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Rey herodes

Gilberto Serna

Horas nocturnas. El gobernador, desde el balcón central del Palacio de Gobierno, recordando feliz sus tiempos en que se desempeñaba el cargo de mecanógrafo. La plaza abarrotada por el pueblo del rumbo. Arengaría a los compatriotas en la antigua Valladolid, hoy Morelia, en el pintoresco estado de Michoacán, vitoreando a los héroes que nos dieron Patria. De súbito se escuchó la primera explosión que retumbó con tal fuerza que lo menos que se puede decir es que fue ensordecedor, provocando la interrupción de la ceremonia tradicional en que se repetía “El Grito”. Sombras, apenas perceptibles, se movían arrimadas a las paredes de cantera con un rictus bestial. Luego tronaría otro petardo que las personas a cierta distancia creyeron que era parte de la celebración. Hubo muertos y heridos. Los autores, no identificados, huyeron aprovechando la confusión que crearon los estruendos, lo inesperado del hecho que tomó desprevenidos a los policías que resguardaban el lugar y el que fuera fácil perderse en la oscuridad de las calles aledañas.

La verdad es que los terroristas no consiguieron su objetivo que seguramente era el de crear un estado general de pánico. La población, los días siguientes, salieron a las calles sólo con la decisión de repudiar los hechos. La acción fue calificada de cobarde por haberse dirigido en contra de un pueblo inerme. Nada podía justificar, a los ojos de la población, se hubiera hecho trizas la tranquilidad de la que hasta entonces se gozaba. Los periódicos daban cuenta de hechos sangrientos en los cuales los pobladores antes eran espectadores, no participes. Esa noche, del 15 de septiembre, se rompió el encanto. En adelante es posible que se repitan estos hechos si no se les echa el guante a quienes buscan, a cualquier costo, desestabilizar el orden social. No habrá reposo, ni calma, ni sosiego mientras los partisanos no sean detenidos y puestos a buen recaudo. Si no se pone un alto a los revoltosos, todos, los que la deben y los que no, sufrirán las nefastas consecuencias.

En realidad ¿es terrorismo? Si esto es así, los que lanzaron los artefactos explosivos deben ser buscados, encontrados y llevados a la cárcel o al paredón para que paguen por su fechoría, esto último como lo pide el gobernador de Coahuila. Si terrorismo es una sucesión de actos de violencia ejecutado para infundir temor en la población, es lógico que las autoridades tomen medidas más allá de las comunes para impedir que cunda el mal ejemplo. Ante estos actos, lo que queda en la mente de los mexicanos es que los servicios de Inteligencia de la Federación o quienes estén encargados de garantizar la seguridad de los mexicanos, no están haciendo su trabajo. Que los encargados sean víctimas del estupor que causaron los estruendos, igual que cualquier ciudadano, no lo podemos asimilar. Es inconcebible que la nación quede en manos de la violencia sin que poder público haga otra cosa que llevar los muertos a la morgue y enviar a los heridos a una cama de un hospital.

Imaginemos a los que arrojaron las bombas, ¿estarán satisfechos de acabar con la vida de seres humanos?, ¿les remorderá la conciencia?, ¿podrán dormir?, ¿tendrán conciencia?, ¿justificarán la drástica medida diciéndose para sus adentros que era necesaria, dado el estado de cosas?, ¿su resentimiento es contra toda la sociedad o es producto de sus frustraciones por la manera en que los políticos manejan las instituciones que ellos consideran pseudo-democráticas?, ¿anhelan cambiar el entorno socio-económico en el que la continua alza de precios vuelve más crítica la situación de las clases desprotegidas? En fin, ¿se esconderán en una maloliente madriguera dándose cuenta de que han matado, al igual que Herodes, a inocentes?

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