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Réquiem por los partidos morralla (II)

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Comentábamos ayer cómo, en un afán de inyectarle pluralidad y competencia a nuestra democracia niña, las leyes electorales permitieron el surgimiento (y lo malo, la permanencia) de partidos políticos que, por su escualidez ideológica y numérica, difícilmente hubieran subsistido en un sistema menos pasalón y basado en menos premisas equivocadas.

De manera tal que se permitió el nacimiento de pseudopartidos que poco o nada le agregan a la vida pública del país; pero que, aprovechando una serie de ventajas que les ofrecían las leyes electorales, perduraron en el tiempo.

Pese a que los electores que los votaban eran exiguos, y con frecuencia apenas raspaban el uno por ciento de los sufragios, la generosa Ley electoral no sólo les permitía seguir medrando, sino que los dotaba de pingües prebendas, que a los mexicanos que sí trabajamos en algo productivo nos vienen costando un dineral.

¿Cómo han sobrevivido esos engendros? Básicamente aprovechando la figura de las alianzas electorales: para alcanzar el porcentaje requerido por la Ley, configuraban coaliciones con alguno de los tres partidos grandes. Y si ni así le llegaban al porcentaje, el partido grande podía pasarles algunos de sus votos, para que completaran. La lógica de ese arreglo se me escapa por completo… además de que distorsiona la esencia del sufragio: ¿por qué mi voto por un partido va a pasar a otro, si lo decide alguien que no soy yo, el votante?

Con tan cómoda cláusula (llamada por la raza de “la vida eterna”, porque le garantizaba a los partidos morralla los porcentajes mínimos necesarios para sobrevivir), esas pigmeas agrupaciones siguieron aprovechándose del dinero público que les proporcionaba el IFE… dinero que proviene de nuestros bolsillos, y que representa un derroche imperdonable en cualquier país, pero sobre todo en uno como el nuestro.

¿Para qué le han servido al país los costales de dinero derramados sobre Convergencia, el PT, el Panal, el dizque Verde? En términos de costo-beneficio, constituyen una de las peores transacciones de la historia: los cientos de millones gastados en ellos para maldita la cosa que han redituado a México: todo un modelo de ineficiencia y desperdicio.

Finalmente, la Suprema Corte de Justicia se puso las pilas y de manera unánime (cosa rara) decretó que de ahora en adelante los partidos bonsái van a tener que navegar solitos y rascarse con sus propias uñas; nada de que el hermano mayor le pase los votos que le sobran. Ello implica que tendrán que alcanzar su porcentaje basados en el contenido de su agenda política… que siempre ha sido nula.

Quizá en 2009 desaparezcan todos o la mayoría de esos partiduchos. ¿Y saben qué? Nadie los va a extrañar. Aunque aquéllos con los que nos quedemos tampoco sirvan para mucho que digamos…

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