Los resultados de las primarias de Iowa y New Hampshire significan sólo el inicio de la que será la “producción” electoral más profesional y emocionante de la historia, un verdadero y peligroso reality electoral en el que las reglas cambian todos los días y cuyo desenlace tendrá repercusiones globales.
Todos los elementos están dados para mantener el interés de los votantes. Una mujer que lucha por encontrar el justo medio entre mostrarse como una dama de hierro ante quienes desconfían de su capacidad para ser la Comandanta en Jefa del Ejército más poderoso de la Tierra y entre la mujer sensible que muestra su lado humano al derramar lágrimas de cocodrilo. Una mujer cuyo mensaje electoral se basa en ofrecer un mejor futuro, pero llamando a mirar hacia un mejor pasado. Una mujer que ha luchado contra el machismo toda su vida, pero que cuando sufre un tropiezo electoral no duda, cual esposa desesperada, en llamar a su popular marido al rescate. Una mujer soberbia, que se afirma lista para ser coronada, sin escuchar lo que su pueblo necesita.
Un hombre que trata de construir un mensaje en torno a su frescura, pero que al mismo tiempo necesita venderse como un producto con la experiencia suficiente para ser Presidente. Un hombre que, paradójicamente, para la población blanca es demasiado negro y para la negra es demasiado blanco. Un hombre que enciende pasiones con su oratoria y desata suspiros con su sonrisa Colgate, pero un hombre en torno a quién es incierto si logrará movilizar a la gente a votar masivamente por él. Un hombre que promete el cambio como profeta, pero que para ganar necesita el peso de la tradición de su partido.
Y mientras el reality show de los demócratas sigue en curso, atrayendo votantes y la atención de los medios, en el lado de los republicanos, sin mucho rating aún entre los votantes, los suspirantes por la candidatura presidencial, todos hombres como era costumbre en la política presidencial, con poco atractivo, están metidos en su propio show.
Un hombre que durante toda su vida se ha convertido en un sobreviviente, lo mismo de la guerra en la que cayó como prisionero de guerra y en la que fue brutalmente torturado, que de la dura derrota en el 2000 en su primer intento de tener el trabajo para el que se ha preparado toda su vida. Un hombre que, aún contra la xenofobia de su partido, presentó una valiente propuesta de reforma migratoria, bastante humana para los migrantes.
Un hombre que se convirtió en un mito, casi heroico, tras el ataque terrorista contra la ciudad que gobernaba en el 2001. Un hombre cuya experiencia política es pobre, pero cuya voluntad parece inquebrantable. Un hombre, político metrosexual, que un día se presenta como demócrata y al siguiente como el más conservador republicano. Un hombre que se ha saltado las primeras contiendas, esperanzado en ganar el tsunami electoral del 5 de febrero.
Y detrás de todos esos personajes, los espectadores adictos, que piden lágrimas, sangre, sonrisas y más drama. Los votantes que decidirán el futuro con base a quién les gusta más sobre quién les gusta menos. Los votantes de una nación que ama American Idol, y que eliminarán del reality electoral a quien canta mal sin importar si tiene el mejor repertorio. Y detrás de esos votantes ensimismados, un mundo que sufrirá las consecuencias de la decisión que tomen quienes tienen el derecho a votar. Un mundo sin voz ni voto que incrédulo escucha a los participantes del reality hablar del mundo como si fuera suyo.
Participantes que ofrecen levantar un muro en la frontera, abandonar Irak a su suerte, presionar a Cuba, atacar Irán, aislar a Venezuela a su antojo. Un mundo que necesita, aun sin reconocerlo, una Presidencia estadounidense que sea capaz de construir lo que su actual inquilino ha destruido. Un mundo impotente ante el espectáculo electoral estadounidense.
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