La turbulencia financiera y las complicaciones económicas han llevado a varios países a la recesión, lo que bien puede culminar en una contracción de la actividad económica global en 2009.
Muchos hablan del tema, pero algunos han ido más allá y advierten sobre la posibilidad de que el año próximo muchas economías vivan una depresión económica. Este término, sin embargo, se usa muy a la ligera.
En efecto, en las conversaciones sobre asuntos económicos hoy día surgen los vocablos de recesión y depresión, pero pocos entienden en realidad lo que se quiere decir con ellos.
Por ejemplo, hay quienes piensan, equivocadamente, que con sólo ligar tres trimestres consecutivos de caída en el PIB es suficiente para hablar de una depresión. Esta, sin embargo, implica bastante más que eso.
Es conveniente, por tanto, elaborar sobre estos conceptos para disipar las confusiones que se presentan al hablar sobre los mismos, y prepararnos para lo que será, de cualquier forma, un largo y penoso período de debilidad económica.
Una definición no profesional para distinguir estos dos conceptos es el chiste del economista al que le preguntaron la diferencia entre recesión y depresión. Él contestó, “Recesión es cuando mi cuñado pierde la chamba, y depresión cuando la pierdo yo”.
Esto muestra que, en general, cualquier distinción de esos conceptos tiene un componente subjetivo imposible de eliminar. No obstante, existen varios criterios que se usan en Estados Unidos (EU) para calificar un período de contracción económica como una recesión o una depresión.
Es importante destacar que, de acuerdo a esos criterios, EU ha registrado en los últimos 100 años una depresión y 19 recesiones. Esto confirma que las recesiones son bastante más comunes que las depresiones que, por su naturaleza, son muy raras.
En EU existe una definición convencional y no oficial de una recesión, que se refiere a dos trimestres consecutivos de contracción del PIB. En otros países también se usa este criterio.
Existe, además, una definición oficial del comienzo, duración y final de una recesión que está a cargo del National Bureau of Economic Research (NBER). Esta institución evalúa las estadísticas sobre empleo, producción industrial, ventas al mayoreo y menudeo, así como la evolución de los ingresos personales para determinar la existencia de una recesión.
Por otro lado, la NBER toma su tiempo para anunciar el comienzo de una recesión, y por lo general lo hace hasta que cuenta con por lo menos 6 meses de datos posteriores al crecimiento positivo previo de la economía.
Ello explica porqué es fecha que dicha institución no precisa el comienzo de la recesión actual. Algunos piensan que esto puede ser una buena noticia, ya que la recesión de 1990-91 se aceptó como tal un mes después de haber terminado.
En esta ocasión, sin embargo, no seremos tan afortunados. El período de contracción económica será bastante más severo y prolongado que el de aquella ocasión. No está claro, sin embargo, si llegaremos al extremo de una depresión.
Una depresión es bastante más severa que una recesión, la cual por lo general se asocia a las oscilaciones normales de los ciclos económicos. La depresión, en cambio, es un tropiezo muy considerable que no se vincula, necesariamente, con dichos ciclos.
No hay una definición generalmente aceptada para el término depresión, si bien hay quienes consideran que ocurre cuando se presenta una contracción del 10 por ciento del PIB. Esta es una regla de dedo equivalente a la caída de dos trimestres consecutivos para definir una recesión.
El NBER, que establece los criterios para determinar las recesiones y expansiones en el ciclo de negocios, no plantea criterios específicos para identificar una depresión. No obstante, como la depresión es una forma rara y extrema de recesión, podemos decir que su diferencia principal es el orden de magnitud de los daños económicos.
En este sentido, la Gran Depresión, que afectó a la mayoría de las economías en el mundo durante los años 30 del siglo pasado, nos da una idea de qué tanto se tiene que deteriorar la actividad económica para calificarse como una depresión.
Ella inició con el desplome de Walll Street en 1929, se profundizó y amplió a otras economías por una fuerte restricción crediticia, la quiebra de muchos bancos, y la proliferación de medidas proteccionistas en las economías desarrolladas.
Esto, a su vez, provocó alzas considerables en el desempleo, una caída pronunciada de la inversión y múltiples quiebras de empresas. Todo ello llevó a una deflación que profundizó aún más la depresión, que duró 43 meses y se tradujo en una contracción del PIB estadounidense de 26.5 por ciento en ese lapso.
Esa experiencia explica porque las autoridades financieras en los países desarrollados, en particular EU, utilizan de manera pronta todas las herramientas monetarias disponibles para garantizar la disponibilidad de crédito y evitar la quiebra masiva de instituciones bancarias.
También explica porque los gobiernos usan las herramientas tradicionales de la política fiscal (mayor gasto público y disminución de impuestos), para estimular la demanda y amortiguar los efectos negativos de la crisis financiera sobre el empleo y las empresas, en un intento por evitar que la recesión actual se profundice lo suficiente como para convertirse en una depresión.
Las recesiones en EU después de la Gran Depresión tuvieron una duración que varió de 6 hasta 16 meses. En esta ocasión es probable que las medidas económicas eviten una depresión, pero quizá no sean suficientes para impedir que esta recesión sea la más severa y duradera desde entonces.
La estrecha relación de nuestra economía con la estadounidense hace necesario que nos preparemos, por tanto, para un período largo de debilidad económica.