La pregunta resulta inevitable: a casi tres lustros de haber dejado la Presidencia de la República, evento al que le siguió el proceso de desgaste de imagen más acelerado de la historia, ¿es relevante lo que diga o deje de decir Carlos Salinas? ¿Es en realidad el villano favorito del México contemporáneo una especie de monstruo peludo y de babas verdes, El Innombrable, como lo llamaba El Infumable… antes de rodearse de cuadros surgidos del salinato como Camacho y Ebrard? ¿O no será que a muchos mexicanos les da por dotar de poderes mágicos e incontestables a quienes, en el pasado, fueron culpados de nuestras grandes desgracias históricas?
Las preguntas anteriores tienen que ver con las pequeñas tormentas que se han generado por la publicación de “La década perdida”, el nuevo vástago editorial de Carlos Salinas de Gortari. Quien, de esa manera, vuelve a cobrarle facturas a Ernesto Zedillo, a dictarnos cátedra de cómo deberíamos modernizar a este país, y a tratar de lavar su imagen histórica.
Pero volvamos al principio: ¿qué tan relevante es Carlos Salinas? ¿Qué tantos poderes fácticos, como está de moda decir, se mueven detrás del orejón..? Bueno, de este orejón. ¿Cuán influyente puede ser la visión que del país y algunos de sus principales protagonistas puede tener quien se hundió en la desgracia, unas cuantas semanas después de abandonar Los Pinos con altos índices de aprobación?
Con otra: ¿Por qué ese título? Latinoamérica tenía en la conciencia que la década perdida había sido la de los ochenta, cuando la crisis mundial de 1981-82 nos llevó entre las patas y el subcontinente prácticamente tuvo crecimiento cero durante años. ¿Ahora resulta que también perdimos los noventa? Bueno, si a ésas vamos y siendo francos, perdimos el siglo XX… si comparamos lo que hicieron otros países durante los últimos cien años. Lo peor es que muchos están empeñados que perdamos también el siglo XXI, cegados por la ideología, sus fobias y sus obsesiones históricas.
Conociendo cómo funciona la cabeza más brillante que jamás ocupara Palacio Nacional, el libro y reaparición de Salinas tienen jiribilla. Eso que ni qué. Salinas (eso sí) es maquiavélico hasta para ordenar el desayuno. Así que el libro, la exposición a los medios y las discusiones suscitadas no son de oquis. Pero, de nuevo: ¿Son relevantes, o seguimos reviviendo obsesiones, prejuicios y reflejos viscerales, hoy como hace década y media?
Por supuesto, hay quienes ven en la reaparición de Salinas el intento de llenar un vacío de poder dejado por una tibia Presidencia asediada por un loquito que cree que ganó (y en el proceso destruye al PRD), un PAN medroso y timorato, y un PRI que piensa que con todas sus inmensas lacras puede regresar a Los Pinos. Si es así, que Dios nos coja confesados.