La conclusión de la Reforma Energética en los términos en que fue aprobada el día de ayer por la Cámara de Diputados, proyecta luces y sombras sobre la Administración del presidente Felipe Calderón.
La Reforma se advierte insuficiente para detonar el desarrollo de la industria petrolera en nuestro país por virtud de que cierra toda posibilidad a la inversión privada y en esa medida la dicha reforma se puede considerar una derrota del Ejecutivo, si comparamos el resultado con la iniciativa presidencial de origen.
La oposición a la iniciativa presidencial tal y como fue presentada, retiene aislado a nuestro país en un limbo premoderno del cual ya salieron desde hace tiempo todas las naciones del planeta, incluidos países aún comunistas como China o Cuba.
Otra perspectiva de lo ocurrido el día de ayer en el Palacio de San Lázaro indica que la reforma es un triunfo de Calderón Hinojosa, en la medida en que significa un avance en el tortuoso camino del cambio gradual por el que transita nuestro país, bajo el liderazgo de un Presidente acotado por el extremismo de la izquierda perredista, por el oportunismo del Partido Revolucionario Institucional y por las propias ambiciones de algunos compañeros de partido del Presidente, que como Manuel Espino aprovechan cualquier ocasión para lanzar fuego amigo.
Muchos tratarán de colgarse la medalla y reivindicar el mérito de la modesta reforma que nos ocupa, pero en eso estriba el éxito de la estrategia presidencial que comparte la autoría de los avances reformistas con otros actores de la vida pública nacional, para salir de la parálisis que atenazó a la Administración de Vicente Fox.
El PRD se ha dividido en dos vertientes que son brazos de una misma pinza. Por una parte la facción que encabeza Jesús Ortega que juega el papel de la moderación para amortiguar el desfonde electoral que amenaza a dicho partido en las elecciones federales del año entrante, en tanto que el Peje se mantiene en un radicalismo que le permite seguir como fenómeno mediático, al amparo de los mitos fundacionales del Estado mexicano de principios del Siglo Veinte, entre los cuales se encuentra el precisamente el de la nacionalización de las compañías petroleras. En esa tesitura el día de ayer vimos y escuchamos a diputados perredistas deslindarse de López Obrador, gloriándose de haber incorporado a los proyectos de ley finalmente aprobados, al menos un veinticinco por ciento de su contenido, lo cual habla de apertura del régimen calderonista y de la disposición negociadora de los involucrados.
En ese escenario civilizado el Peje mantiene su actitud amenazante y su discurso bolchevique para mantener vivo el fuego del perredismo radical, que insiste en provocar un incendio. De hecho el gran fracaso del extremismo a la luz de la estrategia incendiaria de López Obrador, está en el caminar de una gran mayoría del Congreso por el sendero de los acuerdos, a despecho de la ingobernabilidad que obsesivamente invocan y procuran los ultras.
Aún la actitud en exceso complaciente del Presidente del Congreso, que el mismo día de la discusión abre las puertas del recinto oficial a la necedad y protagonismo del Peje, exhibe al personaje ante sus seguidores radicales como incapaz de envolverse en la bandera nacional y tirarse de lo alto, lo que desde luego mella el prestigio del mesiánico líder frente a los exaltados.
El episodio de la Reforma Energética ha concluido de manera institucional sin una frustración radical ni una precipitación al abismo, lo que vistos los antecedentes debemos considerar como un paso delante e importante precedente para seguir por el camino del cambio gradual. Correo electrónico: lfsalazarw@prodigy.net.mx