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Réquiem por un héroe

El comentario de hoy

Francisco Amparán

Del concepto de “héroe”, hay que decirlo, se ha abusado hasta el cansancio. Y es que ese nombre se les endilga a muchos personajes que, la verdad, no tienen nada de admirables. Ya no hablemos del nutrido grupo que configura nuestro santoral patrio, en donde encontramos gente con nombre de calle que, nada más le rasca uno tantito, resultan sencillamente impresentables. O de los deportistas, que se supone resultan modelos y ejemplos a imitar por la simple razón de que sudan mucho… y ganan millonadas por la sudada.

Ciertamente el calificativo de “héroe” de a de veras resulta muy difícil de adjudicárselo a la mayoría de los mortales. Y por ello resulta todavía más pesaroso el que uno de ellos haya dejado este mundo.

Hace unos días murió Sir Edmund Hillary, quizá el último de mis héroes-de-la-vida real.

Hillary fue, junto con su compañero y amigo el sherpa Tenzig Norgay, el primer hombre en alcanzar la cumbre del monte Everest, la mayor elevación de este planeta. Tal hazaña la realizó en 1953: una de las últimas grandes proezas en el campo de la exploración de este mundo.

Pero eso no es lo importante. Después de todo, y como reflejo de la manera en que todo se mercantiliza, docenas de alpinistas, algunos con menos condición física que un lonchero de estadio, llegan a la cumbre del Everest cada año. ¿Cómo? Mediante el muy sencillo expediente de contratar quién los lleve hasta allá. Con dinero no sólo baila el perro, sino que se pueden escalar cumbres antes prohibidas hasta para los más audaces.

No, la calidad de héroe de Sir Edmund Hillary radica en su perspectiva de la vida. Su humildad. La manera en que sobrellevó avatares y aconteceres que, a muchos de nosotros, nos hubieran conducido a la desesperación o la autocompasión.

Empezando por la motivación que lo llevó (ahora-sí-que) a la cumbre: interrogado por qué había arriesgado la vida para trepar una montañota, su respuesta fue impecable: “Porque estaba ahí”. Y si estaba ahí, ¿por qué no escalarla?

Con otra: cuando bajaron, ni él ni Tenzig dejaron claro quién había llegado primero a la cima. Había sido un esfuerzo conjunto, de equipo, por lo que el determinar ese detalle era totalmente innecesario.

Pero lo más importante es que Hillary no dejó en eso sus esfuerzos: durante el resto de su vida realizó labores humanitarias en Nepal, fundando escuelas y hospitales, logrando hacer mejor la vida de los porteadores nepaleses con los que tanto se identificaba.

Por eso su desaparición nos da tanta tristeza. Uno de los pocos y últimos humanos que merecía el calificativo de héroe, ya no está más con nosotros. Lo vamos a extrañar.

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