicidad o nos hacen creer para manipular los impulsos de deseo. También es difícil proponérnoslo y en ello está el secreto de ser triunfador o perdedor.

Le invito a que empecemos bien el año y tratemos de mejorar para bien nosotros mismos y los menores. ¿Acepta?

ydarwich@ual.mx

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