Este año pronto dejará de ser con todo lo fatigoso y complicado que haya sido. Ya tiene contados sus días: le quedan dos semanas. Los subsiguientes miércoles 24 y 31 de diciembre de 2008 servirán, igual que hace un año y muchos más en retrospectiva, como dos buenas oportunidades para reflexionar en lo poco que somos, poseemos o trascendemos.
Ningún humano podrá hacer gala de posición económica, social o política después de haber vivido las crisis en que ayer por ayer y hoy por hoy nos hemos debatido las naciones y personas que poblamos el planeta Tierra. Como decía el filósofo chilango de la televisión: no somos nada.
¿Cuántos multimillonarios de los que exalta Forbes están conscientes ahora mismo de seguirlo siendo alguien? Todos los de la lista, pero aún si logran conservar los miles de millones que creen poseer, ¿podrían asegurar que saldrán indemnes de la actual crisis económica mundial? ¿Serán por ello más respetados en este mundo inicuo que habitamos?
En cambio los pobres de antes de la sacudida, no van a ser más pobres que estos que lamentan sus cuantiosas pérdidas. Los olvidados viven entre desosiegos y carencias sin añorar comodidades, de las que poco supieron a qué servían, qué significaban. Acostumbrados a pelear por la vida van a seguir en pie de lucha porque la existencia y sus azares dan más de lo que en apariencia quitan.
Dicen que las crisis económicas no entrañan pérdidas sino buenas oportunidades, y que ahora habemos el chance de probar que pudimos aprovecharlas de la manera más sencilla si aceptamos el reto de la búsqueda y el encuentro. Todos tenemos frente a nosotros una supuesta derrota que, según dicen, podremos convertir en triunfo. Y creer que lo vamos a lograr es un avance para conseguirlo, siempre que nos neguemos a participar de la confusión que difunden los profetas del desastre.
Si los días finales de este fatídico 2008 resultasen propicios a sostener ese refulgente optimismo, ¿cómo podríamos creer en ello si los pocos pesos que hoy ganamos rinden mucho menos que los que ayer ganábamos? Las clases medias del país, y entre éstas los agricultores, tienen muy aprendidas las lecciones de las crisis: para ellos siempre están presentes ya que sus productos son los primeros en devaluar costos ante el criterio de los intermediarios de la comercialización: “todo está muy feo –se oye que dicen – los bancos están imposibles, no quedan márgenes de utilidad, más adelante veremos cómo se ponen las cosas, por lo pronto nada esperen en este año”.
Así vamos y así seguiremos hasta topar con el fondo del abismo. ¿Y qué carajo es eso de la deflación y la inflación?, nos pregunta un preocupado lector. Yo que profeso el ingenuo optimismo de confiar en los gobiernos de la República, de creer en sus promesas, de votar a favor de la democracia, nada entiendo sobre cosas de la economía, aunque recuerdo la metáfora con que explicaba sendos fenómenos de la crematística nuestro sabio profesor de Economía Política de la Facultad de Jurisprudencia en la U. A. de C. don Antonio Guerra y Castellanos: “Miren, muchachos: la inflación es cuando un huevo nos cuesta un peso; y la deflación es cuando un peso nos cuesta un hue...ojo de la cara.”
Pero sólo estamos a siete días de la Navidad y a seis de recibir al Año Nuevo; entre ambas fechas veremos surgir, ominoso, el tan festejado Día de los Santos Inocentes. Por favor no hagamos mofa de estas mohosas virtudes de sencillez y buena fe, si todo el año y todos los años caímos y caemos en las mismas coyunturales carcamusas del “blindaje” económico del Gobierno Federal ante la flagrancia de nuestras quiebras financieras...
¡Oh manes de Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid! ¿Podríamos declarar que éstos fueron y todos fuimos y somos santos inocentes para siempre?
