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Razones (que se me ocurren) para la amplia cobertura de los fracasos mexicanos

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

El fenómeno es por demás extraño: cada cuatro años, las televisoras mexicanas desplazan docenas de personas, toneladas de equipo y no mucho IQ a las antípodas (o lugares aún más lejanos) para hacer una profusa, apabullante cobertura (a las vacas las “cubren” los toros; esas empresas ¿le harán lo mismo al Espíritu Olímpico?) de las Olimpiadas. El entourage incluye los cronistas deportivos de siempre, supuestos especialistas en cada disciplina (aunque algunos no dominan bien a bien el castellano), bellezas femeninas que no saben un sorbete de deporte alguno (pero que realizan entrevistas y giras turísticas inocuas), antiguas glorias, discutibles cómicos insufribles y hasta un personaje encarnado en una mano humana (¿?). Además, cuando la diferencia de horario lo permite, transmiten en vivo eventos tan populares entre el pueblo mexicano como el nado sincronizado de perrito, el canotaje a mano limpia (C-1, 1000 metros) y la gimnasia en cama de agua. O elástica. Para el caso.

Por supuesto, si nuestro país fuera una potencia deportiva, se comprendería el entusiasmo y derroche de recursos. Aún más, ello explicaría los ratings, según los cuales resulta que el pueblo de México sigue fervorosamente las Olimpiadas como si éstas sirvieran de hechizos y encantamientos contra sicarios. Aún más, las observa creyendo que, en algún momento, por obra y gracia de la Virgencita Morena algún mexicano accederá al pódium… como si no fuera obvio y notorio que la Guadalupana hace ya buen rato que dejó a este ingrato, irremediable país a que se rasque con sus propias uñas. ¿Por qué creen que no ganamos una ronda de penaltis desde los Inter-virreinales de 1794?

Lo de los altos ratings es lo que nos dicen, por supuesto, las televisoras y las empresas encargadas de medir el grado de atarantamiento de la raza de bronce. Quizá habría que tomar esos datos con una buena dosis de sal. La verdad, viene siendo difícil creer que la gente siga con tanta pasión desastre tras desastre. Y resulta al menos sospechoso que lo desmesurado de la cobertura de los fracasos nacionales tenga por objetivo satisfacer las necesidades deportivas de la masa y estimular el surgimiento de futuros nadadores cuya máxima proeza sea algo más que no ahogarse en la piscina (Claro, si logran medalla, luego pueden ser dirigentes deportivos parásitos de por vida: el estímulo no está mal).

No, creo que las televisoras tienen una agenda oculta (el que no tiene agenda oculta en este país está condenado a la economía informal). El gasto de recursos materiales, humanos y neuronales (este último más bien bajo) ha de tener otros propósitos. Sí, ya sé, el compló. Pero desde lo de Colosio la conspiracionitis es deporte nacional (y ése sí de muy alto rendimiento). Así pues, listaré las razones que, pienso yo, explican ese fenómeno esquizoide y absurdo, ese bombardeo informativo sobre fracasos, que es la cobertura televisiva olímpica en México:

1.- Dar a conocer valores locales posteriormente explotables: A las justas deportivas amateurs en México sólo asisten los familiares de los competidores, y jamás son transmitidas ni por YouTube. A esos atletas no los conoce ni el espejo de su baño. Pero si el público mexicano está dispuesto a pasarse quién sabe cuántas horas observando la vida de un puñado de imbéciles encerrados en una casa, haciéndolos famosos en el proceso, ¿por qué no promover a algún deportista ignoto? Ahí hay un nicho mercadotécnico inexplorado. Pero primero hay que darlo a conocer (para quitarle lo ignoto). Así pues, hay que transmitir la prueba de 175 metros de nado de muertito, y destacar que el atleta mexicano rompió la marca nacional por dos segundos (aunque hubo de rescatarlo el entrenador del equipo ucraniano, porque al final boqueaba re gacho). Y en un futuro, podremos ver a ese esforzado atleta anunciando galletas de fibra contra el estreñimiento junto a las instalaciones de la Alberca Olímpica de la Bondojo. Por ahí va la cosa.

2.- Promoción de deportes no tradicionales: Resulta evidente que la barra deportiva de las televisoras nacionales no es muy surtida: futbol, futbol, futbol. Y para colmo, futbol mexicano, el peor del mundo en términos de costo-beneficio. El beisbol, el futbol americano, el basquetbol, bien podrían ser actividades de civilizaciones desaparecidas porque prácticamente no existen en las transmisiones de televisión abierta.

Pero creo que el sagaz duopolio ya ha detectado que hay partidos de la Primera División que ve menos gente por televisión que en vivo (que ya es decir: hasta en la llamada “Fiesta Grande” batallan para llenar los estadios; ¡bonita fiesta!). Así que tienen que introducir variedad. Ni pensar en los deportes profesionales tradicionales (ésos se llevan tajada). Mejor los deportes amateurs que no pelan ni sus madres. De nuevo, primero hay que sensibilizar al culto público al canotaje, los clavados, el tae kwan do y el pipis-y-gañas a manos libres. No creo que dure mucho el interés, pero al menos pueden exprimir a una que otra actividad durante un rato. La gente puede interesarse en cosas bieeeeen extrañas. ¿Se acuerdan de “Gladiadores Americanos”? ¿O de “Sube, Pelayo, sube”?

3.- En tierra de cínicos, “El Tibio” es rey: Pensándolo bien, creo que la inepta, rapaz clase política mexicana ha hecho un trato (¿¡Ooootro!?) con las televisoras: en vista de que nuestros políticos tienen la peor imagen posible, hay que conseguir y balconear otros personajes todavía más (¡!) nefastos y desvergonzados. Ése es el propósito de mostrar, en cada prueba, a los directivos deportivos mexicanos, que se pasean de lo lindo con gastos pagados, mientras nuestros muchachos fracasan con encomiable persistencia. El chiste es mostrar que el cinismo no es prerrogativa de los políticos: en este país, cualquiera que mama del presupuesto sin rendir cuentas puede mostrar sus vergüenzas sin el menor recato. Y así se distrae un poquito al respetable: ¿qué le da más coraje: los relojotes de oro de medio millón de pesos de Romero Deschamps; o ver al Tibio Muñoz pasándosela en grande sin traer (casi) ni una de oro?

4.- Es que el agua estaba re’ mojada: Quizá las televisoras están, por fin, haciendo un servicio social. No sólo transmiten los Juegos; no sólo nos endilgan los fracasos; sino que, en un macabro ejercicio de masoquismo, entrevistan a todos los derrotados. Y ahí el mexicano promedio puede obtener un listado inagotable de excusas y pretextos. Para todos los gustos y empresas. “No, vieja, si me gasté todo el ‘chivo’ fue porque siempre me has traído cortito y amarrado, como la esgrimista. Y como me soltaste tantito…”. Sí, están cumpliendo una gran labor social. Así podemos exclamar: “Inseguros, pero autodisculpados”.

Total, que podemos pensar que la profusa cobertura olímpica no es sino una manifestación más de la idiosincrasia nacional. Y de por qué siempre andaremos debajo de los primeros cuarenta lugares en el medallero definitivo. Nosotros, el decimotercer país más grande del mundo. El undécimo más poblado. El duodécimo con el PIB más alto. El segundo en número de obesos. El número uno en desvergüenza e impunidad.

Consejo no pedido para nadar sincronizadamente contra corriente: Vea “Poder que mata” (Network, 1976), con William Holden y Faye Dunaway, sobre hasta dónde se puede llegar por el rating. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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